¡Cuántos instantes, recuerdos e imágenes hay en la vida! Y cómo acuden de golpe, como un vendaval de emociones, como una ráfaga de recuerdos, como un centelleo de perplejidad. Esta tarde, José Ignacio López Susín anunciaba la muerte de Javier Gil Sevilla (Zaragoza, 1952-2022), un amigo, un impresor, un soñador al que, un día, empezó a llevárselo un poco la depresión o las zancadillas del existir. Antes, durante una década al menos, desde Cometa, desde Gráficas Navarro Sender, otro lustro de trabajo, hizo muchas cosas: intentó colaborar con absoluta generosidad y profesionalidad con Antonio Sanz, el gran maquinista, y con Rosa, la viuda de José Luis Lalana que logró salvarse de un terrible accidente y tendría arrestos para seguir con sus hijos. Luego, en una aventura, ya en solitario, Javier Gil quiso seguir haciendo libros, revistas, publicaciones especiales. La fortuna, al final, no estuvo de su lado y lo desarmaron muchas circunstancias: la enfermedad mental, la bipolaridad, la depresión, el desamparo que a veces nos golpea, le dejaron inerme. Y pareció olvidarse de sí mismo, de todo cuando había amado, de tanto y tanto que había emprendido.

Javier Gil Sevilla no tuvo una infancia fácil, según solía contar. Incluso pensó en ser sacerdote. Salió y trabajó en varios lugares, especialmente en La Catalana Occidental. Y de ahí, gracias a José Luis Acín, diseñador y antropólogo, y Jesús Borgoñón y Tomás Elorza, de Encuadernaciones, por todo lo que sabía de imprentas, de gerencia, de publicaciones y libros, entraría en Cometa. Para entonces ya se había casado con la neuróloga Carmen Pascual, con la que tendría tres hijos. En Cometa hizo muchas cosas: se implicó en la edición de publicaciones como ‘Rolde’, la editorial Olifante o Xordica, entre muchos otros títulos.

“Javier Gil hizo muchas cosas allí. Cometa era una de las más importantes imprentas de Zaragoza en un tiempo que en que irían consolidándoseTipolínea, Arpi Relieve, Ino reproducciones, Sansuñea, San Francisco… En Cometa se hacían los volúmenes de Destinolibro. José Luis Lalana, su dueño, una buenísima persona, me enseñó muchas de las cosas que aprendí en la edición de ‘Andalán’, ‘El Ribagorzano’, que hacíamos con Rafael Bardají, en ‘Rolde’. Y Javier Gil se implicó mucho, perteneció a ‘Rolde’. Estaba ahí un poco como protector”, dice José Luis Acín. Ignacio López Susín recuerda que incluso promovió unas becas para la edición de dos libros vinculados al Centro Aragonés de Barcelona, redactados por Rubén Ramos y Carlos Serrano. Fue un entusiasta de la cultura. Realizó viajes por el Maestrazgo y Morella, y le encantaba recorrer Aragón con su familia.

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Después, tras un desencuentro que le marcó la vida, Javier Gil (que podía ser vehemente a veces) se fue de Cometa y empezó de nuevo. Adquirió Gráficas de Navarro, de José Navarro, y les cambió el nombre por Gráficas Navarro Sender. Ahí continuó trabajando, colaborando, editando la revista ‘Ala Delta’, frecuentaba algunas cenas de Casa Emilio y seguía cerca de los amigos de ‘Rolde’. La aventura no cuajó, y poco a poco, Javier Gil se desplomó con su negocio. Se le sumaron impagados y la crisis del sector. En 2006 se separó de Carmen Pascual -hace un instante recordaba: “¡Cuánto, cuánto, cuánto nos hemos querido durante años, hasta la enfermedad!”-, se fue a vivir a Torrero y se fue alejando del mundo, con su madre, envuelto en distancia, ruptura con sus amigos, soledad y misantropía. Y un infarto ha puesto fin a sus días. Descanse en paz.