leyendas y personajes. 

La malquerida Raquel Meller: "No me ha querido nadie", dijo una vez

Se cumplen 60 años de la muerte en Barcelona de la cantante y actriz, la mujer que deslumbró a Charles Chaplin en 1926 en Hollywood

Raquel Meller, vista por Alfonso.
Raquel Meller, vista por Alfonso.
Alfonso

Raquel Meller cosechó elogios por doquier y fue conocida en el mundo entero. Poseía una maravillosa caída de ojos, que enamoró a muchos hombres –desde Sorolla y Galdós a Santiago Rusiñol y el propio monarca Alfonso XIII–, e hizo decir a Manuel Machado: «Juro que Raquel Meller es la más grande actriz que he visto jamás en mi vida». Quizá el mismo Charles Chaplin pensase que no exageraba: tenía fotogenia, misterio, fuerza y contaba con una bella y efectiva voz que había conquistado a públicos muy distintos en Francia, en Argentina y en Estados Unidos; él quiso contratarla en 1926 para hacer de Josefina Bonaparte sin éxito, se tomaron una foto juntos, y le rindió un homenaje con algo de picaresca: se apropió de la música de ‘La violetera’ sin querer pagar derechos de autor a José Padilla; el juez, finalmente le dio la razón al compositor.

Raquel Meller pasó de la nada a la gloria y acabó desplomándose hacia el olvido. Solía retratarse a sí misma con el título de ‘La malquerida’, como la pieza de Benavente, y apostillaba: «No me ha querido nadie». Una confesión así resulta conmovedora tras dos matrimonios (fallidos), el éxito, una inmensa riqueza y la fama universal.

Raquel Meller fue el seudónimo de Francisca Marqués, que nació en el barrio del Cinto de Tarazona en 1888. En su infancia vivió en Tudela y Montpellier, en un convento, con una tía que anhelaba que se hiciera monja. Al final, volvió con su familia, desplazada a Barcelona, y se inclinó por la costura. Dicen que, años después, tras una actuación se relajaba con el hilo y la aguja. En 1906, con apenas 18 años, ya actuaba en algunas salas de fiestas con el nombre de la Bella Raquel y cantaba y bailaba con una actitud pícara. Dos años después ya debutó en Madrid y comenzó a fraguar un estilo y una forma de actuar: evolucionó desde lo lascivo e incluso grotesco hacia la sugerencia y el melodrama en la trilogía de pasión, celos y traición del cuplé.

Conoció al escritor Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873-París, 1927). Se casaron en París en 1919 y se separaron en 1922. Poco antes de la boda, Raquel ya había debutado en el Teatro Olympia y actuaría en Londres y otras ciudades.

En el cine, entre otras películas, hizo en versión muda y sonora ‘Violetas imperiales’ (1923 y 1932), con dirección de Henry Roussell. Grabó discos. Se volvió rica y famosa, y compró un palacio en Versalles. Celebró en Villefranche-sur-Mére, con González-Ruano, el golpe de estado de 1936. Volvería en la posguerra y trabajó con el 'Clan de los Vieneses'. Visitó en 1943 su Tarazona natal. Poco a poco fue sucumbiendo a la soledad y al olvido. Murió en 1962 en Barcelona, hace 60 años. Alfonso XIII, fascinado por su belleza y herido por su desdén, le dijo: «Cuando te sale la maña que llevas dentro, eres imposible».

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