Por
  • Javier López Clemente

La tranquilidad de ser vulgar

Un momento de la representación de la obra 'Auténticos'.
Un momento de la representación de la obra 'Auténticos'.
Paladio Arte

‘Auténticos’, de la compañía Paladio Arte, se enfrenta a la pregunta de cómo ser consecuente con uno mismo para mostrarte tal y como eres en medio de una sociedad distorsionada por un ruido estridente, que impide detenerse a pensar. 

La respuesta se construye sobre una escenografía simétrica que ordena el escenario, instala una realidad alternativa, y permite que la dramaturgia hable de la vida mediante el trabajo de unos actores que dominan la acción teatral sustentada en gestos, silencios y palabras.

Los gestos abonan la relación colectiva de estar juntos y coordinados por el bien común, pero también reivindican la dispersión individualizada que muestra la alegría del juego. El silencio, más allá de su capacidad estática para poner en valor el conflicto con los sonidos a los que reta, se atreve a llevar la iniciativa eliminando las dos últimas palabras del verso más famoso de Calderón, para que el espectador rellene ese mutis o disfrute de él. Las palabras recorren la historia de la literatura entre la tragedia de la muerte, la rabia cuando te exigen castidad de perfume tenue y una fragua en la que se repiquetea un te quiero.

'auténticos' ****
Producción:Paladio Arte.
Dirección:Pablo Tercero y Marta Cantero.
Reparto:Adrián Mayorga, Miguel Gómez, Juan Antonio Martín, José David San Antolín, Rubén Pascual y Pablo Tercero. Escenografía: Marcos Carazo y Rogelio Herrero.

El mundo ordinario regresa al escenario de súbito, cuando la lucidez poética de Rubén Pascual lo pone todo patas arriba: la escenografía ahora es el desorden de lo cotidiano, los versos gritan a los cuatro vientos, y el elenco se despoja de los atributos característicos de sus personajes para mostrarnos a la persona, y sin embargo, la situación es tan teatral que se percibe como una nueva capa narrativa para mostrar la esencia del ser humano encarnada en la belleza de un cuerpo herido y, desde ahí, desde la libertad del rito y la representación, gritarle a la sociedad que el valor de cada uno de nosotros está en la tranquilidad de ser vulgar.

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