literatura

Guillermo Borao: “Vivimos en una necesidad constante de revolución”

El joven escritor zaragozano debuta en la narrativa con la novela ‘La sastrería de Scaramuzzelli’, una ficción sobre la moda que sucede en Inglaterra.

Guillermo Borao debuta a lo grande con 'La sastrería de Scaramuzzelli' en Rocaeditorial.
Guillermo Borao debuta a lo grande con 'La sastrería de Scaramuzzelli' en Rocaeditorial, novela de moda y clases sociales que presentó en Ámbito Cultural de El Corte Inglés.
Pau Sanclemente.

Ha dicho que al principio era casi refractario a la literatura y apasionado del fútbol. ¿Fue así, hasta dónde llegó?

Aprendí a leer muy rápido gracias a mi hermano y a mi madre, que me enseñaban las sílabas con los cromos de los jugadores. Za-mo-ra-no, A-gua-do, A-ra-gón. ¡Vaya quimera para ellos si pensaban que les iba a salir un buen lector! Con los años, se encontraron con que debían sobornarme para que dejase la pelota y leyera algún libro de El Barco de Vapor. Era imposible, podía pegarme días enteros dando patadas a un globo sin que cayera al suelo. Aunque tanta obsesión me sirvió para jugar en las categorías inferiores del Real Zaragoza hasta el C, entonces Universidad de Zaragoza. Pero las lesiones…

¿Cuándo empezó a cambiar todo, o al menos algo?

Un par de cursos después de mudarnos a Movera, allá por sexto de primaria. Salía de casa a las 6.30 de la mañana para ir a Marianistas y volvía a las 23.15 de la Ciudad Deportiva. Una distancia tremenda. Pasaba mucho tiempo solo, casi siempre en autobuses y en una espera continua. El tiempo no avanza igual para un niño, hay minutos interminables, y uno busca distracciones en aquello que le rodea o, cuando los descubre, en sus propios pensamientos y en sus inquietudes. Eso te lleva, tarde o temprano, a las primeras novelas.

"Un escritor encerrado se convierte rápidamente en un transcriptor. Solo puede bajar al papel su voz, incluso se copia a sí mismo, no evoluciona. Londres me dio la oportunidad de volver a observar"

¿Qué le debe al profesor y escritor Luis Antonio Puente?

Su pasión por acercarnos a la literatura y aquel maravilloso concurso de redacción por colegios, promovido por Coca-Cola. Una tarde entró en clase y nos dio dos opciones: participar o leer el diccionario. A mí me daba vergüenza redactar, nunca sentí que me expresara bien, y me levanté, fui a la estantería y saqué ese inolvidable Básico de SM, verde fosforito y rojo. ¡Cómo te puede cambiar la vida una decisión tan simple! No sé qué me ocurrió, quizás hacía calor o pesaba demasiado, pero me arrepentí; volví a guardar el diccionario y puse un título a mi hoja: “Escribe en la arena las faltas de tu amigo”. Faltas o no, no he parado de escribir desde entonces.

Guillermo Borao, días atrás.
Guillermo Borao, días atrás.
Pau Sanclemente

Hay en usted, parece, madera de aventurero. ¿Cuál era su formación y qué le llevó a Londres?

Estudié periodismo por la inercia de la literatura, tal vez la misma que me arrastró a Inglaterra. Llevaba dos años trabajando en una oficina, nunca había vivido en otra ciudad y me sentía estancado en todos los sentidos. Creo que un escritor encerrado se convierte rápidamente en un transcriptor. Solo puede bajar al papel su voz, incluso se copia a sí mismo, no evoluciona. Londres me dio la oportunidad de volver a observar. Necesitaba conocer.

¿Hay un libro, autores, experiencias claves que le empujaran claramente hacia la literatura?

Recuerdo con muchísimo cariño la primera novela que leí, ‘Cruzada en jeans’, de Thea Beckman, las colecciones de Tintín y Astérix y aquellos tomos adictivos que se caían a pedazos de ‘Los Cinco’, de Enid Blyton. Pero también, en la adolescencia, las tragedias de Shakespeare, la saga del capitán Alatriste, los poemas de Benedetti o los relatos de Bukowski y de Galeano.

¿Cómo logró ingresar en la Fundación Gala y qué se aprende allí, con quién convivió? ¿Iba en condición de qué: guionista de cine…, joven escritor?

Quizá me equivoque, pero a la Fundación Antonio Gala, y posiblemente a cualquier beca de creación para jóvenes, no se accede sin la propuesta de un proyecto sólido, una mínima trayectoria, que puede ser en forma de otras obras, premios o distinciones, y una o varias cartas de recomendación. Me acuerdo de que preparé durante meses un documento en el que planteaba una novela sobre la destrucción de una sociedad por la irrupción de la alta costura, y que, en vez de epígrafes para apartados como “punto uno, introducción”, utilicé títulos más literarios como “de por qué digo que esto es lo único que quiero”. Allí no hay profesores, nadie imparte clases, son ocho meses, en un antiguo convento, en los que convives con poetas, músicos o pintores, y tratas de aprender lo mejor de cada uno de ellos. Antonio Gala llamaba a nuestras reuniones artísticas “fecundaciones cruzadas”.

"Yo, en esta novela, he intentado dar lo mejor de mí, todo lo que tengo, años y años de aprendizaje, vivencias, errores, alegrías y dudas, y los comparto porque creo que pueden servirle a alguien como a mí sirvieron otras lecturas. No tengo otro propósito que entretener"

¿Cuál fue el arranque, o el punto de partida, de ‘La sastrería Scaramuzzelli?

Considero que hay dos. A Londres fui con una idea: quería escribir una novela que cuestionara la existencia del azar, que nos hiciera preguntarnos si todo está escrito y si podemos cambiarlo. Pero me faltaba otra parte, una más terrenal, y la encontré en el mundo de la moda en el que me adentraba poco a poco. La diferencia de clases fue el germen. No soportaba la prepotencia, la absurda arrogancia ligada a la ropa, y me dije: voy a contar cómo un pueblo se destruye por culpa de esta superficialidad. Pero, eso sí, siempre como una excusa para armar la historia que realmente me preocupaba…

"Me interesa, sobre todo, profundizar en la preferencia de ponernos a toda costa aquello que está en boga antes que lo que te realza en realidad. Barros Scaramuzzelli es un sastre con un deseo: que cada habitante de Tonleystone se vista con un diseño exclusivo, confeccionado para hacerlo más feliz"

Por cierto, ¿le interesa la moda de alguna manera, su artesanía, esa aspiración a la belleza?

Me interesa, sobre todo, profundizar en la preferencia de ponernos a toda costa aquello que está en boga antes que lo que te realza en realidad. Barros Scaramuzzelli es un sastre con un deseo: que cada habitante de Tonleystone se vista con un diseño exclusivo, confeccionado para hacerlo más feliz. Lo decía Antonio Miró: “La elegancia es vestirse de lo que uno es”, y si encima esa ropa que te preparan es una obra de arte única… Sin embargo, parece que en la novela vence el indestructible Prêt-à-porter. Todo tiene su razón de ser.

El libro planteaba muchas cosas: el valor de los cuentos y el magisterio de los padres, de partida. ¿Existe una razón oculta para esa elección? ¿Ha sido un niño fascinado por las narraciones orales?

Es difícil escapar de uno mismo. El 95% de los relatos que he escrito siempre se han centrado en la relación de un hijo con su padre, a veces de manera consciente y otras, en cambio, no tanto. Esta novela, pese a que hablemos de tejidos y de destinos inevitables, no esconde su verdadera intención: que Joseph Langhorne quiere darle la vida más auténtica a su hijo William, y este, más tarde, a Leonardo cuando llega al pueblo. Puede que no valga como narración oral al uso, pero me he sentado miles de veces en el sofá a que el señor Walt Disney, padre en las ausencias, me contara las mismas historias, como el Rey León. En ellas había grandes enseñanzas que marcaron a la generación del VHS. Quizá ‘La sastrería de Scaramuzzelli’ solo pretenda recordar el espíritu de Mufasa.

También aborda la condición del intruso, que deslumbra y que cambia la vida del grupo. ¿Estamos esperando constantemente la llegada de un mesías, de una novedad, de alguien que incendie lo cotidiano?

Esta es justo la pregunta dramática y se le presenta al lector en el primer capítulo: ¿quién llegará al pueblo para cambiarlo todo? Desde luego, Barros Scaramuzzelli, que da título a la novela, irrumpe en Tonleystone y se acaba cumpliendo el presagio, pero dudo que tenga la relevancia de otro personaje. Supongo que esto también ocurre en nuestro día a día y hay que andarse con ojo. Incendiar lo cotidiano… Ahora vivimos en una necesidad constante de revolución, todo nos cansa enseguida, y ya lo dice George Bernard en la novela: “Escoge a quien te proporcione paz, que no hay nada más agradecido en el amor que la pasión estable”.

El libro plantea una reflexión sobre la sociedad, los de arriba y los de abajo, y a la vez hay una constante carga filosófica. ¿Salió así o es deliberado?

Y eso que hay personajes que se esfuerzan en tirar de los unos y de los otros para acercarlos al medio. El juego con las alturas es constante. Los mismos protagonistas, Barros y William, se desnivelan al subirse a un balancín, aunque ambos pesan lo mismo. Cuando se inaugura la sastrería, se avisa: “Y el viejo telón, abajo. Y la nueva placa, arriba”. En un solo gesto, la arpillera ha caído y en el letrero inmaculado, muy por encima ahora, se exhibe el comienzo de la alta costura, que acabará reservada para unos pocos elegidos.

escribir es muy osado, no merecemos robar el tiempo de un lector si no hay una justificación. Yo, en esta novela, he intentado dar lo mejor de mí, todo lo que tengo, años y años de aprendizaje, vivencias, errores, alegrías y dudas,

En la novela hay diversos ecos: quizá Dickens, de entrada, Thomas Hardy, no sé si Edith Wharton… ¿Qué autores le han acompañado?

Cuando entré en la Fundación Antonio Gala, mis compañeros me recomendaron que tomase referencias de Dickens por la época y por el posible escenario. Fue terrorífico. Apenas había leído nada de él, me vi inseguro con tanta novedad y traté de imitarlo en ‘Tiempos difíciles’. Deseché mis primeras veinte mil palabras escritas. No era yo, ni en forma ni en fondo. Es vital conocerse a uno mismo, saber tus limitaciones y también tus habilidades. Volví a empezar. Solo me quedé con un capítulo que quizá evoque a aquellos obreros de la revolución industrial. A partir de ahí, conseguí hacer que la historia fuese mía, y eso se lo debo a García Márquez, que me recondujo. Luego hay otros autores que han estado muy presentes durante este periodo: Luis Sepúlveda, Hermann Hesse, Leon Tolstoi, Carlos Ruiz Zafón, Laura Esquivel, Alessandro Baricco, Miguel de Unamuno, Miguel Delibes, Juan Marsé o Javier Marías.

¿Qué le debe la novela a su condición de guionista?

No demasiado. Tampoco me considero guionista. Estudié un máster de Cine y Televisión en un momento en el que el libro ya iba rodado. Pero de todo se aprende. La necesidad de precisión y de no andarte por las ramas en un guión pueden ayudar en las fases finales de corrección y limpieza de una novela.

Así, de entrada, la novela podría hacer pensar en un libro como ‘El tiempo entre costuras’, de María Dueñas, y en la película ‘El hilo invisible’, de Paul Thomas Anderson. ¿Resonaban en su inconsciente?

"Aún no he podido leer 'El tiempo entre costuras', y sí, en cambio, 'La modista', de Rosalie Ham, que es uno de esos casos en los que la película, en mi opinión, supera al libro". ‘El hilo invisible’ se estrenó en 2018 y fui al cine en su primer día en salas. Me aterraba que pudiera parecerse a mi novela, porque estaba a punto de terminarla y temía que me acusaran de ser poco original. Ingenuo de mí, que pensaba que publicaría a los pocos meses y me ha costado cuatro años.

"Escribir es muy osado, no merecemos robar el tiempo de un lector si no hay una justificación. Yo, en esta novela, he intentado dar lo mejor de mí, todo lo que tengo, años y años de aprendizaje, vivencias, errores, alegrías y dudas"

Tuvo un maravilloso golpe de suerte. Alguien se adelantó, la escritora y editora Ana García D'Atri, y mandó su libro a una editorial como Rocaeditorial. ¿Fue un regalo del destino?

Eran las once de la noche y me llegó un audio de 'Whatsapp': “Bueno, Guillermo, no te lo iba a decir, pero te lo digo. Envíe un correíto a Roca hace un par de días”. En él iba la novela. Llevaba esperando mucho tiempo que se abriera una puerta, pero fue curioso, porque en ese momento no me importó tanto lo que pudiera pasar como que esa persona, a quien respeto y admiro, hubiese confiado en mí y en mi trabajo.

El joven escritor aragonés hace unos días en Barcelona.
El joven escritor aragonés hace unos días en Barcelona.
Pau Sanclemente

En la presentación de su novela en Ámbito Cultural de El Corte Inglés hablaba de la aspiración a la hermosura formal, a la perfección de la escritura, a la creación de atmósferas. ¿Qué tipo de escritor quiere ser Guillermo Borao, cuáles son sus manías, sus pretensiones, sus ambiciones?

Siempre lo digo, escribir es muy osado, no merecemos robar el tiempo de un lector si no hay una justificación. Yo, en esta novela, he intentado dar lo mejor de mí, todo lo que tengo, años y años de aprendizaje, vivencias, errores, alegrías y dudas, y los comparto porque creo que pueden servirle a alguien como a mí sirvieron otras lecturas. No tengo otro propósito que entretener, pero siempre obligando a reflexionar sobre nuestro entorno y el sentido de nuestra vida. Ah, también a enseñar lo que sé después de terminar ‘La sastrería de Scaramuzzelli’: ¡que “cada día de la semana amanece con su propio resplandor”!

¿‘La sastrería de Scaramuzzelli’ es realismo mágico, un friso costumbrista, una experiencia cosmopolita construida con total libertad, una novela de intriga?

Me gusta decir que es una fábula. En una ocasión me preguntaron por el género de la novela y estaba con mi editora, Blanca Rosa Roca. Respondió ella por mí: “Uy, qué difícil”. Siempre nos quedará ese cajón general, en el que todo cabe, conocido como “Narrativa”.

¿Cómo es su novela ideal?

Pues esto es más difícil aún. A ver así: un inicio tan bueno como el de ‘Lolita’ o los de Javier Marías, con una idea a la altura de las de Cortázar, Melville, Wilde, Orwell, Twain o Verne, escrita con la meticulosidad de Capote y la elegancia de Gabo, que consiga una historia igual de absorbente que las de Christie, Highsmith o Conan Doyle, sin faltarle un protagonista que albergue luz y oscuridad, un Harry Haller o un Doctor Jekyll, y al que lo acompañen personajes kafkianos cuyos diálogos tengan la genialidad y brillantez de Shakespeare. Y si ya cuenta con la ternura de José Luis Sampedro, ¡ojalá le dé a alguien por escribirla!

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