literatura. ocio y cultura

Muere el escritor y crítico literario Javier Goñi, un divulgador tan apasionado como curioso

Vivió en su ciudad hasta 1965, trabajó en 'El Norte de Castilla' y firmó libros sobre Miguel Delibes y Pío Baroja, y el dietario 'Milhojas de sentido'

Javier Goni / 30-07-20 / Enrique Cidoncha [[[FOTOGRAFOS]]]
Javier Goñi en su casa de Madrid en julio de 2020, cuando recibió la visita del fotógrafo de HERALDO
Enrique Cidoncha

Se ha muerto el escritor Javier Goñi (Zaragoza, 1952-Madrid, 2022), esencialmente un lector apasionado, un crítico inteligente y jamás furioso ni resabiado, y un hombre que se alimentaba de la curiosidad y de la memoria, esa esponja de instantes y sucesos y sensaciones que, para él, comenzaba en Zaragoza. Aquí nació y aquí vivió hasta los 13 años: alimentó la pasión por la lectura y la escritura y fue un lector voraz de HERALDO, su periódico con ‘El Norte de Valladolid’, ‘Diario 16’, ‘El Mundo’ y ‘El País’, donde colaboró en las páginas de ‘Babelia’ durante muchos años.

Javier, en realidad, estuvo en muchos sitios: en la revista ‘El Urogallo’, en ‘Informaciones’ (allí se inició como becario a mediados de los años 70), también en las páginas de ‘Turia’ (donde firmó críticas y entrevistas, con Juan Luis Cebrián, por ejemplo) y en las de ‘Mercurio’, entre otras publicaciones. Y estuvo en estas mismas páginas desde 2003 donde dio rienda suelta al carrete de la memoria: recuperó la leyenda del café Niké, con figuras como Miguel Labordeta y Julio Antonio Gómez, confesó su pasión por los Magníficos y en particular por Carlos Lapetra e hizo recuento de experiencias y sensaciones de buen zaragozano, que leía con devoción a José María Conget e Ignacio Martínez de Pisón, que paseaba por Madrid con Félix Romeo y que había ensanchado el núcleo de sus amistades en los últimos años: Ordovás, Melero, Sanmartín, entre otros. Aquí ofreció en textos no muy largos un anticipo de sus memorias.

Empezó en el periodismo en Valladolid, en ‘El Norte de Castilla’, y publicó un hermoso libro de conversaciones con Miguel Delibes, que amplió en Fórcola en 2020 con el título de ‘Cinco horas con Miguel Delibes’. Además había escrito acerca de Pío Baroja en ‘A contrapelo’ (Ipso, 2019), un libro del que estaba muy orgulloso. Dietarista pertinaz y sosegado, siempre cercano y afectuoso, firmó en Isla de Siltolá su ‘Milhojas de sentido’ (2014), uno de esos libros que definen su buen gusto, su inclinación a la dispersión, al apunte, a la lectura y relectura y al descubrimiento de nuevas voces de cualquier lugar de España. Siempre estuvo atento a todo y a todos, y era de esos críticos e intelectuales que tendía puentes entre distintas generaciones de escritores.

Fue vicepresidente de la Asociación de Críticos Literarios. Coeditó con Elena Butragueño tres antologías de cuentos, que se publicaron en Plaza & Janés: ‘Relatos para un fin de milenio’, ‘Gentes del 98’ y ‘Quién mató a Harry’. Trabajó en los últimos años y hasta su jubilación en el gabinete de comunicación de la Fundación Juan March, donde mostraba siempre su afabilidad; meticuloso prosista, estando en ese cargo, la institución recibió la biblioteca de Julio Cortázar y para un mitómano como él, que siempre viajó alrededor de la literatura, fue un motivo de felicidad. 

En ‘Heraldo’ comentó por extenso la obra de Max Aub, al que admiraba mucho con Baroja, Delibes, Miguel Torga o Vázquez Montalbán. Era padre de dos hijos, Paloma y Mateo, y peleó con serenidad durante una década con el cáncer, que fue para él, como ha recordado el poeta y crítico Javier Rodríguez Marcos, “un territorio comanche” que apenas le dejaba leer en los últimos meses. Siempre recordó Zaragoza con inmenso cariño y proyectó una novela autobiográfica que quizá haya quedado por ahí en el secreto de sus gavetas de escritor.

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