Los ladrones se llevaron de la Seo más de los 583 libros reconocidos oficialmente

El expolio, liderado por el italiano Enzo Ferrajoli, se remonta a la década de los años 50 del siglo XX

Biblioteca de la Seo en Zaragoza
Los manuscritos e incunables desaperecieron de la biblioteca de la catedral en Zaragoza

Un día de 1957, José Goñi, canónigo archivero de la catedral de Pamplona, hizo un descubrimiento enojoso: se le había velado parte de un carrete de fotografías que había tomado en Zaragoza. Goñi se había comprometido a ayudar a un profesor alemán en su investigación y había viajado a la capital aragonesa para fotografíar un manuscrito de la biblioteca de la Seo. Se veía obligado a repetir el viaje y, semanas después, se encontró con la sorpresa de su vida: el libro había desaparecido y ni siquiera quedaba testimonio de que alguna vez hubiera estado allí.

Este episodio fue uno de los motivos, no el único, de que saliera a la luz uno de los expolios bibliográficos más importantes de Europa, el llamado ‘robo de los manuscritos de la Seo’. Del caso se han ocupado investigadores como Eloy Fernández Clemente (‘Andalán’, 1 de octubre de 1985, consultable en la Biblioteca Virtual de Aragón), Antonio Gascón Ricao (serhistorico.net) y más recientemente John Paul Floyd (en ‘A Sorry Saga’). Todos han aportado información importante, aunque hoy, 60 años después de la sentencia con la que se quiso cerrar el caso, quedan muchas zonas oscuras.

La columna vertebral de todo es el encuentro, presumiblemente a mediados de 1952, del italiano Enzo Ferrajoli y la biblioteca de la catedral. Ferrajoli era un importante librero anticuario barcelonés, un apuesto napolitano que había llegado a España como voluntario para luchar con las tropas de Franco y que luego decidió quedarse. Tenía un relevante papel social en la capital catalana, en parte por méritos propios y en parte porque había contraído matrimonio con la hija de un destacado miembro de la burguesía local.

Se ignora por qué Ferrajoli puso sus ojos en Zaragoza, aunque se sabe que, acabada la Guerra Civil, estuvo en la ceremonia de la primera piedra del Sacrario Militare Italiano del actual paseo de Cuéllar. En el juicio posterior aseguraría que libros procedentes de la biblioteca catedralicia estaban llegando al mercado anticuario desde principios del siglo XX. Quizá eso le atrajo a la capital aragonesa. "Hay testimonios de los años 20 que describen el 'lamentable estado' de la biblioteca –apunta John Paul Floyd–. Está claro que las condiciones eran caóticas, y no es de extrañar que algunos libros desaparecieran antes. Pero el expolio a gran escala fue en los años 50".

Marzo de 1961: llega la Policía

Ferrajoli se encontró con una biblioteca falta de medios (el país aún arrastraba las penurias de posguerra), mal organizada y sin un control de acceso razonable. Hoy estas cuestiones resultan escandalosas porque las medidas son estrictas, pero seguramente cualquier biblioteca catedralicia española de la época se encontraba en situación muy parecida.

El librero italocatalán empezó a visitar con frecuencia Zaragoza, alojándose en el Gran Hotel y ganándose la confianza del responsable de la biblioteca, Leandro Aína, y de su secretario, Salvador Torrijos. Les envolvió en sus agasajos, alardeaba de sus relaciones en el Vaticano... Empezó entregándoles dinero para celebrar misas por su suegro y acabó empujándolos a la tentación: diez mil pesetas por tres libros que estaban repetidos en la biblioteca: un tomo de los ‘Anales’ de Zurita, los ‘Anales’ de Argensola y la ‘Relación histórica del viaje a América Meridional’ de Jorge Juan y Ulloa. Así, según se vio en el juicio, empezó todo.

Páginas pertenecientes a dos de los manuscritos desaparecidos en la Seo de Zaragoza y actualmente en Estados Unidos.
Páginas pertenecientes a dos de los manuscritos griegos desaparecidos en la Seo de Zaragoza y actualmente en Estados Unidos.
Universidad de Yale

Las transacciones continuaron, con lotes cada vez mayores y piezas más importantes, hasta que el 17 de marzo de 1961 Ferrajoli fue detenido en Barcelona y la Policía se incautó en su casa de algunos libros procedentes de la Seo, encuadernaciones sueltas y numerosa documentación. Ingresó al día siguiente en la cárcel de Torrero a la espera de juicio, al igual que Jerónimo Sebastián, portero de la biblioteca, que durante un tiempo se ocupó de ayudar a Ferrajoli a transportar los libros al Gran Hotel. Los religiosos involucrados en el caso, en virtud del Concordato con la Santa Sede, fueron confinados en sendos conventos.

Asunto espinoso fue calcular el volumen de lo robado. Porque los involucrados habían tomado precauciones, cubriendo los huecos dejados en las estanterías con volúmenes menos valiosos que los que desaparecían, cambiando encuadernaciones y, sobre todo, eliminando las correspondientes tarjetas del fichero general. La figura clave en el proceso fue Pascual Galindo, canónigo que en los años previos, durante la Guerra Civil, había elaborado un inventario de las obras más valiosas de la biblioteca. Y tenía copia. Antes del juicio, Galindo se había dado cuenta del expolio, había informado de él al arzobispo Casimiro Morcillo y le había convencido de la necesidad de formar un tribunal eclesiástico que se ocupara de esclarecer el caso sin escándalo. Pero la dimensión de lo ocurrido era tan grande que finalmente intervino la justicia ordinaria.

Un testigo llamado Jordi Pujol

Galindo cotejó sus fichas con las existencias reales de la biblioteca y dio a la imprenta la lista de lo que faltaba. Publicó ‘Manuscritos, incunables y raros’, un librito que es un enigma en sí mismo: en sus páginas no se indica el autor, el origen o la finalidad de la lista de libros allí recogidos. Al parecer, se envió un ejemplar a cada institución que pudiera haber comprado libros procedentes de la Seo para reclamárselos. En sus páginas, Galindo describe 107 manuscritos, 180 incunables y 278 libros raros, impresos después de 1500. En total, 565 ejemplares: dos más de los que se citan en algunas fuentes y 18 menos de la cifra que se manejó durante el juicio (en las sesiones se hablaba de 583 volúmenes con 761 obras diferentes encuadernadas en ellos). Para acabar de complicar la cosa, John Paul Floyd, en fuentes que hasta ahora no se habían manejado, ha encontrado más libros desaparecidos (entre otros, los vinculados al Mapa de Vinlandia), por lo que las cifras oficiales son cortas para evaluar lo robado. En el juicio, sin embargo, solo se acusó a los implicados de la desaparición de 110 volúmenes.

"La explicación puede estar en el hecho de que al principio Ferrajoli admitió la compraventa de solo un centenar de libros de la Seo –señala Floyd–. Quizás al fiscal le resultó más fácil basar su caso en esta confesión, que intentar demostrar todo lo demás".

Páginas de dos de los manuscritos latinos desaparecidos de la Seo y que se conservan hoy en Estados Unidos.
Páginas de dos de los manuscritos latinos desaparecidos de la Seo y que se conservan hoy en Estados Unidos.
Heraldo.es

El juicio se celebró a puerta cerrada. Como anécdota cabe señalar que la defensa llamó a declarar a un ex-preso que durante su estancia en la cárcel de Torrero había fraguado cierta amistad con Sebastián y Ferrajoli: Jordi Pujol, el que luego sería presidente de la Generalitat. La sentencia se emitió el 13 de octubre de 1964. Ferrajoli fue condenado a 8 años y un día de cárcel; Leandro Aína y Salvador Torrijos, a 2 años, 4 meses y un día; y Jerónimo Sebastián a 4 años, 2 meses y 1 día. Ninguno cumplió su sentencia. Para cuando el Supremo las confirmó, el 3 de junio de 1967, Ferrajoli estaba hospitalizado, grave. Falleció el 27 de agosto de ese año. Los sacerdotes estuvieron unos meses en prisión y fueron indultados por el Gobierno, y el portero de la biblioteca recibió su indulto al año siguiente.

Mentiras y medias verdades

Buena parte de esta historia ya se conocía. Pero novedosa es la información que aporta John Paul Floyd en su libro sobre cómo se manejó el tema fuera de España, con documentos estrictamente confidenciales incluidos.

"Cuando el escándalo de los manuscritos griegos (un importante conjunto dentro de lo robado) saltó a los periódicos en 1964, la Universidad de Yale reconoció abiertamente que su biblioteca poseía material procedente de Zaragoza. No hubo intento de encubrimiento por parte de Yale", destaca. Pero no fue así en todos los casos. El British Museum, en cambio, ocultó a las autoridades españoles que había comprado piezas procedentes de la catedral zaragozana.

Lo que sorprende, años después, es lo relativamente rápido que se cerró todo: muerto por enfermedad el cerebro del expolio, el resto de los implicados recibió un indulto exprés de las autoridades franquistas. Se recuperaron unos ejemplares que se le encontraron a Ferrajoli y seis que había comprado de buena fe el bibliófilo zaragozano Enrique Aubá, absuelto en el juicio. El agregado cultural de la embajada española en Londres, Xavier de Salas, presionaba mucho a los responsables del British Museum pero le nombraron subdirector del Prado y regresó a España. Un nuevo arzobispo de Zaragoza, Pedro Cantero Cuadrado, clamó en las páginas del ‘Sunday Times’ londinense que quería "que los libros vuelvan ya", pero el suyo fue un grito en el vacío. Las autoridades españolas se olvidaron pronto del asunto y la arena del tiempo lo cubrió todo.

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