el patrimonio aragonés emigrado

El Toro de Azaila vive en Madrid, sin reburdeo ni ganas de embestir

La pieza, hallada por Joan Cabré en 1923, no tiene paralelos en el arte ibérico de la península. Apareció entre los escombros de un posible edificio sagrado.

El Toro de Azaila sigue siendo objeto hoy de múltiples interpretaciones.
El Toro de Azaila sigue siendo objeto hoy de múltiples interpretaciones.
Museo Arqueológico Nacional

No hace mucho que el Torico de Teruel llenó páginas y páginas en los periódicos, y muy poca gente se acordó entonces de otra escultura en bronce, también de reducidas dimensiones, que representa a un toro y que procede de Teruel

Quizá porque está fuera de Aragón, en las vitrinas del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid.

Se trata del Toro de Azaila, que es, junto a la Dama de Elche, una de las piezas más representativas de la cultura ibérica en España. Se encontró en 1923 entre los escombros de un posible templo, en una calle de acceso al poblado de Cabezo de Alcalá, un yacimiento de la localidad turolense de Azaila. Dirigía las excavaciones arqueológicas Juan Cabré, que trabajó allí entre 1919 y 1944, con el paréntesis de la Guerra Civil.

Fue Cabré quien, al encontrar junto a él un altar de piedra arenisca pintado de blanco, un recipiente de plomo, varios yesos con molduras y restos de mosaicos, formuló la hipótesis de que pertenecía a un templo, hipótesis que no ha sido cuestionada hasta tiempos recientes.

El Toro de Azaila es una pieza de bronce de 15,5 centímetros de altura por 21 de longitud y ha sido datado en las primeras décadas del siglo I antes de Cristo, poco antes de que la ciudad fuera destruida durante la guerra civil de Sertorio, en los años 82-72 antes de Cristo.

¿Qué es lo que lo hace especial? Pues que no se parece a ningún otro toro de bronce de su época y que por eso ha sido objeto de muy variadas lecturas. Muchas veces se ha escrito que el artista quiso representarlo a punto de embestir. Pero la verdad es que no lo parece. Ni está en pleno reburdeo (el ronquido grave que preludia el ataque) ni con la cabeza baja y las patas muy separadas. Más bien parece vigilante, majestuoso. Tiene los cuernos cortos, las patas muy musculosas y el cuello grueso y lleno de arrugas. Sorprende que en su testuz lleve una flor de siete pétalos.

También se ha dicho que era un exvoto, un objeto litúrgico, el asa de un caldero o la representación de un toro uncido a un yugo para participar en las labores agrícolas, interpretando así la barra de bronce con la que apareció y con la que se expone. El misterio, como tantos otros, sigue ahí.

De la figura existe una réplica en el Centro de Interpretación de Azaila y, si alguna vez se reclamó el regreso del original a Aragón, fue de forma tibia. No ha ocurrido lo mismo con otros importantes restos arqueológicos aragoneses que se custodiaban en el Museo Arqueológico Nacional, como los arcos de la Aljafería. Vinieron a Zaragoza para una exposición en el marco de la Expo 2008, cuando el Arqueológico Nacional estaba cerrado por obras. Y ya se quedaron aquí. Las Cortes se negaron a devolverlos. Diez años después los reclamó por última vez el Ministerio de Cultura, sin éxito. Y hasta hoy. 

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