En términos comerciales y de industria, ‘Doctor Strange’ (2016) ha sido el trabajo más importante de Scott Derrickson. No obstante, en lo cinéfilo la trayectoria del director se asocia de primeras a ‘El exorcismo de Emily Rose’ (2005), la película con la que despuntó, y a la turbadora ‘Sinister’ (2012). Este filme protagonizado por Ethan Hawke, reivindicable y de los que ganan en revisiones posteriores, incluía entre otros elementos la raíz paranormal y la modulación de la figura del hombre del saco. Dos aspectos que reaparecen en ‘Black Phone’, su reencuentro con el citado actor en el marco de las producciones Blumhouse. 

A partir de un relato corto de Joe Hill, Derrickson aporta originalidad a las historias sobre el miedo y la tensión ante el secuestro a manos de un psicópata, ya que un menor retenido recibe desde un teléfono roto que suena en el sótano llamadas de las víctimas anteriores para aconsejarle acerca de lo que debe hacer para escapar. Una atractiva premisa para un ‘thriller’ con toques de terror muy sólido y apreciable, estupendo al inicio, vistoso en su parte central y emocionante al final.

El tratamiento de Derrickson brilla en la contextualización y la construcción de las bases narrativas (la ubicación en 1978, los sucesivos raptos de jóvenes en una localidad, la vida de los dos hermanos, el acoso en el instituto y el maltrato en casa), terreno en el que merecen atención las interpretaciones de Mason Thames y Madeleine McGraw.

La enfermiza oscuridad proyectada por Hawke, en un registro atípico, aterra por el juego psicológico al que somete al chico y por el efecto que ejercen sus máscaras demoníacas, el símbolo iconográfico. Los geniales créditos iniciales recuerdan los gustos formales de Derrickson, también presentes en las secuencias de los secuestros y de los sueños de la hermana sensitiva, vía secundaria que se intuye clave y que, aunque menos redonda, posee interés.