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Diego Ibarra: "No puedes estar todo el día viendo muertos y conviviendo con el dolor"

El fotógrafo zaragozano, habitual en las páginas del ‘New York Times’, publica su primer libro, ‘El colapso de Fenicia’, que recoge sus ocho años de vida y trabajo en el Líbano.

El fotógrafo zaragozano Diego Ibarra.
El fotógrafo zaragozano Diego Ibarra.
José Miguel Marco

¿Cómo es la experiencia de ver publicado su primer libro?

Enriquecedora, después de haber estado dos años trabajando en la producción del libro. En realidad, llevo siete años, pero una cosa es sacar las fotografías y otra articular un proyecto tan ambicioso que ha precisado el apoyo de la Universidad de San Jorge, de Foto Evidence, de la Casa del Mediterráneo y del Instituto Cervantes. También lancé un ‘crowdfunding’ exitoso pues a los 15 días y había cubierto la cantidad que necesitaba. Ahora solo falta coser el libro. No es lo mismo hacer fotografías que crear un objeto que perdure, que haga pensar, que plantee más preguntas que respuestas. Ese es el gran objetivo del libro.

¿Cuál es la línea argumental?

‘El colapso de Fenicia’ se refiere a todo ese declive que durante años está sufriendo el Líbano. Primero con las heridas no curadas de una guerra civil y después con el sectarismo, la desigualdad, la covid y una falta de energía y de agua que han sumido al país en unas tinieblas en las que apenas hay un atisbo de esperanza. Va desde 2014, cuando aterricé en el Líbano tras haber vivido cinco años en Pakistán, país que abandoné por consejo de los servicios de inteligencia. Comencé allí una nueva vida justo cuando me enteré de que iba a ser padre. Además, lejos de ser la perla de Oriente Medio que se vendía, me pareció un país agresivo, elitista, racista, donde primaba la apariencia. Pero también es un país mediterráneo, con lo que tenemos muchas cosas en común, y eso hace la adaptación más fácil.

Las crónicas de los reporteros solían evocar una visión romántica del Líbano.

Es muy fácil evocar el romanticismo cuando tienes recursos, cuando tienes la capacidad de poder disfrutar de los restaurantes, de los apartamentos de lujo y de los ‘resorts’. Pero ese romanticismo se desvirtúa cuando te das cuenta de que es un país que no tiene electricidad por la noche, que hay carestía de agua, que las trabajadoras domésticas que vienen de África y de Asia trabajan como esclavas del siglo XXI…

¿Aporta usted su crónica objetiva de ocho años allí?

Partimos de la base de que tanto en el periodismo como en la fotografía no existe la verdad. La fotografía es personal e instransferible. En el momento que disparamos el obturador estamos añadiendo en la imagen nuestro bagaje, nuestros miedos y esperanzas. Decir que la fotografía es verdad me parece una gran falacia. La fotografía es el beso de Judas que miente. Cuenta solo una pequeña parte sesgada de la realidad desde un punto de vista personal.

Pero desde su cámara desmitifica el país que le acoge.

Es una desmitificación, es un acercamiento, es un tributo a un país que me ha acogido y es también un homenaje ante la falta de memoria que se repite en muchos países donde han habido dictaduras y guerras civiles, en los que se quiere guardar todo debajo de la alfombra y salir hacia adelante sin importar que las consecuencias a largo plazo van a seguir resonando. El Líbano no curó las heridas de la guerra civil y todavía sangra. En eso tiene parecidos con España, con las fosas comunes y con la falsa memoria que tenemos. Me sentía en la obligación de hacer algo personal ya que tanto me ha regalado el país. Es un libro por y para el Líbano. Sin imágenes no hay memoria y por desgracia vamos a volver a repetir los mismos errores. Cuando no tenemos referentes históricos o periodísticos, la sociedad tiene la tendencia de volver a caer en la misma trampa y a seguir los mismos patrones. Es un círculo que se repite y se repite.

¿Qué le atrapa para seguir viviendo allí?

Es un país del que te enamoras. El problema de enamorarte es que el corazón manda más que la cabeza. Se ha convertido en mi hogar. Es un punto de referencia donde puedo descansar, trabajar y tener mi base para viajar. Puedo hacer proyectos a largo plazo. Soy fotógrafo documental, trabajo mucho las ‘breaking news’ como una ventana para poder hacer proyectos en profundidad. Es pan para hoy y hambre para mañana. Vivimos lobotomizados en una galaxia Guttenberg donde solo digerimos información sin tiempo para pensar lo que estamos viendo. La actualidad nos hace tener memorias olvidadizas. Los proyectos a largo plazo son los que permiten intentar profundizar en una realidad para lanzar más preguntas que respuestas.

¿Por qué se autoproduce el libro?

El ‘crowdfunding’ responde a la cultura punk del ‘do it yourself’. Nadie en esta profesión va a tocar la puerta de tu casa para darte una oportunidad. Una de las cosas más bonitas que tenemos en la vida es la capacidad de elegir. Conlleva responsabilidades, pero también la libertad de hacer lo que quieres y crees. Vivimos en un mundo en el que cada vez es más difícil trabajar en la fotografía y en el periodismo. Nos ningunean. De ahí el hecho de producir algo propio como este libro, en el que controlo todo, desde la edición hasta la difusión. La libertad implica muchísimo sacrificio, mucho trabajo, no tener vacaciones, estar siempre concentrado y haciendo contactos… Es una realidad un poco engañosa pero no por ello cambiaría nada de lo que tengo ahora por una seguridad de estar en una oficina.

Recientemente ha estado en Ucrania enviado por el ‘New York Times’.

Estuve un mes en Ucrania contratado por el ‘New York Times’ y hoy vuelvo para allá. Ha sido un año movido porque primero me mandaron en febrero a Siria, donde estuve cubriendo la huida de la prisión de Hasaka, que fue bastante violenta. Volví a sitios donde había estado cinco años antes y estaban peor. Fue muy triste. Pero como ahora el foco mediático está en Ucrania, hay conflictos que se olvidan. El mundo se sigue desangrando y se necesitan informadores que crean en lo que hacen y arriesguen. En marzo estuve en Iraq trabajando sobre las consecuencias del uso de artefactos explosivos en la población civil gracias al apoyo de Unicef. Luego salté a Ucrania con ‘France 24’, donde estuve viendo las consecuencias de la guerra por el sur. Después fui a Armenia y volví a Ucrania con el ‘NYT’. Me destinaron en Leópolis para contar la resiliencia y mostrar que, a pesar del conflicto, hay zonas en las que todavía existe vida. Me centré en la historia de los enterradores. Estamos acostumbrados a ver cifras de muertos, pero, ¿qué hay detrás de ellos, del llanto desgarrado de una madre que ha perdido a sus hijos? Fue un proyecto que envié a los editores, les gustó la idea y nos lanzamos. Intenté darle sentido a la carga emocional de esas personas que estaban enterrando a sus hermanos. ¿Qué hay detrás de los enterradores que están día y noche enterrando a los soldados? La guerra no se reduce al cliché que Hollywood ha exportado de los soldaditos en las batallitas. Hay un coste humano, un sufrimiento. En la guerra no hay victorias, solo perdedores, que es la humanidad.

Velatorio en Nikolayev (Ucrania) el 28 de mayo por Yurii Kaniuk, fallecido cinco días antes.
Velatorio en Nikolayev (Ucrania) el 28 de mayo por Yurii Kaniuk, fallecido cinco días antes.
Diego Ibarra

¿Desde cuándo supo que se quería dedicar a su profesión?

La historia se remonta a cuando con 12 años tuve en mis manos una cámara Yashica y comencé a ver que la fotografía era una herramienta de comunicación. Después estudié Periodismo y me di cuenta de que quería ser fotógrafo. No me gustaban ni gustan las respuestas estereotipadas ni que piensen por mí. La fotografía es esa ventana que te permite acercarte al mundo y contarlo. No paras de crecer profesional y humanamente cada día. Fotografía es humanidad y vida. Fotografía es libertad, tocar los cojones a las verdades que nos vienen impuestas desde el ‘establishment’. Si pensamos en unos valores democráticos, tenemos que ser críticos. Sin una información crítica y veraz, vamos a ser unos borregos.

¿Se considera valiente? ¿Cómo gestiona tanto dolor ajeno?

Los cementerios están llenos de valientes. Me considero una persona práctica, que no se conforma con lo que tiene y con un complejo de Peter Pan para aprender. Cada viaje, cada proyecto es una piedra que vamos añadiendo a la mochila y cada vez la mochila es más pesada. Hay una carga emocional que pasa factura, especialmente para los que trabajamos en zonas complicadas. Pero limitarnos solo a eso es ‘snob’. No puedes estar todo el día viendo muertos y conviviendo con el dolor.

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