'Scream VI': Ghostface en Nueva York
Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, quienes despuntaron con ‘Noche de bodas’, salieron airosos del complicado cometido de retomar y actualizar la saga ‘Scream’. La quinta entrega, estrenada el año pasado, abría etapa con nuevos protagonistas y con los icónicos supervivientes de los asesinatos anteriores en una posición secundaria. La película desprendía atractivo por su modulación desde el respeto al legado de Wes Craven. Los directores vuelven en ‘Scream VI’, que amplía la historia construida en el reinicio y abandona Woodsboro para plasmar los ataques del ahora portador de la máscara de Ghostface en Nueva York, donde se han instalado las hermanas Carpenter, interpretadas por Melissa Barrera y la ascendente Jenna Ortega. Esta sexta parte logra aplacar el descontento por la ausencia de Sidney Prescott (el rol de Neve Campbell), vacío que convierte a Courteney Cox en el único rostro presente en toda la franquicia. Lo consigue por lo juguetona y entretenida que resulta para los espectadores familiarizados.
Sus autores avanzan en las variaciones sin alejarse del canon del que beben, aspecto anunciado en el perfil atípico de la secuencia de apertura. Retienen su efecto la manera en que se plasman los intentos de acuchillamiento (más brutales), los nexos con lo previo (Gale, el regreso de Kirby, la oscura herencia de Sam), la forma de llevar la mirada hacia los distintos sospechosos y, por supuesto, la carga de metacine y autoconsciencia (la alusión a la secuela de la ‘recuela’).
El filme ofrece momentos vistosos (el de la escalera, el del metro, lo relacionado con el museo), exhibe buenas ideas y no deja los ligeros sinsabores que, dentro del mencionado interés, generaba el título precedente, lo que no quita que haya cosas que sigan chirriando. Algunas enlazan con el juego promovido, que culmina con un cierre felizmente pasado de vueltas y con la sugerencia del componente subversivo aplicado.
