LETRAS EUROPEAS. ARTES & LETRAS

Stefan Zweig, el dolor de la guerra. Retrato de un escritor que se sentía muy europeo

Memoria de un periodista y escritor que firmó grandes libros como ‘El mundo de ayer’ o 'Novela del ajedrez' y sedujo a muchos lectores

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Stefan Zweig y su segunda esposa Lotte Altman.
Archivo HA.

"Basta un año para sumir al mundo en la miseria absoluta». La vida del escritor austríaco Stefan Zweig es «una lente potente que refleja un tiempo trascendental», el que le hizo atravesar dos espantosas guerras mundiales y el tiempo de malestar creciente que transcurrió entre ellas. En febrero de 1942, Zweig decidió poner fin a su vida en Petrópolis, Brasil, un lugar cualquiera del fin del mundo a donde fueron a parar sus nervios gastados de otros exilios y donde no pudo atisbar la posibilidad de un futuro. Otros antes que él ya habían muerto víctimas de la misma derrota moral: Joseph Roth, Erns Weiss, Toller o Walter Benjamin. Pero, ¿cómo es posible, se preguntaba Erika Mann, «que no reconocieran la maldad explícita de los nuevos dioses en los que tan claramente afloraba lo catastrófico?».

En la vida de Zweig hubo pocos períodos de tranquilidad, quizá solo el tiempo anterior a la Primera Guerra Mundial, ese mundo del pasado que relata magistralmente en su autobiografía ‘El mundo de ayer’ (Acantilado y Alianza). Como cualquier joven vienés de clase social privilegiada de finales del siglo XIX y principios del XX, vivió dedicado al estudio y a los placeres propios de la burguesía europea en un mundo sin incertidumbres ni perturbaciones: conciertos, teatro, literatura, tertulias apasionadas en cafés con nombre propio y largas estancias en las capitales europeas de moda, París, Praga, Berlín.

Zweig presiente que se avecina otro momento crítico en la historia de Europa. Sabe que es sospechoso por ser judío, afín al partido socialdemócrata (ilegalizado en 1934) y haber visitado la Unión Soviética para participar en un homenaje a Tolstoi.

Cuando en agosto de 1914 Alemania declara la guerra a Rusia y se desata, de forma inesperada y repentina, la mayor catástrofe que el ser humano hubiera podido imaginar, Zweig tiene 33 años y como convencido pacifista y ciudadano del mundo sufre un golpe desgarrador. La guerra significa «espanto y miseria» y le duele ser testigo de la aniquilación de Europa y la destrucción de la solidaridad. En este momento de profundo desasosiego, Friderike von Winternitz, una vienesa culta y admiradora suya, proyecta, con su paciencia y comprensión, un potente foco de luz en el largo túnel de inquietud que atraviesa el escritor. Se casan en 1920 y durante más de una década comparten hogar en Salzburgo y transitan el difícil período de entreguerras.

Ella se ocupa de su salud, su bienestar emocional y su fulgurante carrera literaria. Su marido es el autor más leído de Europa y, durante el tiempo que comparten, Zweig escribe y publica gran parte de sus novelas (en las que casi no asoman las turbulencias de su espíritu) y los brillantes retratos que, desde su pasión por el conocimiento de la historia y su lúcida capacidad de análisis sicológico, dedica a personajes como María Antonieta, Balzac, Tolstoi, Dostoievski o Sigmund Freud. La intensa vida social que, con frecuencia, lo mantiene alejado de casa y el pesimismo que le provoca el deterioro político-social en Alemania y Austria dificulta la convivencia de la pareja, que se separa a mediados de los años 30. Zweig presiente que se avecina otro momento crítico en la historia de Europa. Sabe que es sospechoso por ser judío, afín al partido socialdemócrata (ilegalizado en 1934) y haber visitado la Unión Soviética para participar en un homenaje a Tolstoi.

«Estoy seguro, le escribe a Friderike, de que llegarás a ver tiempos mejores y comprenderás cómo yo, con mi “negro hígado”, no he podido esperar más»

«A partir de ahora empieza otra vida para mí». Exiliado en Inglaterra, Zweig atravesará túneles sucesivos de pérdida y angustia que nadie iluminará más. El alma del escritor es un agujero por el que se pierden sus referencias, sus amigos, sus bienes, sus manuscritos, sus libros, su música, su patria y su lengua materna alemana, en otro tiempo altar de músicos, escritores y filósofos y ahora responsable sonora de los gritos de los campos de concentración y las cámaras de gas. Cuando las bombas de Hitler amenazan Inglaterra y la cruz gamada ondea en la torre Eiffel de París, Stefan Zweig, ya para siempre apátrida, con sus libros quemados por los nazis, despojado de todo y perdida la fe en la humanidad, emprende un camino de no retorno.

«El exilio imposible». En febrero es verano en Petrópolis. En un porche cubierto rodeado de hortensias Zweig corrige su autobiografía y completa el borrador de una novelita sobre ajedrez. Le acompaña y ayuda Lotte Altman, su segunda mujer treinta años más joven. Sus vidas caben en una maleta que va perdiendo peso y cordura a medida que la soledad acaba por arrinconarles en este paraíso obligado de lengua, paisaje y paisanaje ajenos. Cuando el gobierno de Brasil amenaza con tomar el derrotero de los nazis, el humanista colombiano Germán Arciniegas les ofrece la última posibilidad de salvación: iniciar un nuevo exilio en Colombia, pero ya es demasiado tarde.

Desbordado de tristeza por el pobre destino de la humanidad, Zweig decide poner fin a su vida. Junto a él, el terrible silencio de la joven Lotte, su mujer en la muerte. «Estoy seguro, le escribe a Friderike, de que llegarás a ver tiempos mejores y comprenderás cómo yo, con mi “negro hígado”, no he podido esperar más».

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