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Bernardo Díaz Nosty sigue el rastro de 200 corresponsales del mundo por Aragón

El historiador ofrece en Renacimiento la extensa monografía ‘Periodistas extranjeras en la Guerra Civil’

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La vida cotidiana en el frente de Aragón.
Margarethe Michaelis/Renacimiento.

ZARAGOZA. «Mi vida es sumamente incómoda y agitada, pero fascinante. No quiero hacer otra cosa. Es como sentarse en la primera fila a ver el drama del mundo. No es un profesión, es una forma de vivir», escribió la periodista y poeta norteamericana Paula Lecler, que había recorrido 100.000 millas (más de 160.000 kilómetros) para ejercer el periodismo. La frase no es caprichosa ni atrabiliaria, y en cierto modo abarca a las 200 periodistas extranjeras que acudieron a España, entre 1936 y 1939 para contar qué sucedía en una guerra moderna y desmesurada.

El libro ‘Periodistas extranjeras en la Guerra Civil’ (Renacimiento. 851 páginas), de Bernardo Díaz Nosty, se presentó en el Centro de Prensa e intenta abordar «el papel de las mujeres periodistas que informaron sobre el conflicto bélico, y profundiza en una ‘lectura femenina’ de la guerra», dice Victoria Camps.

El volumen es impresionante porque el autor, profesor y experto en historia contemporánea estudia la trayectoria de estas mujeres, no siempre reporteras clásicas, «que afrontaban su cometido, más pegadas al dolor y al sufrimiento de las víctimas –en las morgues, hospitales, mercados, visitando pueblos– que pendientes de los avances militares en el frente de batalla», subraya la corresponsal Almudena Ariza.

El libro reconoce la importancia de las voces de la mujeres extranjeras y ofrece una visión nueva, más humana y también distinta: no solo se habla de periodistas próximas al Gobierno de la II República sino al bando insurrecto. Hay reporteras muy distintas: desde Australia y Estados Unidos a Francia e Inglaterra, y no todas eran estrictamente periodistas o fotógrafas, sino mujeres más o menos indómitas, incluso amas de casa que se sentían atraídas por lo que estaba sucediendo.

Díaz Nosty cuenta historias de militancia o de simpatía política (hubo mujeres que se sentían atraídas por los anarquistas, por ejemplo), narra historias de amor sumamente atractivas, analiza la presencia de algunas mujeres que hoy son famosas, como las escritoras Dorothy Parker, Lilian Hellman, Jessica Mitford. Marrion Merriman (Estados Unidos, 1909-1991) vino en busca de su marido, Robert Merriman, que perdería la vida en Belchite. Es una de las historias más bonitas y dramáticas del libro.

«Mi vida es sumamente incómoda y agitada, pero fascinante. No quiero hacer otra cosa. Es como sentarse en la primera fila a ver el drama del mundo. No es un profesión, es una forma de vivir», escribió Paula Lecler

Díaz Nosty ha hecho un trabajo muy exhaustivo y ha rastreado crónicas y reportajes en la prensa de la época. El autor también cuenta historias de matrimonios más o menos célebres: el caso de Henriette Nizan, esposa de Paul Nizan, que vino de inmediato a España y escribió: «No teníamos ningún papel en regla, ni visa ni pasaporte. Queríamos pasar la frontera hacia Cataluña, que sabíamos que era republicana». Otro relato curioso es el de Clara Malraux y André Malraux. La Guerra Civil española, en el fondo y en la forma, supuso su ruptura: los dos se fueron alejando y al final la pareja se truncó. Malraux, aunque no llegó a estar en Teruel, le dedicó una novela, ‘La esperanza’, y también rodó un documental: ‘Sierra de Teruel’.

El eco continuo de Aragón

Si hay algo que se percibe en el libro es la presencia constante de Aragón en la existencia y el itinerario de estas mujeres. Rosa Arciniega (Áncash, Perú, 1903 – Buenos Aires, 1999), gran amiga del gran narrador aragonés Benjamín Jarnés, y amor platónico, escribía sobre los sublevados: «¿De qué manera se habrán ensañado cruelmente la sangre, la muerte y el dolor en Zaragoza, cuna del anarquismo español…?». En la capital fueron abatidos anarquistas como los médicos Moisés y José Miguel Alcrudo, pero también el joven arquitecto anarquista Federico Comps.

Aunque quizá algo menos conocida de lo que se merece, la fotógrafa Thérèse Bonney (Siracusa, Estados Unidos, 1894-París, Francia, 1978), que estuvo en Belchite y dijo que sus fotos aluden a «la verdad por la que respondo». Sus instantáneas de los refugiados españoles en Argelès-sur-Mer son conmovedoras.

Hay otras dos fotógrafas que visitaron los frentes aragoneses: Margaret Michaelis y Kati Horna, a las que acabamos de ver en las salas de la Diputación de Huesca en la muestra ‘Las cajas de Ámsterdam’. Son espléndidas.

La enfermera Hogdson

En Tardienta, en 1936, murió Felicia Browne «la primera voluntaria británica muerta» el 25 de agosto de 1936. «Participaba en una acción contra un tren de municiones de los rebeldes. Su cuerpo no pudo ser rescatado», se dice; un periodista y comandante recuperó su cuaderno de bocetos. Después se editaría «un folleto con los apuntes del frente de Aragón destinado a la recaudación de fondos para la ayuda médica en España». Otra muy curiosa fue la articulista holandesa Fanny Schoonheyt, apodada ‘la heroína de Almúdevar’.

En el volumen, lleno de fotos y de referencias, Aragón está por todas partes. Las periodistas, articulistas de prensa, escritoras o fotógrafas, que también son bastantes, dejaron su mirada sobre el país, y también su estupor.

Hay críticas y elogios a Franco, hay viajes a Guernica (que interesa mucho) y al sur, pero también al frente del Ebro y al de Aragón, que generó muchos episodios y textos, y no solo de George Orwell. Estas mujeres que a veces se comportan como heroínas firmaron reportajes, crónicas, dejaron cuadernos de dibujos, diarios, redactaron cartas. Soñaron. En sus materiales aparecen Zaragoza, la batalla de Teruel, Belchite y las tierras oscenses. Uno de los testimonios más impactantes es el de Agnes Hodgson (Melbourne, Australia, 1906-1984), que anduvo por Sariñena, Poleñino y Grañén, entre otros lugares, y escribió su diario ‘A una milla de Huesca’ (PUZ):«Han bajado a una anciana de 90 años, ciega y sorda, a punto de ser evacuada. Su único hijo ha muerto. Pregunta entre gemidos por qué ella, vieja, enferma y cansada de vivir, se había salvado y, en cambio, su hijo ha muerto».

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