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Carmen Posadas cuenta la historia de la Humanidad a través de las mujeres espías

La escritora participa en los 'Martes de libros' de Ibercaja y habló de los personajes de su novela en episodios 'Licencia para espiar' (Planeta)

Retrato de Carmen Posadas, que acaba de publicar 'Licencia para espiar'.
Retrato de Carmen Posadas, que acaba de publicar 'Licencia para espiar'.
OLiver Duch.

Carmen Posadas (Montevideo, Uruguay, 1953), antes de sentirse atraída por los espías, se sintió un poco espía de los adultos. Sus padres eran muy sociables (él era diplomático y ella restauradora) y acogían en su casa a mucha gente. “Sí, y yo me quedaba mirando por las rejas de las escaleras o desde el jardín qué hacían, con quién charlaban. Y cuando alguien me caía mal imaginaba con mi imaginación de cinco años que era una bruja”, decía anoche en el ciclo ‘Martes de libros’, que organiza la Fundación Ibercaja, donde vino a conversar sobre su libro ‘Licencia para espiar’ (Planeta, 2022) ante más de 380 personas. Se llenó la sala y hubo gente de pie.

‘Licencia para espiar’, contó Carmen Posadas, es un viaje en el tiempo, desde 3.400 antes de Jesucristo hasta nuestros días. Desde la prostituta Rahab la larga, que fue clave para Moisés, Josué y sus descendientes, hasta el actual director de la CIA, William Burns, aunque el libro es casi por entero de "mujeres espías".

“Cuando decidí hacer un libro sobre los espías me di cuenta de que no había tanto escrito. Llamé a un amigo del Cesid y le pedí un libro práctico que me ayudase. Me dejó uno que me resultó muy aburrido y muy poco interesante. Miré en otras direcciones y me fui encontrando con muchas cosas fascinantes”, decía Carmen. Tras recordar su infancia en Uruguay, se trasladó a Moscú donde también vivió y se asomó a un mundo increíble, de espionaje y delación, que le afectó a su propia familia.

“En vísperas de casarme, y me casé en Moscú a los 19 años, pero no con un ruso, ja ja ja, mi madre habló con alguien porque necesitaba hacer algunos arreglos para la boda, y le dijo: ‘Estas cosas se hablan en el comedor’. Allí le explicó, y alguien lo estaba oyendo. Al cabo de dos o tres días vinieron los gremios y se arregló todo”, contó, y también recordó que a veces sucedía al revés: era su familia, su madre o sus hermanos quienes “oían a aquellos espías rusos hablando de sus cosas y escuchando música. Los rusos son muy melómanos”.

“¡Qué bien he dormido! En otra ocasión no les habría perdonado que me despertaran tan temprano. ¿De dónde sale esta tonta costumbre de ejecutar a la gente al amanecer?”, preguntó Mara-Hari antes de ser abatida por un pelotón de fusilamiento.

Carmen Posadas recordó a las espías ‘golondrinas’ o ‘gorriones’, las mujeres que se valían de su coquetería y su belleza para espiar, o los ‘cuervos’, hombres que hacían lo mismo. “E incluso existía otra tradición en Alemania del Este, en los días de Stasi, que lo controlaba todo, que era la Estrategia Romeo: hombres guapísimos, esbeltos como modelos, seducían a las mujeres, las hacían sentirse hermosas e importantes, las acompañaban a casa y las esperaba, en teoría, leyendo el periódico. Y lo observaban todo. Y luego, si te he visto no acuerdo. Y luego, además de saberse traicionadas, aquellas mujeres se veían metidas en auténticos líos”, dijo. 

Recordó que había otras mujeres entrenadas con mucha sofisticación, que venían desde lugares lejanos de Rusia, adiestradas para todo (con instrumentos y pistolas, con películas de carácter sexual, etc.) que siempre intentaban seducir a algún diplomático y no tenían escrúpulo alguno en hacer desaparecer a sus mujeres para ocupar su lugar. “Le pasó a mi madre, pero se dio cuenta a tiempo: los espías no hablaban ruso sino español”.

Carmen Posadas, en un retrato de archivo, en el Gran Hotel de Zaragoza.
Carmen Posadas, en un retrato de archivo, en el Gran Hotel de Zaragoza.
Guillermo Mestre.

“El espionaje también explica la historia de la Humanidad. Las mujeres han sido inteligentes y arrojadas”, explicó, y recordó un término que acuña en su libro: el ‘sexpionaje’ que explica “muchas cosas y a muchos espías, entre ellos a James Bond, que va de cama en cama. Y aquí en el libro el sexo está muy presente”. E inició su viaje: recordó a las jóvenes indias, ‘visha kanya’, ‘la doncella venenosa’, mujeres que a las que se les administraba desde jóvenes dosis de sustancias letales hasta que se inmunizaban; esas sustancia convertían sus fluidos corporales en auténticas bombas imprevistas para quien hiciese el amor con ellas. Recordó a Julio César y la relación con tres mujeres: Cleopatra, su esposa Calpurnia y su amante Servilia, madre de Bruto; en aquel tiempo de augures y oráculos nadie pudo detener su muerte a cuchilladas.

En la Edad Media recordó a María Pérez la Balteira, aquella mujer que decidió sumarse a la corriente de trovadores y juglares, entre ellos había muchos espías. “Y ella colaboró para que Alfonso X el Sabio no perdiese el reino”. Carmen Posadas recorre otros períodos y distintas latitudes: habla de Felipe II y de la intérprete nahua Malinche, de la ambigua Charles-Genviève de Beaumont, más tarde mademoiselle Lía de Beaumont, que confundió y sedujo a Giacomo Casanova; no podía faltar la Guerra de la Independencia, y una mujer rondeña que hace pensar en Carmen. 

Y no falta Mata-Hari, que “era bella, no debía bailar demasiado mal, solía hacerlo desnuda, y por eso todo le resultaba algo más fácil, se acostó con medio mundo, desde los reyes a la nobleza, pero como espía era mala. Muy mala. Siempre la cogían”. Y acabó de la peor manera. Eso sí, humor no le faltó: “¡Qué bien he dormido! En otra ocasión no les habría perdonado que me despertaran tan temprano. ¿De dónde sale esta tonta costumbre de ejecutar a la gente al amanecer?”, preguntó antes de ser abatida por un pelotón de fusilamiento.

“Vengo de un país y de un continente donde la narrativa oral es muy importante y por eso comunicarme con ellos es esencial. Siempre pienso en mis lectores”

También habla de Wallis Simpson, compinchada con Hitler para devolver a Eduardo VIII a la corona; de Caridad Mercader que empujó a su hija para que acabase con León Trotski o de la mismísima Josephine Baker, que espió para la resistencia. “Todo lo que cuento es verdad, lo he leído. Jamás se me habrían ocurrido historias como las que aquí se cuentan. En el libro cada pieza presenta una doble estructura: por una parte se ofrecen los datos, de modo más pedagógico o didáctico, y luego yo recreo un hecho real o que pudo haber pasado así y cuento historias semejantes, y hago hablar a mis personajes”. William Shakespeare acudió a su ayuda en muchas ocasiones. Deslizó: “Si el escritor hubiera conocido a esta mujer, Caridad Mercader, Lady Macbeth se quedaría pálida a su lado”.

Carmen Posadas no paró de contar y contar y contar ante los ojos grandes y abiertos del público en las salas de Ibercaja, dentro del ciclo 'Martes de libros'. “Me importan los lectores. Claro que sí. Son importantes. A mí me gusta establecer un acto de comunicación con ellos. Vengo de un país y de un continente donde la narrativa oral es muy importante y por eso comunicarme con ellos es esencial. Siempre pienso en mis lectores”, confesó.

Parece que lo logró de sobras. Firmó y firmó, y recibió muchas muestras de cariño de mujeres y hombres. Y luego se marchó a Madrid a dormir. Allí también se percibe el frío, pero no existe el látigo del cierzo.

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