LEYENDAS Y PERSONAJES. OCIO Y CULTURA

El hombre-choto de Canciás se asoma a los ibones

Variaciones sobre un mito pirenaico del cabrero salvaje al que redime una joven que busca la salud en las montañas

La peña Canciás, donde sucede esta conmovedora historia de amor y soledad.
La peña Canciás, donde sucede esta conmovedora historia de amor y soledad.
Eduardo Viñuales Cobos.

Como algunas otras leyendas tiene muchas variaciones, casi tantas como los romanceros que la cuentan en las interminables noches de la nevada o en el verano cuando el calor se refresca con buenas historias. Algunos la ubican en Riglos, en Agüero, en Monte Perdido o en Jaca, pero son más aquellos que dicen que ocurrió en la Peña Canciás, en las proximidades de La Guarguera y de Fiscal. Allí nació y vivió un niño al que llamaban Mamés. También viaja en los libros con el nombre de Troilo Fanlo. Hasta su origen es impreciso: era hijo de pastora y quizá de un andariego, de otro pastor o de un macho cabrío. Se insistió en esta anomalía porque pronto el zagal empezó a tener el cuerpo cubierto de vello, lo cual le daba un aspecto inquietante, casi monstruoso, aunque su condición bestial estaba rebajada por unos ojos claros, azulencos, que hacían pensar en el mar o en el fondo de los ibones.

Su aspecto le granjeó muchas dificultades y suspicacias. Su madre tuvo que sacarlo del colegio: era objeto de burlas y le lanzaban piedras a la salida del pueblo. Así que se fue a ‘guardar’ rebaños de ovejas y cabras, allá donde no asustase a nadie.

Mamés estaba poseído por su belleza y su encanto. Y sin darse cuenta de lo que era el amor, se enamoró. Ella lo oía con auténtico placer.

Una tarde mientras saltaba las rocas de un ibón, sin perder de vista a sus animales, miró el espejo del agua como hacía a menudo (pensaba que era un mapa perfecto del viaje de las nubes y de los pájaros) y vio a una joven. Como una auténtica aparición. Era una mujer hermosa, de mirar suave, serena. Mamés le dijo algo sobre la claridad del agua, la concavidad de la roca o sus rebaños. Se citaron al día siguiente, y al otro, y al otro.

Ella le contó que padecía una molesta enfermedad pulmonar, y los médicos de Jaca le recomendaron descanso y paseos por las altas montañas. Mamés estaba poseído por su belleza y su encanto. Y sin darse cuenta de lo que era el amor, se enamoró. Ella lo oía con auténtico placer. Mamés le hablaba de las majadas, de los puertos más altos, del día y la noche, de las aves del cielo, de la flora, de las gasas de niebla que cabalgan sobre los montes o de las tormentas irresistibles que inundaban las vaguadas. Y ella le hablaba de Jaca y de Huesca, de las catedrales, de palacios o de su pasión por hacer figuras de papel. Otro día, ella le besó en la mejilla y le dijo: «Algún día volveré».

Mamés se cansó de esperar. Al cabo de unas semanas, subió a lo alto de la cara norte de Peña Canciás; lanzó un alarido incontenible y se arrojó al insondable precipicio.

Quienes son capaces de oír el dolor en la música del silencio han oído y oyen, de día y de noche, un lamento en el viento que va y viene de la comarca de Serrablo a la del Sobrarbe.

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