José Enrique Ruiz-Doménec: "Tendríamos que revisar a fondo el siglo XVIII para entender el XXI"

El medievalista (Granada, 1948) ofreció hace unos días en Zaragoza una charla sobre las pandemias en la historia para la Fundación Giménez Abad

José Enrique Ruiz-Doménec, en el patio de los Naranjos de la Aljafería.
José Enrique Ruiz-Doménec, en el patio de los Naranjos de la Aljafería.
Oliver Duch

¿Sigue ejerciendo como profesor?

Nunca pensé permanecer más de 50 años como docente en una universidad. He tenido muy buenos estudiantes, que han superado al maestro en todos los aspectos y ocupan puestos de relevancia dentro y fuera del mundo académico. He ejercido hasta el último día en que me lo ha permitido el Estado; ahora sigo impartiendo clases en una universidad privada italiana, con la que comparto juicio acerca de la jubilación.

¿Qué juicio es ése?

Que es un error gravísimo. Los docentes jubilados que amamos nuestra profesión buscamos rendijas en las conferencias, seminarios o centros privados. Umberto Eco me lo dijo una vez: “Es que alguien lo tiene que hacer”.

¿Lo suyo fue vocación?

Lo que me ha movido es estar en contacto con varias generaciones de estudiantes, dar clase a nietos de mis primeros alumnos; es la fuente de la eterna juventud comunicativa. Una de las cosas que he propuesto a la comunidad científica es un estilo de escritura abierto, comprensible y válido para el especialista y el profano.

Y exento de corrección política.

Sé que tomar parte únicamente por el conocimiento y el espíritu crítico provoca cierto malestar en un país donde lo fácil es elegir bando; si te resistes a eso, te atacan todos, aunque también te elogian todos. Escribo en todo tipo de periódicos, sean del signo que sean; soy un espíritu libre, muy crítico conmigo mismo, siempre insatisfecho, que disfruta con los grandes libros que están saliendo al mercado en los últimos años. He escrito obras polémicas, incluyendo una historia de España que si se lee con sensatez, revela que el eterno conflicto entre las viejas dos Españas está subsanado.

Los humanos seguimos sin aprender de errores pasados.

Así es. En Zaragoza hablé de esta pandemia y otras anteriores; de hecho, interrumpí mi proceso de escritura y estudio para someterme al dictado de la sociedad y escribir un librito sobre epidemias y pandemias. Tenía tiempo por la pandemia, como todos lo tuvimos, y me sentía en deuda con la sociedad. Ahora que el covid parece remitir, aunque no con la firmeza analítica deseada, aparece una guerra muy mal interpretada.

¿En qué sentido?

Los historiadores no hemos dicho lo que había que decir, o no nos han dejado decirlo en comparación con otros periodos de la historia, especialmente el siglo XVIII, que cada vez se parece más lo que vivimos hoy. Si el XXI sigue los paradigmas vigentes hace trescientos años, y la guerra en el este de Europa va por ahí, tendríamos que revisar a fondo y de nuevo ese prodigioso siglo XVIII para entender el XXI e intuir un poco hacia dónde vamos.

¿Cree posible que el XXI acabe en una revolución, entonces?

La de Francia fue una fractura paradigmática: podría ocurrir, sí. Hay una crisis en la organización de los territorios, tanto los internos como los externos. El problema de fronteras es un clásico de la historia, y España sabe de eso, como país forjado en la cultura de la frontera. El otro día presentaba la novela ‘Kraft’, del escritor suizo-alemán Jonas Lüscher, una metáfora de los últimos 40 años, y comenté que el análisis de una guerra debe ser complejo por naturaleza; el esquema de película de Hollywood con buenos y malos no funciona, se ve la trampa enseguida, el papel de la propaganda y el ocultamiento de cuestiones decisivas. Sin embargo, no se acude tanto a los historiadores para arrojar luz sobre el tema. La sociedad del siglo XXI merece análisis críticos, profundos; no se hizo con el coronavirus, así que esperemos hacerlo con la guerra.

¿Manda la estrategia de la tinta de calamar, la distracción?

Claro. Cuando aparece una obra neutral, causa inquietud; curiosamente, esa neutralidad a la que tanto parece aspirar todo el mundo no se fomenta. Es un resto de viejos conatos rituales y religiosos que llevamos dentro, incluso de algo como el deporte, donde siempre alguien gana y alguien pierde. Un gran medievalista, el holandés Johan Huizinga, escribió en su ‘Homo ludens’ que el hombre es un productor nato, necesita producir para vivir, pero su dimensión lúdica es extraordinaria; le dedicamos casi tanto tiempo como a la producción. Mis maestros franceses de la escuela llamaban a esto el imaginario, un concepto que sustituye al de ideología porque trasciende el procedimiento discursivo y atiende a los sueños, las estridencias personales… cada uno tiene su opinión, somos mucha gente, eso es bueno.

¿Leemos lo suficiente? Y si así es, ¿no cree que la avidez lectora deviene angustia, por lo inabarcable de todo lo interesante?

Borges dijo una vez que cuando caes en la terquedad lectora, nunca sales de ella. La lectura es algo maravilloso, lo único que nos diferencia de los otros seres de la creación, al menos de momento. Si ocurre, será algo realmente revolucionario, y no necesariamente distópico. La inmortalidad cultural de la escritura y la lectura es un hecho; cuando me muera dejaré cosas escritas, que quizá se olviden, o quizá tengan una acogida extraordinaria mucho después.

La reflexión y la creación ganan con la experiencia. Muchas veces alcanzan el punto álgido en la última etapa de la vida.

Estas Navidades estuve a punto de morir por un covid muy agresivo. No me preocupó, el arte del bien morir es tan importante como saber vivir. Ojo, no quería morirme, me gustaría vivir 120 años para seguir promoviendo que la jubilación a los 70 es un error; entre los 70 y los 90 puedes ser muy creativo, es lo que Platón llamó el tercer viaje, la tercera navegación. Él mismo produjo en ese intervalo sus grandes obras. ¿Te imaginas lo que hubiera hecho Lorca de haber llegado? El pobre no tuvo ocasión. En Geografía, Historia o aspectos antropológicos, las obras del tercera viaje suelen ser las mejores. A veces ocurre en la música: el gran Verdi es el de las dos últimas obras, el gran Wagner es el de ‘Parsifal’… no me sitúo en ese estrato, pero sí espero que lo próximo qu3e escriba sea bueno, claro.

Nunca habla de su siguiente libro.

Es un punto de superstición, sí. Soy un viejo andaluz, lorquiano; he procurado envejecer bien en un país que, como el nuestro, tiende a despreciar la vida adulta, cuando es el lugar preferente del diálogo, la conversación. Hablar con los amigos durante horas es uno de los placeres de mi vida, y lejos de perder el tiempo, creo que ganamos vida.

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