verano. leyendas y personajes

Trasmoz, el milagro de una sola noche

Uno de los pueblos más mágicos de Aragón que fue excomulgado y maldecido, y que es cuna de brujería y foco de atracción de escritores

Una visión del castillo de Trasmoz, creado por un nigromante en una sola noche.
Una visión del castillo de Trasmoz, creado por un nigromante en una sola noche.
A. C. /Heraldo

La pregunta podría ser: ¿quién no ha escrito de Trasmoz? Desde Bécquer hasta Ángel Guinda, desde el viajero Wanderer a Miguel Mena, pasando por José Luis Corral, Manuel Jalón, Trinidad Ruiz Marcellán, Jesús Rubio, Alberto Serrano Dolader, Luis Zueco, etc. Ahora que el Moncayo arde, ese Dios que ya no ampara (Mena ‘dixit’), es el momento de volver los ojos y la solidaridad hacia allí. Trasmoz es cuna constante de leyendas, como demostró Gustavo Adolfo Bécquer en sus ‘Cartas desde mi celda’. Quizá todo empezase con un pacto con el diablo: el castillo de Trasmoz, que se alza en lo alto con su museo de diversas magias dentro, lo edificó un nigromante en una noche que había firmado un pacto con el diablo.

Desde entonces, sobre la colina que se multiplica en vistas hacia otros cerros, los bosques y las vaguadas, se abre a todos los vientos. Poco después de su misteriosa erección, el castillo empezó a producir unos incómodos ruidos: sus ocupantes, de alma oscura, se dedicaban a ocupaciones ilegales: fabricaban monedas falsas. Los golpes y los estruendos intemporales provocaron muchas sospechas. Y ellos, los bandidos, traficantes o pillos, decidieron anunciar de viva voz que la fortaleza estaba maldita, poblada por seres inquietantes, brujas y hechiceros, que hacían sonar cadenas por las noches. Y que eso explicaba tanta algazara en mitad del sueño. 

Ese burdo rumor pareció algo sensato y fue decisivo para que, por orden papal, se excomulgase a Trasmoz en el año 1252. No se sabe qué fue antes, si la brujería o el subterfugio, pero a partir de entonces Trasmoz pareció llenarse de brujas: la bella Dorotea, sobrina del cura; y Bécquer y otros oyeron hablar de la Tía Casca que fue arrojada por los peñascos en 1850. De ella y de otras -como su descendiente la Galga– se decía que provocaban mal de ojo, arruinaban las cosechas, multiplicaban enfermedades y eran perniciosas para niños, adultos, animales y los campos.

Por si le faltaban conflictos a Trasmoz, imágenes de mujeres volando en una escoba o de aquelarres entrevistos en las afueras, en el siglo XVI se dio una disputa de riegos con el monasterio de Veruela. La Corona de Aragón le había otorgado el uso independiente del agua, algo que no gustaba en el recinto cisterciense. 

El encono se volvió tan agrio que en 1511 los monjes de Veruela se reunieron con un único cometido: maldecir Trasmoz. Y leyeron al unísono un fragmento del ‘Libro de los salmos’: «Danos tu ayuda contra el adversario, porque es inútil el auxilio de los hombres. Con Dios alcanzaremos la victoria, y él aplastará a nuestros enemigos».

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