Adiós a Encarnación Ferré, la escritora y la docente

La narradora y poeta montisonense muere tras una larga enfermedad a los 78 años.

Encarnacion Ferré. Escritora.
Encarnacion Ferré, en el Ayuntamiento de Zaragoza, en 2018. Homenaje y lectura de su obra.
Guillermo Mestre.

Encarnación Ferré, la narradora, poeta y ensayista montisonense, falleció este mañanar en Zaragoza tras una larga enfermedad, que encaró con la fortaleza y el ánimo que eran en ella característicos. Con Encarnación desaparece una de las más destacadas escritoras aragonesas de las últimas décadas.

Encarnación dejó claro su autorretrato literario: (Escribir) “es la conversación con aquel alter ego que a todos nos habita. Es desvergüenza sin malsana intención; como la del infante que ante la sociedad se presenta desnudo. Es un afán no bien disimulado de intentar conocer para qué estamos vivos. Es el calidoscopio de un cómputo vital, y tal vez aún más cosas. Y aquí surge una duda: ¿A alguien será útil el jugo destilado de mi corazón; este hijo del espíritu que pregona mi absurda pretensión de no morir del todo cuando muera?”

Para Encarnación Ferré escribir era un camino que se debía seguir porque algo lo exige desde dentro. La escritora aragonesa, montisonense, fragatina, parangona la experiencia vital con el cincel del escultor. Lo vivido perfila nuestros rasgos, pero será el mármol, la arcilla, la madera... quien marque al escultor la pauta sobre el modo de tratar dicha materia prima. En suma: un mismo hecho, vivido por distintas personas, dará un resultado acorde con el temperamento de cada individuo. En su caso, la literatura era vida y no a la inversa. Como ella dijo, la vida que vivimos, y aquellas otras vidas que anhelamos vivir, que tememos vivir, que creímos vivir, impregnan no solo la literatura sino incluso los actos más insignificantes de toda la persona. No había territorios por los cuales se prohibiese transitar. La narración, la poesía, el ensayo. O la docencia. Fue una gran escritora y una gran docente. Recibió reconocimientos, como ser hija predilecta de Baracaldo, pero no logró el premio de las letras de Aragón, que merecía como nadie.

Encarnación contradice a Heidegger: el hombre no es un ser “para” la muerte, es un ser “por” la muerte. La muerte nos hace humanos. Si no, seríamos dioses. Pese a la aparente contundencia de su reflexión, la autora acepta estar en una cima bifronte, tejado a dos aguas, nos dice para facilitarnos la imagen. Curiosamente parece volver a la reflexión heideggariana cuando señala: una vertiente nos conduce al caos; la otra, a la brega vital, la que nos hace humanos. Pero sí, está clara, en sus aforismos, la vertiente elegida. Y lo está en su vida, en sus flores o su floresta de vida, porque la autora, es un ejemplo consumado de “brega vital”. La vida es un campo de batalla, dirá.

Y como dirá Encarnación, “fracasar es privilegio del audaz”. El que no es audaz no fracasa, pero tampoco vive. Ella ha sido audaz y ha vivido.

Y vuelvo al retrato de la escritora: al rostro y el espíritu de una luchadora. No contra toda esperanza, aunque la vida a veces sea un infierno; ni contra todo desmayo, que la vida tampoco es siempre paraíso, tal vez sí edén perdido.

Ese edén que buscamos, unos a ciegas, otros con más luminarias, en el curso de nuestra “brega vital”, en la cima, o escenario, no solo bifronte, sino de vertientes varias, de pendientes siempre arriesgadas, porque de la elección de una u otra depende la vida entera.

Y tal vez este sea el mensaje, la propuesta, la invitación que Encarnación nos regala: no hay que tener miedo a pensar, con ese pensamiento libre que nos ha hecho lo que somos, sea lo que sea lo que somos., aunque en su rizo final, como un guiño irónico a nuestras limitaciones, se permita el lujo de decirnos que “para saber cómo es en verdad alguien sería pertinente conocer qué opina su mascota”.

Qué espíritu tan libre esta Encarnación, tan única.

Encarnación Ferré ha sido tan excelente docente como escritora. Tras cursar Magisterio y Filosofía y Letras, su dedicación a la docencia la llevó muchos años al País Vasco, donde fue directora de un centro, y en sus últimos años, a Híjar, la biblioteca de cuyo Instituto lleva su nombre, así como los premios literarios escolares que anualmente se conceden. Dejó un formidable recuerdo.

Una de sus más singulares dedicaciones docente fue la adaptación de piezas teatrales para ser representadas por el alumnado. Fueron publicadas en un grueso volumen, “Clásicos en el Aula”. Su teatro propio se compila en “Todo teatro”.

“Clásicos en el Aula” se convirtió, ya desde su aparición, en otro clásico, por su carácter pionero e intemporal, como instrumento esencial no solo del acercamiento del teatro a los escolares sino del enriquecimiento en su formación literaria general.

Teatralizar la vida es una forma de vernos fuera de nosotros mismos. Reflejo individual y colectivo, el teatro, además de una de las bellas artes, es, como espejo (cóncavo y convexo) de costumbres, una escuela de vida, una forma de conocimiento. Dicho en otras palabras, el teatro es una forma de pedagogía, de instrumento de enseñanza, que puede encontrar en la educación escolar su primer caldo de cultivo.

Llevar el teatro a la escuela se ha hecho siempre. Pero aquí hablamos de una formalización de este proceso. Del proyecto Teatro en el Aula, en el que se trata de llevar a los escolares a un acercamiento a las obras consagradas en la historia del arte escénico. Es algo más, mucho más, que un festejo escolar de fin de curso o que la esporádica representación de una obra teatral.

El libro de Encarnación “Clásicos en el Aula. Obras teatrales adaptadas con fines didácticos” es una respuesta a ese proyecto. En él se recogen hasta 125 adaptaciones de piezas dramáticas, desde clásicos griegos a autores contemporáneos, que sintetizan, con el máximo respeto al original, tanto su trama argumental como su intención conceptual.

Encarnación Ferré, docente de larga experiencia y escritora de reconocida obra literaria, lleva muchos años en este reto de acercar las grandes obras teatrales al mundo escolar. El resultado de ese esfuerzo es este libro que tiene un doble objetivo didáctico, como lectura y representación. Sus distintas adaptaciones permiten, por un lado, el acercamiento lector a una obra en sus rasgos esenciales; por otro, al sintetizar su contenido, facilita su representación escénica de modo que cobre vida sobre las tablas con la mínima complejidad de montaje.

Este volumen, de casi 450 páginas, propone un recorrido por lo más significativo de la historia teatral: tragedias griegas (ciclo de Agamenón, ciclo de Edipo, Eurípides); comedias greco-romanas (Aristófanes, Plauto, Séneca); farsas medievales francesas; y autores varios: Lope de Rueda, Cervantes, Lope de Vega, Marlowe, Shakespeare, Ben Jonson, Calderón, Moreto, Molière, Racine, Ramón de la Cruz, Schiller, Moratín, Hartzenbush, Larra, Gógol, Galdós, Oscar Wilde, Chéjov, Valle-Inclán, Pirandello o García Lorca, entre otros muchos. La adaptadora incluye como colofón siete piezas propias. Y dado su carácter pedagógico, ofrece una “Guía didáctica para la representación teatral en el Aula”.

El volumen es un manual de uso, tiene una intención práctica, y se ha sometido a prueba. Casi la totalidad de las obras aquí adaptadas han sido representadas por el alumnado del IES Miguel Servet, de Zaragoza, con excelentes resultados, tanto por la ilusionada participación de sus jóvenes actores como por el entusiasmo de la audiencia escolar. A ello ha contribuido también el profesorado del centro, especialmente Charo Ferré, hermana de la adaptadora, que consiguió por este proyecto de Teatro en las Aulas el premio María Moliner de Innovación Pedagógica.

Y de esa “brega vital” --que no ha tenido dos frentes, sino muchos, por los cuales ha resbalado con pasión--, la autora ha extraído sus momentos felices y los no tan felices, sus luchas, podríamos decir sus éxitos y sus fracasos, para entendernos someramente, porque en la vida, en la vida más o menos verdadera que como humanos podemos alcanzar, a veces ambos conceptos, o diríamos más bien apreciaciones, se confunden, se fusionan, se solapan, se interfieren, y a la postre no podemos saber si el éxito fue un fracaso, o el fracaso, un éxito. Así de relativas son las cosas.

Porque hay muchas formas de calibrar lo que, a la postre, más nos ha beneficiado como seres humanos. Que hay éxitos que nos llevan a la inanidad y fracasos que nos conducen a nuevas luchas. Y la vida es, sobre todo, lucha.

La autora tipifica los pensamientos en invertebrados, necios, asesinos. La entomología del pensamiento es infinita, pero en su reduccionismo la autora demuestra su capacidad de síntesis.

Porque el “saltimbanqui” de nuestra condición mental no nos libra del pensamiento de clase alguna, pero yo diría que su audacia ronda peligrosamente el “asesino”, el que puede matar por el hecho de forjarse en nuestra mente.

Los ronda pero no cae en ellos, porque su irremisible obstinación por saber, por entender, por comprender, le lleva al borde mismo, para apurar ese conocimiento de la vida. Es el camino de la sapiencia, que se despliega igual que un abanico, dirá Encarnación. “Y ojalá no me canse de peregrinar en pos de la sapiencia”.

Ese despliegue sapiencial está hecho de realidades cotidianas, pero también de una percepción que va más allá del mero acontecer prosaico. Si no levantamos los pies del suelo, solo suelo pisaremos.

Pero es tal vez el miedo el que nos atenaza al asfalto, más que la gravedad física planetaria. Y se hace preciso volar, no como las águilas (a las que Encarnación se refiere en uno de sus aforismos) sino como humanos, en nuestro vuelo posible y deseable, soñador al fin.

Porque la vida está cruzada de misterios, de enigmas y de otras desazones íntimas que reclaman nuestras preguntas, las que más nos interrogan a nosotros mismos, a nuestra esencialidad última.

Y aquí Encarnación se interroga, nos interroga, y cuando sabe o intuye una respuesta la da, la ofrece. Porque es audaz, porque no tiene miedo, porque se arriesga.

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