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La nueva y fresca voz de Xita Rubert o la desaparición del argumento

La joven escritora es una de las últimas revelaciones de las letras españolas con su libro, 'Mi vida con los Kopp', que publica Anagrama

Xita Rubert debuta con fuerza.
Xita Rubert debuta con fuerza.
Archivo Anagrama.

El argumento apenas existe en esta novela breve porque, aunque parezca paradójico, la esencia de la narrativa no tiene por qué estar en la trama. Lo saben bien los novelistas de estirpe proustiana como Xita Rubert. Para ella, el interés de un relato no está en los hechos, sino en los miles de detalles que los componen: en las descripciones, en los puntos de vista y en el arte de exponerlos de un modo que nos permita extraer de ellos una amplia gama de sensaciones.

‘Mis días con los Kopp’ parte de una anécdota sin relieve: Juan y Virginia, padre e hija, viajan a una ciudad innombrada del norte de España para acompañar a Andrew Kopp, profesor judío de origen austriaco amigo de Juan, que va a recibir un premio de manos de los reyes. Kopp también ha acudido en compañía de Sonya, su arisca mujer y del lunático de su hijo Bertrand, quien se define como escultor y ‘performer’, aunque no pueda probar ni lo uno ni lo otro.

La novela se compone de una serie de encuentros en los cuales Virginia, con sutileza, va trazando veraces retratos de los personajes y se define como futura escritora, pues afirma no tener interés en la verdad ni en el recuerdo. ¿Qué es entonces lo que interesa a la narradora? Parece claro que lo que la mueve a narrar es la imaginación pura, la ficción, la especulación verbal.

«Con los Kopp todo eran extravagancias, festines, conversaciones ociosas, sucesos inesperados», reconoce Virginia y agrega: «El éxtasis de lo mundano existe para hacernos olvidar la muerte». Acerca de Bertrand, su padre afirma: «Es artista. Los artistas hacen las cosas de otro modo, hay un propósito desconocido que las ordena». Y ese desconocimiento, ese misterio, parece convertirse en el hilo conductor conforme avanzan las páginas y la protagonista se acerca a Bertrand tratando de comprenderle, para advertir que cuanto dice resulta incoherente y falso. El joven Kopp es como el albatros de Baudelaire, ese animal majestuoso cuando vuela en las alturas y ridículo cuando cae sobre la cubierta de un barco y apenas sabe desplegar sus inmensas alas. Representa la incapacidad del artista para comprender el mundo y para ser comprendido por él.

«Con los Kopp todo eran extravagancias, festines, conversaciones ociosas, sucesos inesperados», reconoce Virginia y agrega: «El éxtasis de lo mundano existe para hacernos olvidar la muerte»

En este punto, como si la realidad no fuera suficiente, el relato parece tender a la abstracción, al pensamiento, a la desaparición definitiva del argumento. Así lo expresa Xita Rubert: «En parte escribir es capitular, enfrentarse al fracaso, mirarlo con amor, acogerlo y acariciarlo como si fuese la inofensiva victoria que no es». Al igual que Bertrand, Virginia prefiere ese mundo de ideas y de imaginación que parece extinguirse cuando deseamos tocarlo y hacerlo real. De ahí la afirmación de Bertrand de que «toda escultura es efímera», porque todo arte nace muerto, vive solo el tiempo en que se lleva a cabo el proceso creativo.

Ese carácter ilusorio de la vida y del arte lleva a Virginia a pensar que sus días con los Kopp han sido solo "una función teatral, una especie de broma aceptada o mentira celebrada, con escenas, escenario, vestuario, guión solamente".

LA FICHA

‘Mis días con los Kopp’. Xita Rubert. Editorial Anagrama. Barcelona, 2022. 147 págs.

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