música

Pagar por tocar

La gran mayoría de cantantes y bandas aragonesas se enfrentan a la extrema dificultad para ofrecer actuaciones. Los múltiples gastos que conllevan provocan que las cuentas no salgan. Y tocar fuera de la Comunidad se ha tornado en una rareza.

Concierto de Domador el pasado viernes en la Lata de Bombillas.
Concierto de Domador el pasado viernes en la Lata de Bombillas.
Toni Galán

Realizar un concierto y, además de no cobrar por ello, tener que sufragar las pérdidas, se ha convertido en una lamentable realidad para muchas bandas aragonesas y del resto del país. Una situación que evidentemente no padecen los grupos más renombrados, pero que está muy extendida en la gran mayoría, aquellos que habitan en un estadio medio-bajo de popularidad, y los noveles. La consecuencia más directa es que ofrecen contadísimas actuaciones a lo largo del año y que salir de gira fuera de su radio de acción más próximo se ha convertido en una quimera o a sinónimo de estar dispuesto al sacrificio de entregar tiempo y dinero en pos de ese anhelo.

"Si no eres un grupo conocido, que te llamen para tocar en una sala o en un festival es difícil. Y si llamas tú, las condiciones no siempre son ‘aceptables’. Antes nos gastábamos nuestros ahorros en tocar en según qué sitios, ahora los gastamos en cerveza y nos las bebemos en el local", explica Rubén Clavería, integrante de Domador, dúo oscense con 15 años de trayectoria y cinco discos, el último de los cuales, ‘El mal menor’, presentaron el pasado viernes en la Lata de Bombillas de Zaragoza.

El baterista desgrana las dificultades a las que se enfrentan a la hora de conseguir ‘bolos’: "Siempre hay que hacer cabriolas entre trabajo, familia y el grupo. En ocasiones, realizamos esfuerzos personales dejando de lado cosas para poder tocar en directo. Además, mover todo el equipo siempre es económicamente costoso y no siempre sale a cuenta. Si a todo esto le sumas el poco interés cultural… Aunque están cambiando las cosas". Y detalla las facturas económicas que supone : "Coche personal, gasolina, alojamiento, dietas… Todo eso sale de nuestro bolsillo, del poco caché que te puedan pagar o de la venta de entradas. Ergo, casi siempre salimos a ‘lo comido por lo servido’ si son conciertos en localidades lejanas".

Cae la demanda

Un relato muy parecido al que ofrece Sergio Vinadé, antes en El Niño Gusano y desde 2002 en Tachenko. Pese a tratarse de dos bandas de trascendencia en la escena de pop independiente nacional, su discurso es pragmático y no muy soleado. "La demanda de grupos de nuestro perfil ha decrecido. Ha habido muchísima oferta de grandes eventos que ya no cuentan con bandas como nosotros y la audiencia para eventos pequeños y salas es cada vez menor. Eso lo hemos notado mucho. Hay muchos sitios donde podrías ir a tocar, pero si la demanda ha caído y los costes han subido, es muy difícil", sintetiza.

Pese a que todavía esta reciente su último lanzamiento, ‘Las discotecas de la tarde’, en 2022 sus actuaciones se cuentan con los dedos de una mano: Madrid, Barcelona, Galicia y Aragón. La palabra gira se ha tornado en una excepción. "Los tiempos cambian. Antes podías hacer un ‘tour’ de conciertos sin problema y con poco coste, pero ahora es prácticamente imposible, a no ser que te vaya muy bien. Y ese no es nuestro caso ahora. Tenemos mucha gente que nos sigue por toda España, pero no la suficiente para llenar salas y sacar gastos de gira y un sueldo. Hay salas, de hecho la mayoría, que las alquilas para tocar. A veces la sala ejerce de promotora, pero no es lo habitual", detalla.

Ciclos y oportunidades

En otro género –la música urbana– y en otro momento vital –27 años– transita Lucas Bernal, conocido artísticamente como Lionware. Apoyado en sus millonarias escuchas en las plataformas de ‘streaming’ y a su fichaje por Warner, ha realizado una veintena de ‘shows’ en 2022: Zaragoza, Madrid, Barcelona, Salamanca, Burgos, Valladolid, Bilbao, el festival Boombastic de Asturias ante 5.000 personas... Aunque por su nuevo estatus ya no se encarga de gestionar las contrataciones, recuerda sus inicios no tan lejanos. "Cuando montaba yo mis ‘giras’, las salas cerraban casi todas las fechas con promotores de agencias. O quizá era que no me querían a mí. Pero la percepción de la música urbana ha cambiado mucho en estos últimos dos años. Además, para un músico que está empezando es prácticamente imposible cubrir el precio de la sala. Hoy en día existen artistas que explotan una canción por Spotify y luego tienen que enfrentarse a su primer escenario. El estudio y el escenario son batallas distintas", revela.

Lionware sugiere que las instituciones efectúen más guiños a la música en directo: "Sería bonito hacer ciclos musicales y ofrecer oportunidades a todos para ver conciertos, con bandas nuevas y con bandas consagradas, para quien tenga la posibilidad de pagar entrada y para quien no. Pero por favor, que no gasten dinero público en alguna estrella olvidada que se diera a conocer en algún programa de televisión y mantiene su caché al precio de hace diez años".

Ganas de carretera

La versión más optimista la aporta Delacueva, banda zaragozana nacida en 2018, que cerrará este año con unos 25 conciertos: Dubái (dieron cinco recitales representando a España en la Expo Universal), Madrid, Badajoz, Palencia, Burgos, Logroño y doblete en Zaragoza, en la plaza del Pilar y en el Teatro Principal...

"Somos un grupo joven, con ganas de hacer carretera y tocar en todas partes. La mayor dificultad es siempre la económica. Para poder tocar hace falta dinero, es así de fácil. Hay que pagar al equipo técnico que viaja con la banda, a los músicos, los desplazamientos, comidas, alojamientos, la publicidad del evento... Ahí entra en juego el nombre y el reconocimiento que tengas como artista y el curro de nuestro equipo de ‘management’ para conseguir que los promotores de eventos confíen en nosotros", relata Manuel de la Cueva, el cantante. Aunque las negociaciones con las salas no son sencillas, aboga por ir de la mano. "En este mundo hay de todo y es cierto que hay salas que pueden aprovecharse de las bandas amateurs, pero la gran mayoría son negocios éticos y gracias a ellos tenemos lugares en los que tocar. Muchas veces las salas están igual de jodidas que las bandas", concluye.

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