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El Centro Aragonés de Barcelona: un faro social de intercambio y convivencia

El arquitecto Miguel Ángel Navarro concibió un gran edificio, con teatro añadido, de más de mil metros cuadrados que se inauguró en 1916

Celebración del centenario del Centro Aragonés de Barcelona en 2009, en su Teatro Goya.
Celebración del centenario del Centro Aragonés de Barcelona en 2009, en su Teatro Goya.
Juan Carlos Arcos/Heraldo.

El Centro Aragonés de Barcelona, que acaba de ser cedido al Gobierno de Aragón, se creó en 1909, en el año de la Semana Trágica, en el tiempo en que el modernismo agrupaba a Gaudí, Picasso, Ramon Casas, Santiago Rusiñol y a un gran escultor de Maella como Pablo Gargallo. La idea fue amasándose en varias reuniones y cristalizó el 3 de enero de ese año. El primer presidente, más bien fugaz, fue Tirso Ortubia, que cedería su puesto a Hermenegildo Gorría Royán, un sabio en ingeniería agrícola, farmacia y arquitectura. De algunos debates surgiría la Junta Directiva y la Junta Consultiva, y se redactaron los estatutos.

La fundación se vivió por todo lo alto: se hizo un gran banquete para 800 personas en el Teatro Condal y en el Palacio de Bellas Artes, y por la tarde se organizó un festival de jota y rondalla. A finales de año, el Centro Aragonés de Barcelona –que se mudaba continuamente de sedes- contaba con 1.300 socios y algunos disidentes, que fundarían en marzo de 1914 el Centro Obrero de Barcelona. Los aragoneses de Barcelona tenían una gran personalidad y un vínculo indestructible con su tierra: cuando Costa enfermó la directiva, preocupada, mantuvo correspondencia con sus familiares. Y algo más tarde se pensó en la necesidad de contar con un edificio propio. Se adquirió un terreno de 1.240 metros, que antes había sido el convento de Valdonzella, y se buscó un arquitecto: el elegido fue Miguel Ángel Navarro (1883-1956), hijo de Félix Navarro, que se trasladó a Barcelona para ver el espacio y concibió un lujoso y ambicioso edificio cuyas obras comenzaron el 31 de mayo de 1914.

Se adquirió un terreno de 1.240 metros, que antes había sido el convento de Valdonzella, y se buscó un arquitecto: el elegido fue Miguel Ángel Navarro (1883-1956), hijo de Félix Navarro, que se trasladó a Barcelona para ver el espacio y concibió un lujoso y ambicioso edificio cuyas obras comenzaron el 31 de mayo de 1914.

No se menospreciaron los símbolos ni la pasión aragonesista. Y se llevaron tres piedras de cada provincia: un de la muralla romana próxima al Ebro, en Zaragoza, junto al convento del Santo Sepulcro; otra del torreón de Andaquilla, de Teruel; y otra de Huesca, recogida de la vieja muralla de la ciudad en la ronda de Montearagón. El empeño de Navarro constaba de sótanos, planta baja, dos plantas repartidas, y tendría un teatro, el Goya, para 1.000 espectadores, que se convertiría en uno de los más importantes de la ciudad por el que pasarían, entre otros, actrices como Raquel Meller y Margarita Xirgu. Lógicamente hubo mucha presencia aragonesa: entre ellos, el prócer zaragozano Basilio Paraíso, una figura central de la Exposición Hispano-Francesa 1908, fue el responsable de la decoración de los cristales policromados de los pueblos de Aragón con su empresa La Veneciana.

El proyecto tuvo otros apoyos: el consistorio de Zaragoza, del que era alcalde José Salarrullana de Dios, aprobó la concesión de 8.000 pesetas (algo menos de 50 euros de hoy) durante ocho años. La sede, por fin, se inauguró el 7 de septiembre de 1916 y hacía chaflán o enlazaba dos calles: Torres Amar y Poniente, que en 1923 pasaría a llamarse Joaquín Costa. Nada más y nada menos. Desde Zaragoza acudió una gran comitiva donde destacaban, además de las autoridades, dos grandes cronistas: José Blasco Ijazo, el autor de ‘Aquí Zaragoza’, y Juan José Lorente, el hombre que descubrió en el campo al joven violinista Simón Tapia Colman. Presidieron el evento el alcalde de Barcelona y el de Zaragoza. La comida tuvo lugar en el Mundial Palace y acudieron 500 invitados. Hubo jotas, toros, se organizó una exposición de arte (con obras Julio García Condoy, Mariano Barbasán, Joaquín Pallarés, Gascón de Gotor, Salvador Gisbert, el citado Gargallo y Marín Bagüés, entre otros) y se dedicó un número especial del ‘Boletín’ al acontecimiento.

Aspecto exterior del edificio que concibió Miguel Ángel Navarro en 1914.
Aspecto exterior del edificio que concibió Miguel Ángel Navarro en 1914.
Juan Carlos Arcos/Heraldo.

A partir de ese momento, con ilusiones y tensiones, se iniciará la gran tarea del Centro hasta la Guerra Civil. Y la política siempre estuvo presente e incluso suscitó numerosos debates que afectaron no solo a la Junta Directiva sino a varios presidentes. El mismo ‘Boletín’, que es como el registro de todos los vaivenes y mudanzas ideológicas, fue siempre el estandarte de las tensiones y también del amor incuestionable a la tierra que se había dejado atrás. El propio pintor Joaquín Sorolla publicó una carta en él. Y, como curiosidad, Ramón y Cajal mandó otra epístola a esa casa de sus paisanos en tierra ajena.

En la posguerra se reformaron los estatutos, se creó la Agrupación Montañeros de Aragón y se firmó un acuerdo de colaboración con la Institución ‘Fernando el Católico’, que se ha mantenido hasta hoy

El Centro sería también el escenario de batallas dialécticas de Gaspar Torrente, director la revista ‘El Ebro’, de Isidro Comas Macarulla, que fue el dinamizador de las ‘Tertulias Aragonesas’, de todos los jueves, y de Julio Calvo Alfaro, director de la revista de la Unión Regionalista Aragonesa. A la vez hubo constante cambios de presidentes y un intenso menú de actividades: se creó un grupo excursionista; el Orfeón ‘Goya’, con 82 voces masculinas y femeninas, dirigido por Mariano Mayral (llegó a actuar en el Liceo), nacieron los Juegos Florales de la Corona de Aragón, y surgieron los distintos equipos deportivos. Y se cuenta que Alfonso XIII en una visita al Pueblo Español asistió a un recital del jotero José Oto, con el Orfeón Goya y la rondalla del Centro Aragonés.

En 2013 recibieron la Medalla del Centro Aragonés Gonzalo Borrás, Guillermo Fatás, Carlos Forcadell y José Verón Gormaz. El cuarto por la izquierda es el presidente Jacinto Bello.
En 2013 recibieron la Medalla del Centro Aragonés Gonzalo Borrás, Guillermo Fatás, Carlos Forcadell y José Verón Gormaz. El segundo por la derecha es el presidente Jacinto Bello.
Oliver Duch.

Los años inmediatos de la posguerra no fueron nada fáciles. Pero hacia 1952, con la llegada de Antonio Irache a la presidencia, cambió el panorama: se le dio un gran protagonismo al pintor e ilustrador, zaragozano y residente en Barcelona, Guillermo Pérez Baylo, que creó un estudio de pintura y dibujo, y realizó numerosos murales que aún se pueden ver. Se reformaron los estatutos, se creó la Agrupación Montañeros de Aragón y se firmó un acuerdo de colaboración con la Institución ‘Fernando el Católico’, que se ha mantenido hasta hoy.

En 1959 se celebraron las bodas de oro del Centro. Posteriormente se multiplicaron las peñas, y en 1966 nació la Peña ‘Huesca’. Con el paso de los años, el Centro Aragonés sería el foco de reunión de gentes próximas al espíritu de ‘Andalán’ y de los nuevos tiempos: convivían historiadores, periodistas, escritores. Y nunca ha dejado de realizar exposiciones artísticas, de fortalecer y enriquecer su impresionante biblioteca de más de 14.000 volúmenes (ha tenido en Cruz Barrio a una referencia absoluta), de organizar presentaciones de libros de autores aragoneses (por allí pasaron Tomeo, Pisón, Grasa, Melero, Verón Gormaz, la lista es inmensa...), sobre todo, de organizar ciclos de conferencias y conciertos, y de albergar un montón de colectivos que encuentran allí una conexión permanente con Aragón y con su propia identidad. Se remodeló el Teatro Goya, que gestiona el grupo Focus, y se inauguró en 2008.

En el centenario de 2009 se instalaron dos murales de Jorge Gay y se realizó una gran gala conducida por Luis del Val y Carmen París. El nuevo presidente Jesús Félez se encontró con una situación insostenible y ha buscado la ayuda del Gobierno de Aragón, que dispone ahora de un escaparate para el intercambio y la convivencia y el impulso cultural si se atreve a ser creativo, generoso y dinámico, y no se deja avasallar por el peso de la burocracia.

Carmen París en la gala del centenario de 2019.
Carmen París en la gala del centenario de 2019.
Juan Carlos Arcos/Heraldo.
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