'Armaggedon Time': los cambios que llegan

Algunos directores son menos conocidos de lo que deberían, lo que no impide que los entendidos sepan apreciar sus películas. En esa categoría de autores aparece sin duda James Gray por una trayectoria como la que expresan ‘Ad Astra’ y ‘Z. La ciudad perdida’ y, antes, ‘El sueño de Ellis’, ‘Two Lovers’ y ‘La ciudad es nuestra’. En ‘Armageddon Time’ canaliza la inspiración autobiográfica con la virtud de que no incurre en esos vicios que suelen asomar cuando un cineasta mira a lo propio. Su simbólico título guarda sentido sociopolítico pero ante todo se refiere al ‘fin del mundo’ personal, a lo que se va, lo que llega y lo que hay que aceptar. Gray coloca frente a los cambios que trae la vida y expone su efecto desde la mirada de un chico de clase media en la Nueva York de 1980 en manifestación del choque interior al comprobar la realidad. La obra transmite y deja cosas dentro por su descripción de personajes y situaciones, la dimensión de varios de sus momentos y los múltiples aspectos que promueven la evocación.

Gray habla de la dispersión y la huida juveniles (meritoria presentación de Banks Repeta), de ilusiones y ensoñaciones todavía inocentes, de las expectativas de los padres respecto a los hijos (el colegio elitista, su futuro) y a la mejoría familiar (el sueño americano), de la figura proyectada por el abuelo cercano y sabio (Anthony Hopkins en un papel de los que perduran) y de esa amistad que queda grabada a la vez que se sabe que los caminos van a ser distintos. Aunque la historia alude a Reagan y a los Trump, el discurso de mayor carga política de Gray está en cómo a través del vínculo entre Paul y el joven negro sin recursos y consciente de sus circunstancias resalta que la sociedad y la vida son injustas. De ahí también el descontento escenificado en el cierre. En el revestimiento del relato, este remite asimismo al pasado familiar, a los recuerdos y al origen (los que emigraron).