Por
  • Francisco Javier Aguirre

La música como panacea

Leo de María
Leo de María
HA

Iniciar un recital de piano con una sonata de Mozart contribuye a inyectar en el oyente una buena dosis de serenidad y equilibrio. Eso consiguió Leo de María en el concierto ofrecido el miércoles, día 3, dentro del XXV Ciclo de Grandes Solistas Pilar Bayona. La música como panacea.

La ‘Sonata en Mi bemol Mayor, KV 282’ leída con la sensibilidad que puso en su pulsación el joven virtuoso, creó un ambiente de complacencia muy de agradecer en estos tiempos tan convulsos que nos está tocando vivir. El primer allegro, los dos minuetos y el Allegro conclusivo sonaron en ese espacio intermedio en el que resulta fácil reconstruir la sonoridad del fortepiano.

Del marco clásico a las emociones románticas: la primera con Granados, en su balada ‘El amor y la muerte’, de ‘Goyescas’. Amplitud cromática y dinámica compleja en una partitura de marcado carácter idiomático dentro del catálogo del autor.

Con la gran sonata ‘Dante’, de Liszt, el solista ahondó en el contenido trascendente y hasta metafísico de la música, insistiendo en los contrastes y  profundizando en la gama grave del teclado, con un juego de escalas bien construido. Afinó los tránsitos tonales y la modulación a lo largo de todo su discurso, que en algunos pasajes adquirió resonancias sinfónicas.

En su ‘Humoreske en Si bemol Mayor, op. 20’, muestra Schumann con nitidez su capacidad empática, contrapunto feliz, aunque eventual, de su atribulada existencia. Leo de María hizo una lectura limpia, sin resortes gratuitos, con recatado respeto a las vibraciones del compositor: simpleza y delicada textura, primero, aceleración y euforia, después, en los cuatro fragmentos alternativos de la obra. Destacó el rubato en el cuarto de ellos.

Concluyó la velada con una vigorosa versión de ‘La Valse’, de Ravel, un compendio del impresionismo más cualificado. Hubo dos propinas.

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