verano. leyendas y personajes

El arrebato de amor de Rodrigo y Marica

Historia y ficción de los enamorados de Graus. Un relato de pasión con final feliz que hace pensar en los grandes amantes de la historia

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Estado actual del palacio de los Mur, donde se produce la historia.
Huesca La Magia.

No es la primera vez que hablamos en esta sección de Graus. Joaquín Costa debía saber mejor que nadie de sus encantos: eligió este lugar para vivir sus últimos años y para despedirse del mundo. Glosamos el cíclope o Polifemo de la villa. Y hoy volvemos con un curioso relato, que dejó su leyenda o su divisa escrita (ampliamente glosada, entre ellos por Rafael Andolz, que sentía debilidad por este episodio), unos dicen que en un dintel, otros en la pared, de un palacio que sí existió y existe y que se remonta al siglo XVI. El protagonista principal, por su terquedad o por la firmeza de sus afectos, es Rodrigo Mur, que llevaba el nombre de su padre, conde de Lapenilla. Este, no se sabe si por equilibrar la hacienda diezmada de su familia, tenía un sueño: deseaba que su hijo se casase con Margarita de Solano, heredera de una de las familias más ricas de Graus. No solo eso: era guapa, dicen que poseía «una auténtica belleza deslumbrante», buenos modales y que asentía de buen gusto en esa boda.

Nunca se sabe qué ocurre en el corazón humano. ¿Qué le estimula, qué le seduce o de qué modo otra hermosura, quizá ni tan incomparable ni tan refinada, le conquista día tras día, con pequeños gestos, con una sonrisa o con una mirada de hondo mar que verdea? Algo así debió sucederle al joven Rodrigo, que reparó en Marica o Marieta, una sirvienta sin más. Y su atracción se fue alimentando casi a escondidas, en la fuente, al doblar una calleja o al irrumpir ambos, de golpe, en una estancia que les parecía vedada.

Todo se dispuso para unas nupcias que parecían bastante naturales. Y un día de junio de 1525 se celebró la gran fiesta del compromiso con bastantes invitados. Afuera, en las calles y en las plazas, la expectación era absoluta. Todos parecían felices. Todos salvo Rodrigo, quien, en medio de las viandas, las música y la aparente dicha de los padres, pidió que destapasen una inscripción: «Rodrigo ama a Marica», que era su acto de rebeldía y de desobediencia. La contrariedad de su progenitor fue absoluta. Y no menor fue la de Margarita de Solano: ella, según algunos entre avergonzada y airada, lo entendió todo y huyó como alma que lleva el diablo.

Poco después, el joven Rodrigo Mur, que prolongó las disputas con su padre, logró su afán y se casó con Marieta. La narración ha cabalgado a lo largo del tiempo, y no se sabe si sucedió así o hay un punto de fabulación. Se conserva la inscripción duplicada en la Casa-Palacio, en la plaza Coreche, y algunos dicen que no se lee esa declaración de amor, tan incontestable, sino otra cosa: «Roderico de Marca y Mur», casi como un certificado de propiedad. Quizá, pero el grausino de corazón intuye que la verdadera historia es la de Rodrigo y Marica, los amantes felices de Graus.

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