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Carlos Saura, un renacentista absoluto y juvenil que aún mira al futuro

La Academia de Cine le concede el Goya de Honor al cineasta, guionista, fotógrafo y pintor oscense de 90 años

Retrato de Carlos Saura (Huesca, 1932). El hombre incansable que siempre quiere mirar.
Retrato de Carlos Saura (Huesca, 1932). El hombre incansable que siempre quiere mirar en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Toni Galán.

El próximo mes de enero, el día 4, Carlos Saura (Huesca, 1932) cumplirá 91 años. Tiene galardones en todo el mundo y quizá un hombre como él, un poeta, un soñador, un pintor, un fotógrafo, un director de cine, ya no mire los premios con la ilusión de antaño: lo hará con un punto de serenidad (no de desdén) y de normalidad. Se los merece todos. Como nadie tal vez. Es el hombre más renacentista del cine español. Quien le haya visto trabajar, resolver problemas, asumir iniciativas, lo entenderá de inmediato: Saura, que tuvo su época ‘indie’ o hippie en los 60 y 70, puede llegar a todo. Le apasionan el teatro, la idea de la representación barroca de Calderón; le apasionan los sueños, el poder de historias muy distintas (desde San Juan de la Cruz a los sucesos de Puerto Hurraco, la epopeya de los quinquis o la del Dorado); le interesan la pintura, la Guerra Civil, el arte y la fotografía y, sobre todo, la música. Es el maestro del cine musical que se inició con el flamenco, con Falla y Lorca, y ha acabado con la música mexicana.

Carlos Saura nació en Huesca y vivió allí una infancia breve marcada por algunas imágenes familiares, que parecían nórdicas. Allí oyó una frase que ha marcado su existencia y que inspiró su novela o guión ‘Esa luz’, inspirada en Ramón J. Sender. Además, en aquellos días oscenses, se metía debajo de la mesa camilla para ver las piernas de una tía hermosa y joven que tenía, y a la vez se enteraba de que un familiar suyo había abandonado a su mujer por una amante más joven y se habían ido juntos a Barcelona.

Le interesan la pintura, la Guerra Civil, el arte y la fotografía y, sobre todo, la música. Es el maestro del cine musical que se inició con el flamenco, con Falla y Lorca, y ha acabado con la música mexicana

Como contó alguna vez, vio la muerte en directo. El padre, Antonio Saura, era secretario del ministro de Finanzas de la República y la familia se trasladó con el Gobierno republicano, entre bombardeos y casas demolidas: Barcelona, Madrid, Valencia. La familia se acabaría instalando en Madrid, en un caserón donde todo parecía excepcional: Antonio Saura se puso malo y se introdujo en el surrealismo y en la pintura.  Se decía, eso sí, que su madre, la pianista Fermina Atarés, había vivido una fugaz historia de amor con el joven escritor Ramón J. Sender en Huesca. Aquel joven inquieto tenía muchas incitaciones: estudió para ingeniero, hacía fotos de música y fotos de reportajes y de calle, como se ha visto incluso en Zaragoza en sus obras de los años 50.

Empezó, como fotógrafo, a hacer fotos de algunos festivales de música, especialmente Granada, y ya entonces se confirmó como un gran fotógrafo, disciplina que le va a acompañar toda la vida. Carlos Saura realizará reportajes por diversos lugares de España; más tarde, siguiendo la huella de Ramón Gómez de la Serna y su libro ‘El rastro’, captará espléndidos reportajes sobre ese depósito de la memoria contra el olvido, que publicará Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg. Y luego, cuando inicie sus películas de flamenco, Carlos Saura (que posee más de 600 cámaras en su estudio de Collado Mediano), publicará sus maravillosos retratos, esos que le hicieron decir a su amigo y biógrafo Agustín Sánchez Vidal: “Carlos Saura es el mejor retratista español”. Sus fotos se han expuesto en Zaragoza -Fnac, Paraninfo, Lonja; en Huesca, en las salas de la Diputación y el CDAN-.

Pronto empezará su carrera en el cine, bajo la huella de ‘Las Hurdes. Tierra sin pan’ de Luis Buñuel. Debutó con ‘Los golfos’, ‘La caza’ y ‘Llanto por un bandido’, y desde ahí evolucionó hacia una filmografía poética y hermética, donde reflexiona sobre la Guerra Civil, la posguerra y el peso del franquismo, con títulos excepcionales como ‘Elisa, vida mía’, ‘Cría cuervos’ o ‘La prima Angélica’. Y paralelo a todo esto, hará su incursión en el cine musical con logros admirables: ‘Bodas de sangre’, ‘Carmen’ o ‘El amor brujo’, que fueron grandes éxitos y el inicio de un discurso plástico que le ha llevado hasta el tango o la jota, y a ampliar su universo y su capacidad de creación. Una película inmensa fue ‘¡Ay, Carmela!’, que recibió trece Goyas en 1991 y marca un punto de exaltación y de reconocimiento popular, de conexión directa con el público a través de una historia dramática, no exenta de humor.

Una película inmensa fue ‘¡Ay, Carmela!’, que recibió trece Goyas en 1991 y marca un punto de exaltación y de reconocimiento popular, de conexión directa con el público a través de una historia dramática, no exenta de humor.

Carlos Saura no ha parado de trabajar en todos estos años en múltiples direcciones: ópera, teatro, novela, fotografías, dibujos y cine, claro. Su admiración por Goya le ha llevado a realizar ‘Goya en Burdeos’ y el corto ‘3 de mayo’, que ha rodado en parte en Teruel y que ha sido una producción de Aragón TV. Suele decir que no le gusta hablar del pasado sino mirar hacia el futuro: tiene distintos proyectos, incluso uno de Lorca que se le resiste. Y ahí sigue, nonagenario, con la cámara colgada al cuello, dialogando con sus fantasmas: Lorenzo da Ponte, el libretista de Mozart; San Juan de la Cruz; su hermano Antonio, siempre presente; García Márquez y su ‘El coronel no tiene quien le escriba’; Jorge Luis Borges, del que adaptó ‘El sur’, y tantos y tantos otros.

Este galardón de la Academia de Cine, que puede parecer tardío, llega a tiempo, sobre todo si Carlos Saura -ese maestro absoluto de nuestros días, el hombre que siempre mira más allá de lo inmediato, el inagotable creador que no retrocede- tiene el coraje, el humor y buena salud para recogerlo.

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