LITERATURA Y MÚSICA. OCIO Y CULTURA

Javier Martínez: "Lo que más me motivó al principio fue trasladar al lector el mundo de la violería"

El lutier y fundador del Museo de la Trashumancia de Guadalaviar publica una novela sobre un fabricante de instrumentos musicales del siglo XVI

Javier Martínez, un prestigioso lutier y director de la Escuela de la Violería de Zaragoza, también abraza la novela.
Javier Martínez, un prestigioso lutier y director de la Escuela de la Violería de Zaragoza, también abraza la novela.
Antonio Ceruelo.

Javier Martínez (Guadalaviar, Teruel, 1959) es director de la Escuela de Violería y fundador del Museo de la Trashumancia. Acaba de dar un paso hacia la literatura con ‘Mateo Arrabia, el violero que se confesaba con los árboles’ (Sibirana), novela de más de cuatrocientas páginas que se presenta el martes, a las 19.30, en la Casa de Ganaderos.

¿Desde cuándo la escritura es otra de las pasiones del violero Javier Martínez? 

Al principio me limitaba a la escritura propia de la investigación histórica, aunque hace tiempo que escribía cuentos. Más tarde empecé con los relatos. Algunos fueron premiados, otros se han quedado en finalistas, el último de ellos en el prestigioso concurso Max Aub.

¿Cómo ha ido evolucionado como escritor, qué pasos ha ido dando hasta llegar a Mateo Arratia? 

Al terminar la redacción de mi tesis doctoral tenía necesidad de escribir en libertad. Tuve la suerte de localizar en el Archivo de la Inquisición el proceso inquisitorial contra el violero Mateo Arratia por herejía. Incluí un capítulo en mi tesis sobre este documento y los miembros del tribunal me pidieron que lo novelara. Lo tomé como un reto y me puse en marcha. Me vino muy bien escribir sin tener que acreditar cada reflexión, cada idea, cada interpretación de una realidad tan distante con notas a pie de página como si fueran los puntales de un edificio. Confieso que me costó romper con el método científico al principio, condicionado por una pretendida objetividad no siempre posible. En Mateo Arratia he respetado referencias a hechos históricos y casi todos los personajes existieron en realidad, si bien, muchos de ellos estarían ahora muy enfadados conmigo, o quién sabe si han sido ellos mismos los que me han utilizado para narrar lo que no sabíamos de sus vidas y conflictos.

"Me vino muy bien escribir sin tener que acreditar cada reflexión, cada idea, cada interpretación de una realidad tan distante con notas a pie de página como si fueran los puntales de un edificio"

Cuando presentó su tesis doctoral, hablaba ya de ese personaje como acaba de recordar. ¿Cómo lo encuentra, qué tipo de violero o lutier sería? ¿Qué le atrajo de él para convertirlo en ficción? 

Antes de que apareciera ese documento ya conocíamos mucho sobre Mateo, uno de los violeros más importantes de la segunda mitad del siglo XVI. Gracias al inventario de sus bienes sabíamos que contaba con un taller impresionante, que se casó varias veces, además del romance que mantuvo con la esposa de su maestro, que sus instrumentos eran tasados a un precio muy alto, que compró el esclavo más borracho y ladrón de la ciudad, según se expresa en el mismo documento. Ya de maestro, tuvo varios aprendices y oficiales, uno de ellos Pablo de Herrera, que llegó a ser violero oficial de Felipe III. Una personalidad así, disidente, heterodoxa, casi marginal pese a ser hidalgo y como tal respetado, tiene un atractivo especial como violero y como ser humano.

¿Era el personaje tan atrevido, con esa arrogancia juvenil que tiene siempre, desafiante? 

Mateo, que sepamos, al menos fue encarcelado en tres ocasiones por diferentes motivos. Como heredero de Pedro Arratia, su padre, un maestro violero vallisoletano, contaba con medios suficientes para poder resolver casi todo con dinero. El proceso inquisitorial advierte su fuerza, su valentía, su resistencia al tormento del potro. Generaba miedos incluso a los inquisidores. Durante un tiempo prohibieron a la gente acercarse a él bajo pena de excomunión, al ser declarado contaminador de almas.

Javier Martínez repasa un plano de un instrumento con un compañero en la Escuela de la Violería.
Javier Martínez repasa un plano de un instrumento con un compañero en la inauguración de la exposición 'El arte de la violería' en 2018.
Guillermo Mestre.

La novela empieza en Toledo a mediados del siglo XVI… Ahí llega él con una buena dote y para en uno de los peores mesones y prostíbulos de la ciudad. ¿Cómo era aquella ciudad? ¿Estaba tan tomada por la supuesta herejía, la circulación de libros secretos y la presencia del Santo Oficio? 

Una ciudad que peleaba por seguir siendo la capital de las Españas, una urbe apestada de muertos de hambre, soldados mutilados, en la que convivían riquísimos prestamistas genoveses y judíos con gentes miserables. Y en ese contexto, la vihuela. Sus muchas calidades marcando diferentes entre las clases sociales. Vihuelas de “madera vieja” para los pobres, vihuelas de ébano con lazos de boj para los aristócratas y eclesiásticos, “instrumentos nobles”, como los llamaba Lope de Vega. Pero, a la vez, la vihuela era un instrumento universal, nexo entre clases, una contradicción muy ibérica, un elemento cultural importantísimo en nuestros Siglos de Oro. Este carácter se percibe muy bien en el ‘Crotalón’, de Villalón, pero también en textos de Lope, Quevedo, Gracián y otros muchos. Estos instrumentos se construían en la calle de los violeros, a veinte pasos de la Alcalá, centro comercial de Toledo, el mismo al que recurre Cervantes para argumentar el origen de su Quijote. Al final de la novela se enlaza con este hecho.

El libro, en cada capítulo, lleva un fragmento literario de distintos autores. ¿Cuál era el lugar de los violeros? ¿Qué prestigio tenían? 

Los violeros eran artesanos prestigiosos, un estudio sobre los gremios artísticos de Granada, en el siglo XVII, los sitúa como los que percibían mayores rentas por sus trabajos, después de los plateros. En la Zaragoza de principios del XVI, un famoso violero, llamado Mahoma Mofferriz, era alcalde de la Aljama de Moros, una ciudad dentro de la ciudad. Hay documentadas propiedades de violeros en la calle de la fustería, justo detrás de la parroquia de san Gil, que acreditan su elevado estatus. Así, por ejemplo, un miembro de la familia mora Albariel, dedicada a este arte, tenía cuatro casas en ese espacio, viñas y numerosas propiedades. Su mujer, cristiana, era hija de un doctor en medicina y sobrina de un cura, que le otorgó la dote. Pero encontramos casos muy variados, hay testimonios de violeros que vivían con precariedad, sobre todo en su vejez, y otros que lograban ascender al máximo rango de la escala estamental del propio oficio.

"En la Zaragoza de principios del XVI, un famoso violero, llamado Mahoma Mofferriz, era alcalde de la Aljama de Moros, una ciudad dentro de la ciudad. Hay documentadas propiedades de violeros en la calle de la fustería, justo detrás de la parroquia de san Gil, que acreditan su elevado estatus"

Explíquenos qué maderas usaban y qué instrumentos hacían. Aquí habla de la vihuela, especialmente.

Los violeros construían todo tipo de instrumentos de cuerda, vihuelas de mano, laúdes, guitarras, vihuelas de arco, arpas, bandurrias, cítolas, clavicordios, monacordios, salterios…El suelo y cuello de las llamadas vihuelas de madera vieja, eran construidas con pino de gran calidad, llamado “pino de Cuenca”. El que utilizaban en Toledo bajaba por el Tajo, desde su cabecera en los Montes Universales, en los confines de nuestro Aragón y Sierra de Cuenca. Otras maderas muy referidas eran, sobre todo, el nogal, pero también incluso el haya. Las tapas, siempre de abeto. Hubo tradición también de utilizar maderas exóticas, importadas de ultramar. Las vihuelas de ébano se situaban entre las más caras, pero también lo fueron las construidas con maderas de la Amazonía, diferentes maderas del género Dalbergia, cocobolos, caña de indias, etc.

Aparece Miguel Servet al menos dos veces citado. ¿Qué le debía Mateo Arratia al sabio aragonés? 

A Mateo le acusaban de muchas cosas, todas ellas hereticales. Al principio, por blasfemar y descreer de Dios, luego por invocar a los demonios; más adelante, por pintar a Dios en una tabla y decir que estaba en ella igual que en la hostia consagrada, pero lo que más hizo pensar a los inquisidores y canonistas fue la acusación de Leonor, su primera mujer, por proferir dicterios contra la Santísima Trinidad. Quise vincular esto último con el anti trinitarismo de Servet, de ahí que introdujera un personaje de enlace, el mismo Petrucho. En la novela, un desertor del Tercio Viejo de Lombardía, pero en el ‘Dialogorum Trinitate’, el interlocutor del propio Servet. En la segunda ocasión, se cita a Servet por el extraño caso del cerebro fosilizado de santa Úrsula, pura invención.

El libro sobre el personaje real Mateo Arratia.
El libro sobre el personaje real Mateo Arratia.
Antonio Ceruelo.

¿En qué medida es este Mateo Arratia, tan lleno de secretos, un hombre que huye? 

Huye de Valladolid, huye de los inquisidores, de la cárcel en la que lo recluyeron. Una huida continua en el entramado ficticio de la novela. A veces lo consigue, otras no, quedando atrapado por el inexorable paso del tiempo. Pero, a la vez que huye, se enfrenta a ese todo, a casi todo, lo que unas veces le genera simpatías y adhesiones inquebrantables, como la de su buen amigo Yuste de Aguilera, y otras enemistades y odios viscerales.

Hablemos de las mujeres de su vida y de su entorno: desde esa Piçana, Mariyébenes, María Portillo, sobre todo, y Leonor. 

Todas ellas son históricas. La Piçana es la primera que lo acusa por blasfemar en su ventorro, una mujer que los testigos que depusieron a favor de Mateo la acusaban de ser una vieja de mala índole y reputación. Las demás mantuvieron relaciones amorosas con Mateo, algunos de estos amores tormentosos, otros apasionados. Hubo otra más, con la que se casó siendo un cincuentón, María de los Ángeles. Todas ellas están documentadas en las abundantes fuentes con las que contamos, pero, ahora, pido perdón a su historicidad por haber torcido sus vidas a mi antojo. La última, la japonesa Aiko, un regalo ficticio con la que compartió una gran amistad y a la que enseñó a tocar la vihuela.

¿Es posible que un tipo así, en sus batallas con la Inquisición, pudiese salvar la vida? 

Cualquier otra persona, posiblemente habría acabado en la hoguera. El promotor fiscal, Funes, pretendía para él la máxima pena, aportando suficientes pruebas para lograrlo. Sin embargo, Mateo demostró a lo largo de todo el proceso una enorme habilidad para defenderse con argucias que desesperaban a los inquisidores. Estamos hablando de un proceso que se desarrolla entre 1554 y 1558. En esos años, algunos teólogos toledanos participaban de un modo muy activo en las reuniones del Concilio de Trento. Definir una estrategia contrarreformista teniendo herejes en casa era poco ejemplar. El apoyo de la mayor parte de los violeros toledanos también fue definitivo, casi todos testificaron a su favor, a excepción de dos de ellos, a los que Leonor supo convencer con diferentes promesas. Su disidencia, aun muy distinta, recuerda a la del ‘Menocchio’, un molinero ajusticiado por la inquisición en Italia por defender que el mundo surgió como un queso y de él nacieron Dios y los ángeles como gusanos. Su historia fue investigada por Carlo Ginzburg en “El queso y los gusanos”. El pobre molinero fue abrasado en la hoguera a finales del XVI.

¿Qué querías contar, en realidad: una vida de un músico, el relato de un buscavidas, la historia de un descreído, el panorama de una época? 

Todo eso filtrado a través de un ejercicio de libertad absoluta. Lo que más me motivó al principio, mi aspiración inicial como violero, fue trasladar a los lectores nuestro mundo. Quería utilizar la historia de Mateo como excusa para contribuir a que nuestra sociedad reconozca una de las parcelas más importantes de nuestro patrimonio cultural. Ya, en el siglo XIX, el gran Asenjo Barbieri se lamentaba de la escasa atención de la sociedad hacia los que él llamaba como “instrumentos de arte”. Me esforcé por abrir las puertas de los talleres antiguos a los ojos de los lectores de ahora, invitarles a sumergirse en el universo de sensaciones del que disfrutamos a diario quienes tenemos la suerte de dedicarnos a construir instrumentos musicales. Lo que sucede es que una vez que me metí en harina no pude resistirme a la tentación de explorar esos espacios donde se desarrolla la historia, los conflictos entre las elites eclesiásticas, las aventuras transoceánicas de mercaderes y misioneros, el ambiente cultural de Toledo, Sevilla, Valladolid o Alcalá de Henares.

"Me esforcé por abrir las puertas de los talleres antiguos a los ojos de los lectores de ahora, invitarles a sumergirse en el universo de sensaciones del que disfrutamos a diario quienes tenemos la suerte de dedicarnos a construir instrumentos musicales"
Javier Martínez dialoga con sus alumnos en la Escuela de Violería.
Javier Martínez dialoga con sus alumnos en la Escuela de Violería.
Francisco Jiménez.

¿Eran frecuentes las salidas a Japón de los violeros o es una libertad que te permites? 

El comercio de instrumentos musicales a Japón y otros territorios en el siglo XVI está bien documentado. También, la salida de violeros autorizados para practicar su oficio en ciudades americanas. Ese hecho hizo posible que se expandieran con fuerza instrumentos ibéricos por extensos territorios, como la vihuela de mano, la vihuela de arco, el arpa, entre otros. El caso del Japón es singular. No conocemos que fuera visitado por ningún violero, fue una licencia enviarlo allí durante una buena temporada, me apetecía hacerlo por muchos motivos. Los jesuitas introdujeron vihuelas en Japón, muchos niños japoneses aprendieron a tañer vihuelas de arco con ellos, sin duda fue un instrumento de inculturación muy útil dentro de la estrategia ignaciana.

¿Qué hay de eso que se dice en la novela: Zaragoza era la ciudad que mayor cantidad de violeros tenía? 

Hemos oído hablar muchas veces de la importancia cultural de Zaragoza durante el Renacimiento, de sus imprentas, de su arquitectura, pero muy poco de los constructores de instrumentos. Los archivos aragoneses acreditan la actividad de treinta y seis violeros entre la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVI. No hay otra ciudad europea con tantos violeros en esas fechas. Toledo vino a ocupar ese espacio a mediados del XVI, y a final de siglo Madrid. Otros focos importantes fueron Valencia, Valladolid, Sevilla, Granada, Lisboa y otras ciudades. Los libros de collidas del Reino de Aragón recogen numerosas transacciones de instrumentos y cuerdas de tripa a mediados del siglo XV. Este último es un tema pendiente de investigar en profundidad, invito a los medievalistas a hacerlo.

¿Cómo valora su experiencia de novelista? ¿Ha nacido un escritor? 

Resultaría por mi parte demasiado pretencioso decir que ha nacido un escritor. Me veo como un apasionado de la escritura, sí, y ahora también, como un afortunado que ha tenido la suerte de que una editorial como Sibirana crea en mi novela y la publique. No sé si ha nacido un escritor, pero sí he de decir que gracias a las satisfacciones personales que me ha aportado 'Mateo Arratia, el violero que se confesaba a los árboles', me he enganchado a la ficción. Estoy terminando otra novela y preparando los andamios para otra más.

"Los archivos aragoneses acreditan la actividad de treinta y seis violeros entre la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVI. No hay otra ciudad europea con tantos violeros en esas fechas"

¿Qué tiene la literatura que no tiene fabricar instrumentos musicales? 

Lector y músico son intérpretes. El primero, de las obras literarias, el segundo de los instrumentos musicales. Libros e instrumentos, por lo tanto, conectan a los creadores con sus destinatarios, ambos vehiculan arte. Encuentro más similitudes que distancias entre literatura y violería. En cuanto a los procesos creativos de una y otra, quizá la mayor diferencia sea que en literatura la libertad es absoluta y al construir instrumentos, aunque debes aportar lo mejor que te prestan tus conocimientos, intuición y experiencia, has de respetar escrupulosamente una gramática que debes conocer a la perfección pero no te permite decir cualquier cosa.

¿Qué sucede en la escuela de violería, es manufactura, es búsqueda de la perfección, es fantasía? 

En la Escuela de Violería procuramos aprender esa gramática de la que antes hablaba. La tradición es rica y hay que conocerla. Son siglos de experiencias sensoriales acumuladas, de saber hacer. Los gremios se encargaban de transmitir todo eso. En la Escuela de Violería queremos ocupar ese espacio formativo, procurando en el camino alcanzar la excelencia. Si hablamos de instrumentos históricos, el respeto a los procesos, materiales, postulados heredados debe ser escrupuloso. Si hablamos de instrumentos actuales, hay un pequeño espacio para la fantasía. La búsqueda de la perfección siempre, pero sobre ella prevalece siempre, también, la belleza.

¿Ha tenido en la cabeza algunas novelas que le hayan acompañado? No sé si Miguel Delibes y ‘El hereje’…, por citar un ejemplo.

Claro, muchas. Además de la que hablas, 'Bomarzo' de Mujica Láinez, la densidad de Onetti, la intertextualidad de Roa Bastos, el preciosismo de 'El Perfume', o algunas novelas de fantasía histórica, por hablar de lecturas actuales inspiradoras en este género. Confieso que lo que más nos emociona a quienes nos gusta sumergirnos en siglos pasados es el documento recién reencontrado, el archivo en bruto, el tacto del papel original, el olor de la piel de las cubiertas, el paso de cada folio tras el que siempre se sucede el misterio y la aventura del siguiente.

LA FICHA

'Mateo Arratia. El violero que se confesaba a los árboles'. Javier Martínez. Sibirana. Zaragoza, 2022. [La novela se presenta el martes 19, a las 19.30, en la Casa de Ganaderos.]

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