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El único día en que Zaragoza se rindió

El acta de capitulación de la ciudad firmada a las siete de la tarde del 20 de febrero de 1809 se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia. En la capital aragonesa debió quedar una copia pero su paradero se desconoce.

Acta de capitulación de Zaragoza, firmada, entre otros, por Ric y Sanclemente
Acta de capitulación de Zaragoza, firmada, entre otros, por Ric y Sanclemente
Archives Nationales de Francia

A las siete de la tarde del 20 de febrero de 1809, Pedro María Ric, presidente de la Junta Suprema de Aragón y marido de la condesa de Bureta, a quien había conocido batallando contra los franceses en el primer sitio de Zaragoza, estampó su firma en el acta de capitulación. La ciudad se rendía al ejército francés después de luchar por su libertad hasta más allá de lo razonable. Junto a Ric, firmaron el documento personajes históricos, hoy con busto en Zaragoza, como Felipe de Sanclemente.

El 21 de febrero, a mediodía, los zaragozanos que aún tenían armas las depusieron en la puerta del Portillo ante las tropas francesas. «La mayoría ofrecía un aspecto tan poco militar que nuestros hombres manifestaban, en voz bastante alta, que nunca deberíamos haber tenido tantos apuros para vencer a esa chusma», escribió un soldado polaco que participó en los combates.

Cuatro años y cinco meses después, tras volar el Puente de Piedra para evitar que los persiguieran, los franceses abandonaban la ciudad. Se ha escrito mucho sobre los sitios de Zaragoza (menos sobre los años de ocupación) y todavía no se ha puesto suficientemente de relieve el hecho de que si no hubiera sido por los sitios y la pobreza que vino después, unidos al afán demoledor de los años 60 y 70 del siglo pasado, la capital aragonesa podría ser hoy tan bella y majestuosa como Florencia.

En la francesada se perdieron joyas como el monasterio jerónimo de Santa Engracia, el palacio de la Diputación del Reino, buena parte de la antigua Universidad de Zaragoza, el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, la Cruz del Coso, los conventos de San Francisco y Predicadores...

Muchos otros edificios sufrieron daños de consideración, y a todo ello hay que añadir la pérdida de patrimonio mueble, ya sea por la contienda o por la rapiña. Basten dos ejemplos: de los pasos antiguos de la procesión de Semana Santa se perdieron prácticamente todos salvo el famoso Cristo de la Cama. Y en cuanto a la rapiña, tras la Guerra de la Independencia el Pilar hizo inventario de las joyas desaparecidas durante la ocupación francesa y las cifró en 16. Naturalmente, las más ricas. Alguna de ellas, como la que había regalado María Bárbara de Portugal, tenía 1.900 piedras preciosas.

Del acta de capitulación solo se conoce la copia francesa, hoy custodiada en los Archives Nationales. Pero existió una copia española cuyo paradero se ignora. Hay una curiosidad sobre las actas. En la copia francesa está tachada la palabra ‘capitulación’, y es que los franceses no querían ni oír hablar de ella. Para el mariscal Lannes lo que se firmó era una rendición pura y dura, y así lo hizo constar en sus comunicaciones con París. Pedro María Ric contó que en plena negociación del documento final, Lannes arrojó a las llamas la copia zaragozana, que fue rescatada por un general francés.

De todo esto han escrito numerosos autores, desde Luis Sorando a Santiago Gonzalo, pasando por Jesús Ángel González-Isla o Javier Rubio en su reciente ‘Zaragoza no se rinde’, entre otros. Pero la copia zaragozana continúa sin aparecer. Una placa en el lateral del molino de Casablanca recuerda que se firmó allí.

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