LITERATURA ESPAÑOLA. OCIO Y CULTURA

Jorge Alacid: “El periodismo de los 70 era un oficio de náufragos”

El escritor y periodista riojano, afincado en Valencia, presenta su ‘thriller’, ‘Los seres queridos’, su debut narrativo, en la librería Cálamo

Jorge Alacid ha hecho un retrato complejo y complejo, en clave 'noir', de la España de los 70 de periodismo salvaje, poder tirano y terribles secretos.
Jorge Alacid ha hecho un retrato complejo y complejo, en clave 'noir', de la España de los 70 de periodismo salvaje, poder tirano y terribles secretos.
Txema Rodríguez/Las Provincias.

Jorge Alacid López (Logroño, 1962), periodista y escritor, jefe de Coordinación del diario ‘Las Provincias’ de Valencia, debuta en la ficción y presenta este jueves 30 de marzo, a las 19.00, su primera novela, ‘Los seres queridos’, publicada por Pepitas de calabaza & Los aciertos, en la librería Cálamo. Conversará con el periodista Javier Losilla, de ‘El Periódico de Aragón’ y TVE-Aragón.

¿Quería rendir homenaje al periodismo que se ha acabado o quería medirse como novelista? ¿Tenía aplazado el deseo de pasar a la ficción? ¿Qué le debe la novela al periodismo, al que ha definido como “relato de la vida”?

Más lo segundo que lo primero. Me acompañaba esa historia desde hace tiempo, la idea de reconvertir a un periodista en detective. Me pareció que eran dos ocupaciones con bastantes puntos en común. Pero sobre todo me apetecía indagar alrededor de una obsesión principal, la que nutre el relato de Los seres queridos: la construcción de nuestra identidad. Encontrar las respuestas a esa pregunta sirve para entender al personaje principal y a los secundarios, que se pasan la vida, y las páginas de la novela, intentando saber quiénes son en realidad. Y de fondo late otra preocupación que les emparenta a todos ellos: acabar cada día con la decencia más o menos indemne. Ser capaces de devolverse una mirada íntegra cuando cada mañana se asoman al espejo. El periodismo me sirve para dar contexto al argumento central. Es un contexto donde me siento cómodo, cuyos códigos conozco. Me ayudaba a apuntalar la novela mediante la aspiración a la verosimilitud que a mi juicio debe contender toda ficción.  

Elige algunos nombres bien curiosos. Dos futbolistas del Málaga, entre otros: el del centrocampista argentino Viberti, imponente, y el de su central Macías, que iba a la selección. Uno es el protagonista y otro es el primer suicida, o falso suicida, ¿por qué?

Los nombres nacen también de pequeñas obsesiones personales. De cuando era un crío y coleccionaba cromos de futbolistas. Por alguna misteriosa razón, a la tienda donde los compraba solían llegar casi en exclusiva los de Málaga, alguno también del Elche. Hablo de los años 70, cuando ese tipo de futbolistas que mencionas, de presencia imponente como de galanes antiguos, impresiona a aquel niño que yo era. y sus apellidos tenían una prosodia muy específica, muy particular. Su sonoridad encajaba estupendamente con el contexto de la novela, ambientada en aquella década. Hace unos cuantos años leí una pieza de Javier Marías defendiendo también esa clase de apellidos, de futbolistas setenteros. Vi entonces que no estaba solo en mis obsesiones, que me acompañaba nada menos que Marías. Y decidí que si un día escribía una novela, el personaje se llamaría Viberti. Tomada esa decisión, me pareció lógico que le acompañaran otros héroes del fútbol de entonces. Incluido por cierto el Zaragoza de los Cinco Magníficos: Canario, Violeta...

Quizá fuese algo anterior. ¿En qué medida, antes de entrar en algunos aspectos de la novela, ha querido rescatar una forma de vida y trabajo, la de aquellos reporteros laboriosos y noctámbulos, pero también un poco excéntricos?

Su excentricidad era un material incandescente para la trama que preparaba. Las andanzas de Viberti y sus compinches, su atrabiliaria vida, sólo se explica del todo teniendo en cuenta su oficio. El periodismo de entonces era un oficio de náufragos. En cada redacción habitaban personajes de esta índole, de quienes no se sabía cómo habían acabando en aquella playa desierta que era el periodismo. Eran Robinsones, con personalidades muy atractivas. Algunos parecían carecer incluso de hogar. Y se entregaban a su profesión con una mezcla muy interesante de pasión y escepticismo. Ese mundo que ha desaparecido ya de nuestras vidas, hoy tan pautadas y entonces más asilvestradas, me parecía que dotaba a la novela de un contexto emocional que le confería un estatus superior. Los seres queridos es sobre todo una novela muy sentimental, pero deudora de esa clase de sentimentalidad que era entonces habitual. Afectos secos, contenidos.

¿Qué es lo que seducía o impresionaba de aquellas redacciones de antaño?

Veo una tropa de misántropos muy particular: misántropos que apuestan por compartir su misantropía, por paradójico que resulte. Por edad no conocí esas redacciones pero me llegó su eco a través del testimonio de compañeros de oficio que se destetaron en aquel mundillo atrabiliario, vespertino, noctámbulo... Cuando el redactor convivía con la gente de talleres en el mismo edificio, espacios inhóspitos, sórdidos. Redacciones mal iluminadas, peor ventiladas, que tenían su extensión en el bar de enfrente, donde se arreglaba el mundo y el periódico del día siguiente entre tragos que también han desaparecido, como el carajillo o el solysombra.

"En cada redacción habitaban personajes de esta índole, de quienes no se sabía cómo habían acabando en aquella playa desierta que era el periodismo. Eran Robinsones, con personalidades muy atractivas"

¿Cuándo mira hacia atrás, qué encuentra?

Mirando hacia atrás no procuraba tanto homenajear a ese mundo desaparecido, o a la generación que saltó del franquismo a la democracia casi en un parpadeo y tuvo que hacer esa particular transición sin malla de seguridad. Mi intención de fondo era otra, más panorámica: entender a quienes nos precedieron en este valle de lágrimas. Comprender sus flaquezas y sus debilidades, tal vez porque así aspiro a que también el lector los entienda. Y entienda también las debilidades del autor.

¿Cabría decir que el periodismo de antes, sin Google ni wikipedia, estaba marcado por el rigor, la pasión, la rebeldía y no sé si el afán de mejorar el mundo con la búsqueda de la verdad, o tampoco era para tanto?

Creo que era un periodismo más salvaje. Un adjetivo peyorativo que puede tener también una veta iluminadora. Había que organizar un mundo cada día para canalizarlo hacia el periódico del día siguiente, lo cual tenía mucho de homérico. Yo creo que en general al periodismo actual es mejor y que tanto ahora como entonces palpita una cierta épica de la que no somos muy conscientes en el oficio: es lo que ocurre cuando la épica se vuelve cotidiana. Pero no es una mirada nostálgica hacia quienes nos precedieron. Es más bien una mirada comprensiva. Les tocó vivir un tiempo muy complicado y no estoy seguro de que encontraran a su alrededor mucha complicidad. Tal vez tampoco la buscaban ni la querían. Ya digo que me parece que el periodismo de entonces tenía una acusada veta misántropa. 

Portada de la novela de Jorge Alacid: retrato de una España gris, tenebrosa, injusta y excéntrica a menudo.
Portada de la novela de Jorge Alacid: retrato de una España gris, tenebrosa, injusta y excéntrica a menudo.
Archivo Heraldo.

¿Cómo define a Viberti, el periodista investigador, tiene algo de usted?

Creo que toda ficción está basada en hechos reales, en el sentido de que cada trama nace de la experiencia personal de su autor. Viberti se parece a mí en su propensión a la sentimentalidad, pero en su caso se manifiesta como era norma entonces, de manera latente. También en su pasión por el oficio, que se resiste a reconocer. En lo demás, apenas encuentro similitudes. Construí en realidad su personalidad mediante la suma de elementos que había observado en otros colegas de profesión con quienes me he cruzado o cuyo recuerdo me llegaba. Y luego despojé esa identidad de los elementos más extravagantes: hay una tendencia a lo excéntrico en el periodismo de entonces, en la España de entonces, que por exagerada conspira contra la verosimilitud. 

 ¿Qué le dolía, entonces y retrospectivamente, de aquella España negra y también gris?

Me dolía la incapacidad para entendernos, porque eso suele complicar la posibilidad de querernos. Creo que seguimos ahí, que la conversación pública en España no se mueve de ahí. Nuestra gran contribución a la historia de la literatura es la novela picaresca. Yo añado nuestra vocación por el esperpento. No salimos del callejón del Gato. 

"El poder hacía lo de siempre. Pisotear al de abajo. Entonces además a quienes lo ejercían no les importaban las apariencias, que ahora se guardan más. Era una sociedad donde los poderosos se sentían impunes, una sociedad especialmente hipócrita"

¿Por qué ha elegido el suicidio y no el asesinato como elemento clave o motriz de la novela?

No quería una novela detectivesca al uso, no me interesaba demasiado que la trama se obsesionara con eso tan anglosajón de quién lo hizo. Tampoco quería una ficción sanguinolenta, morbosa. Por supuesto que el suicidio es un drama, tanto para quien decide abandonar este mundo como para sus seres queridos, pero es una decisión tan íntima, la más íntima que podemos tomar en nuestra vida, que me pareció que encajaba bien con el contexto moral de la novela. Esa sentimentalidad descarnada que explica la psique de los personajes. 

La España que pinta parecía un espejismo terrible: corrupción, trata de menores, abusos indiscriminados, violencia soterrada, prostitución… ¿Hacia dónde se miraba? ¿Qué hacía el poder?

El poder hacía lo de siempre. Pisotear al de abajo. Entonces además a quienes lo ejercían no les importaban las apariencias, que ahora se guardan más. Era una sociedad donde los poderosos se sentían impunes, una sociedad especialmente hipócrita. Un ambiente irrespirable, donde el factor clave era uno de los protagonistas invisibles de la novela, el miedo. El miedo es propio de toda dictadura, el combustible que nutre el aparato institucional. Y en ese momento concreto, al medio propio de quienes habitaban la España franquista, se añadía otro miedo, menor pero relevante: miedo a no saber qué había en la otra orilla. La España democrática era una esperanza de luz pero también tierra incógnita. Quienes la empezaron a transitar iban cartografiando el territorio a medida que avanzaban. Sólo por eso ya tienen mi reconocimiento y mi respeto.

Un detalle pintoresco: una de las formaciones del Málaga de los años 70. De pie, a la derecha del todo, Macías y Viberti.
Un detalle pintoresco: una de las formaciones del Málaga de los años 70. De pie, a la derecha del todo, Macías y Viberti.
HA.

Al pasarse a la novela, ¿qué te llevó a elegir la novela negra? ¿Cuánto hay de divertimento, de invención, pero también de denuncia?

Suelo bromear con los editores de Pepita diciendo que más que negra, es gris. El foco no tiene tanto que ver con la trama policial o con las pesquisas. Aspiraba a retratar un tiempo y un país, con sus enormes contradicciones. Mientras la escribía no era muy consciente, pero durante la fase de edición, podando los elementos que me disgustaban o dando consistencia al conjunto, observé una lejana influencia que otros lectores también han observado: el eco de las novelas de Vázquez Montalbán y el detective Carvalho. Fue una lectura recurrente en mi juventud, una saga que desde entonces me hace compañía. Quiero pensar que algo de su magisterio rebrota en estas páginas. 

Es un riojano transterrado o desplazado a Valencia. ¿Qué llevaba usted y qué ha encontrado, qué le ha dado Valencia, y ya puesto por qué no ha elegido a Botubot, Carrete, Aníbal, Valdez, Forment, Jara, algún futbolista del Valencia?

Valencia me ha dado panorama, como me contó una vez el entrenador Pacho Maturana que le pedía a sus centrocampistas. Que tuvieran panorama. También la posibilidad de comparar. Creo que todas las comparaciones son ociosas. Pero si careces de esa alternativa tiendes a situarte en una posición que me parece insana: encerrado en un solo juguete, como aquella novela de Juan Marsé. 

"Los años de gloria se han cubierto de polvo: la lección que extraigo de entonces, de cuando el Logroñés fue de primera, es muy antigua. ‘Carpe diem’. Disfrutemos del momento. De lo contrario, nos atrapará esa enfermedad incurable que me parece que también anida en La Romareda. Y creo que en Mestalla"

Ya que le gusta el fútbol… El Valencia es equipo con títulos y muchos seguidores, con un palmarés importante y un histórico y glorioso pasado como el Real Zaragoza y pasa por un momento crítico, ¿has aprendido algo que nos sirva a nosotros que llevamos diez años en Segunda División?

La analogía más pertinente al respecto me parece que debe incorporar a la ecuación al viejo Club Deportivo Logroñés. Me hace gracia el escritor Julio Llamazares cuando cuenta que nació en un sitio ya desaparecido, el viejo Riaño, sumergido bajo las aguas del pantano. Es una metáfora estupenda para entender que una parte de mi infancia, la vinculada a los domingos en Las Gaunas, también está sumergida. Y que los años de gloria se han cubierto de polvo: la lección que extraigo de entonces, de cuando el Logroñés fue de primera, es muy antigua. ‘Carpe diem’. Disfrutemos del momento. De lo contrario, nos atrapará esa enfermedad incurable que me parece que también anida en La Romareda. Y creo que en Mestalla. 

¿Qué periodistas, en general, y novelistas te han influido más, de los que podrían rastrearse ecos en ‘Los seres queridos’?

Citaba antes a Vázquez Montalbán. Pero pienso a menudo en los Yale, Tico Medina, Maruja Torres... Los periodistas que descubrieron un nuevo mundo y se lanzaron a por él como Shackleton y compañía. Fueron héroes y heroínas que se comportaron como los auténticos héroes y heroínas de la antigüedad. Sin darse importancia. El presente y atosigante victimismo no iba con ellos.

 

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