Carmen Posadas: "El sexo es un arma muy efectiva para el espionaje"

La escritora rescata las historias de las mejores espías de Occidente en todas las épocas en su nuevo libro 'Licencia para espiar'.

Cultura
Carmen Posadas, en el Salón de las Columnas del edificio de la Caja Rural de Aragón.
Toni Galán

Carmen Posadas (Montevideo, 1953) no conoció el espionaje a través del cine. Hija de diplomático, cuando su padre fue destinado al Moscú soviético en 1972, en plena guerra fría, ella y su familia descubrieron pronto que su embajada estaba infestada de micrófonos y que el personal de servicio informaba "de todo" a la implacable KGB. Aprendió a mantener silencio y a estar en guardia. Hoy sabe que el silencio "es el término que mejor sintetiza la labor de un espía" y admira a quienes "consiguieron convertir el espionaje en una de las bellas artes".

Su interés "por una de las profesiones más viejas del mundo" y por las mujeres que la han ejercido no dejó de crecer y culmina en 'Licencia para espiar' (Espasa). Reúne las historias de unas espías "que son más discretas que los hombres, menos vanidosas y con más recursos", a juicio de la escritora hispano uruguaya.

"Si ellos recurren al sexo, son James Bond; si lo hacen ellas, ya sabemos qué son. Pero el sexo es un arma muy efectiva para el espionaje", afirma la escritora. "Las mujeres despiertan menos sospechas en ciertos ambientes y son sumamente discretas. Y, en general, más sutiles para analizar los elementos de información", destaca. Un criterio que comparte con la anónima agente de inteligencia española que entrevista al final del libro. "Si ellos han escrito la historia y movido los hilos con mano diestra, ellas eligieron las no menos eficientes artes de la mano izquierda", resume. "Vivimos rodeados de espías por todas partes y no solamente de altos vuelos. Y algunos no son de carne y hueso", ironiza aludiendo a dispositivos con los que hablamos en nuestras casas o los teléfonos móviles.

A caballo entre la novela y el ensayo, habla de las mujeres que desde el Antiguo Testamento hasta hoy se dedicaron al espionaje "e influyeron de forma decisiva en la historia, ya fueran señoritas de la alta sociedad, apacibles amas de casa, bailarinas, cantantes, o princesas indias".

Se remonta a la peripecia de la bíblica Rahab, cuya intervención resultó crucial para conquistar la Tierra Prometida. O las de Balteira, la juglaresa gallega que lo sabía todo en el reino de Alfonso X. Salta luego a Catalina de Médicis y su "escuadrón volante", para llegar "al Siglo de Oro del espionaje, el XX", con las legendarias Mata Hari, Joséphine Baker o Hedy Lamarr.

"Hay otras espías tan secretas como 'la reina de corazones', que solo fue descubierta tras su muerte", dice. Se refiere a Larissa Swirski, agente doble durante la Segunda Guerra Mundial en Gibraltar, primero al servicio de los alemanes y que se ofreció a los aliados al saber de las atrocidades de los nazis. También descubre a "las princesas alemanas de las casas de Fürstenberg y Hohenlohe que pusieron su talento al servicio de Hitler". Y a espías españolas como África de las Heras, alias 'Patria', que alcanzó el grado de coronel de la Unión Soviética aunque procedía de una familia muy próxima a Franco y que tejió una red de espías por toda América del Sur. O de la cubana Caridad Mercader, participante en uno de los complots más importantes del siglo XX, para asesinar por orden de Stalin a su enemigo León Trotski en México.

Fascinada por "quienes eligen ver sin ser vistos" en Occidente, hay una exótica excepción que nos lleva a la India de las "doncellas venenosas". "Desde niñas se les administraban pequeñas dosis de veneno para inmunizarlas hasta convertirlas en frascos de veneno ambulante, capaces de matar con un beso", cuenta.

"Siempre me consideré una espía, porque escribir es mirar a otro por el ojo de la cerradura, pero no valgo para espiar. Me aterra la posibilidad de ser descubierta. No soy valiente", dice la autora de una decena de novelas, quince libros infantiles, dos biografías y varios ensayos.

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