leyendas y personajes

Los enamorados de Montalbán

Corría el año 1443. Los jóvenes zaragozanos Aldonza de Entenza y Berenguer de Azlor, no consiguen un final feliz para su historia de amor. Retirado él a las dependencias Conventuales de la Encomienda de Santiago en Montalbán, ella sigue sus pasos, muriendo ambos en dichas dependencias.

Iglesia de Montalbán, al que alguna vez han llamado el Toledo de Aragón.
Iglesia de Montalbán, al que alguna vez han llamado el Toledo de Aragón.
Antonio García/Bykofoto

Esta narración de amor y locura habría sucedido en el siglo XV, durante el reinado de Alfonso V ‘el Magnánimo’. En su palacio de Zaragoza residía un noble aragonés, Jaime de Bolea, que había acogido a la joven Aldonza de Entenza, una muchacha huérfana que había heredado una considerable fortuna. Aldonza tenía a su amante en los tercios: el paladín Berenguer de Azlor guerreaba en Nápoles con los ejércitos de Aragón. Anhelaba regresar a Zaragoza, presentarse ante Jaime de Bolea y pedirle la mano de la joven. 

Ese día estaba a punto de llegar. Durante su ausencia, Jaime de Bolea se había enamorado perdidamente de Aldonza. Ella no lograba entender la deslealtad del hombre que había aceptado reemplazar a sus padres muertos y era su tutor. Cuando supo que Berenguer había vuelto a la ciudad, el noble decidió obrar con rapidez. Le dijo:  

–Querido Berenguer, existe un obstáculo insalvable para la boda. Aldonza y tú sois hermanos de sangre. Estos documentos lo prueban. 

Jaime se los tendió y Berenguer los leyó. No se lo podía creer. ¿Cómo había sido posible ocultar tanto tiempo ese secreto? Jaime, que había hecho la falsificación hábilmente con sus escribanos, agregó:  

–Aldonza también tiene que saberlo de inmediato. 

Berenguer desenfundó la espada e intentó poner fin a su existencia en aquel momento. Bolea lo disuadió, o aparentó hacerlo, y el joven dijo que entraría de caballero en la orden de Santiago, con votos de castidad. Si no podía amar a Aldonza tampoco querría desposar a mujer alguna. Poco después sería destinado como comendador de la Encomienda de Montalbán. No resultaría extraño que el propio Bolea estuviese detrás de ese destino. 

Aldonza consiguió huir del palacio. Tardó varios días en llegar a Montalbán. Buscó un refugio en medio de la naturaleza, cerca de la peña del Cid: desde él veía el castillo de la Encomienda donde moraba Berenguer. Lo miraba a todas horas. Aldonza se alimentaba de su desdichada pasión, de plantas y frutas silvestres. Hablaba con los árboles y musitaba al oído de un fantasma insomne, Berenguer, sus confidencias.

Un día la campana tocó a muerto. Más tarde, cuando todo había vuelto a la calma habitual, decidió penetrar en la iglesia y bajar a la cripta. Allí se encontró con la tumba de su amado Berenguer. Se tendió sobre ella; tomó un objeto punzante y lo hundió en el centro de su corazón. El nuevo comendador mandó que sepultasen a la joven en el interior del mismo panteón y pidió que escribiesen un último homenaje a los enamorados de Montalbán: «Justo es que reposen juntos en la muerte los que tanto se amaron en la vida».

El pueblo turolense rodó una película con este drama de leyenda. 

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