Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Javier Marías, el ahijado constante de Shakespeare

Javier Marías ha fallecido a consecuencia de una neumonía.
Javier Marías ha fallecido a consecuencia de una neumonía.
Archivo Efe/Heraldo.

Javier Marías (Madrid, 1951-2022), fascinado por William Shakespeare, era en el fondo un personaje de Shakespeare. Era brillante, sofisticado, obsesivo, con un mundo propio, entre desdeñoso y arrogante, inteligente y, a veces, con sutileza enmascarada o displicencia descarnada, vengativo. Y a la vez, con todo ese bagaje psicológico, era uno de los grandes novelistas españoles del siglo XX y XXI.

Él solía definirse como un novelista, un articulista, un traductor y a menudo un editor, ahí está su editorial Reino de Redonda, donde quiso publicar con primor algunos de los libros y de los autores que siempre le habían interesado. Javier Marías, víctima de una neumonía bilateral, tras varios días en coma, fallecía ayer en Madrid en la Clínica Quirón, a los 70 años.

Una vida intensa y literaria

Ha tenido una vida intensa. Y rica. Llena de meandros que explican muchos detalles de su existencia: su padre fue perseguido por el régimen y emigró a Estados Unidos, donde transcurrió su infancia. Javier, el niñito Javier, el cuarto de cinco hermanos, vivió en casa del poeta de la generación del 27 Jorge Guillén y muy cerca de la casa de Vladímir Nabokov, uno de sus referentes posteriores.

En ese exilio, paralelo al de su padre, republicano y desafecto al franquismo, aprendió muy bien inglés y leyó un puñado de clásicos para niños y todos los públicos. La literatura se le impuso antes de la adolescencia. En verano volvía a España, y era consciente de que pertenecía a una familia especial; su madre fue la escritora Dolores ‘Lolita’ Franco y uno de sus tíos era el cineasta de erotismo y terror Jesús Franco.

Fue un escritor incipiente. Escribió mucho, y antes de los 20 años ya había redactado novelitas, cuentos, prosas diversas, etc. Estudió en el Colegio Estudio y luego se marchó a París y de allí, en 1971, se trajo su primera novela: ‘En los dominios del lobo’. Aún no había cumplido los 20 años. Alternará la enseñanza con la escritura y la traducción: vertió al español a Laurence Sterne, su famosa novela ‘Tristram Shandy’, a Joseph Conrad, a William Faul-kner (especialmente su lírica), a Robert Louis Stevenson y a Karen Blixen, entre otros. Nunca renunció a este oficio, que es una forma de lectura y de interpretación en la que gozó mucho.

Dentro de los matices excepcionales de su vida aparece otro de sus maestros: Juan Benet, que le ofreció amistad, pasión por la literatura y una forma de ver el mundo. En la evolución de su escritura –firmó libros como ‘El hombre sentimental’ (1986), ‘Todas las almas’ (1989), ‘Corazón tan blanco’ (1992) o ‘Negra espalda del tiempo’ (1998)–, va desarrollando aspectos que le interesan: trabaja la escritura, de frase larga y subordinación envolvente, como si fuera un músico. Con instinto de perfeccionamiento, con aspiración a la pureza, la precisión y la belleza. Y esa será su porfía: en cada una de sus novelas, trilogías a veces como ‘Tu rostro mañana’ (‘Fiebre y lanza’, 2002; ‘Baile y sueño’, 2004; y ‘Veneno y sombra y adiós’, 2007), crea escritores y criaturas errantes que intentan contar su historia y forjar un universo con una voz escurridiza y seductora, anclada en mil ángulos misteriosos, se fabrican identidades, huyen casi siempre por las rendijas del tiempo.

Es el escritor de la densidad que no cesa. En sus libros siempre hay un tapiz de personajes, de situaciones, de enigmas, de fugas, y logra establecer entre ellos una conexión a la que él mismo no es ajeno. Hay, como ocurre en las novelas de Enrique Vila-Matas, muchos ‘alter ego’ disfrazados. Es uno de los autores que despliega su poética de la autoficción en los años 90 con maestría.

Javier Marías fue un enamorado de la literatura, un estudioso, un soñador confinado en su casa poblada de libros. Seguía escribiendo a máquina y él, el fumador empedernido que compartió casa y biblioteca con su padre, el que vivía un amor tranquilo en Barcelona, siempre sorprendía con sus observaciones y apuestas. Tenía facilidad para crear personajes que dan vueltas alrededor de sí, creaba tramas de continuidad donde aborda la identidad, la memoria, el amor, el peso del pasado, la ida y vuelta de seres inadaptados, que se movían a su antojo no solo en el Reino Unido o Estados Unidos, donde suceden varios textos suyos, sino por París o por España.

En concreto, más allá de Madrid y de su barrio de Chamberí, era un enamorado constante de Soria y apoyó económicamente al Numancia, uno de sus equipos de fútbol. El otro era el Real Madrid, como ha recordado en muchos de sus artículos y en el libro ‘Salvajes y sentimentales’. En los días en que se enfrentaban Madrid y Barcelona, él escribía desde su condición de merengue y Vázquez Montalbán lo hacía como culé.

Los espejos de un fabulador

Era un creador de voces y de narradores, y mezclaba como pocos lo narrativo y lo ensayístico. Estaba obsesionado por el punto de vista y por quién cuenta las cosas. Admiró con locura a Juan Benet y a García Hortelano, ante los que hacía volatines como quien hace méritos o bromas.

Aunque siempre había en él una tendencia cosmopolita y anglófila, en sus novelas se pueden rastrear las huellas de la Guerra Civil española, la grisura de la posguerra, el acoso y maltrato a su padre, algunas pasiones (una de sus mejores novelas es, sin duda, ‘Berta Isla’).

Y no lo importó entrar en polémicas, ya fuera con Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez-Reverte, con Jorge Herralde (que fue el editor que le descubrió y le apoyó durante años hasta una traumática ruptura) o Gracia Querejeta, a la que llevó a juicio por estar en desacuerdo con una adaptación cinematográfica:‘El último viaje de Robert Rylands’, basado en ‘Todas las almas’.

Sonaba anualmente entre las candidaturas al premio Nobel (es un escritor de la estirpe de W. G. Sebald, Orhan Pamuk, Mircea Cartarescu o Martin Amis, pongamos por caso) y también para el Cervantes, aunque este era más improbable porque rechazaba los premios estatales. Lo hizo con el Premio Nacional de Narrativa de 2012, en el que venció al aragonés Ignacio Martínez de Pisón y su novela ‘El día de mañana’: Marías rechazó el galardón y su cuantía económica.

Era académico desde 2008 en el sillón R (entró en compañía del aragonés José Luis Borau y del gallego Darío Villanueva), y heredó el lugar del zaragozano Fernando Lázaro Carreter. Con HERALDO tuvo mucha relación: adelantó algún texto y recordó que había sido el escritor y crítico literario zaragozano César Pérez Gracia, colaborador del diario, quien había descubierto que ‘Mañana en la batalla piensa en mí’, título de uno de sus libros más leídos, era una cita de Shakespeare.

Tenía muchos lectores no solo en España sino en todo el mundo. En los artículos era sincero y desafiante. Uno de los libros más hermosos de su trayectoria es ‘Vidas escritas’ (Siruela, 1992), donde reflexiona sobre las trayectorias de algunos escritores que están en el ADN de sus ficciones. Y otro, delicioso, de finísimo articulista literario, es ‘Pasiones pasadas’: retrata a Benet, a Luis Antonio de Villena, a su tío Jess Franco con absoluta maestría.

Con ‘Berta Isla’ (2017) y Tomás Nevinson (2021) volvió a demostrar que era un novelista tan peculiar como excepcional, ambicioso, poseedor de un mundo basado en los detalles, en el manejo del tiempo y en los senderos que se bifurcan en la memoria y en la obsesión.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión