Fernando Blasco Arnal, memoria viva del siglo XX en Aragón

Maestro, minero, marinero y veterinario, acaba de escribir su autobiografía de infancia, de extrema nitidez. "Yo viví la Bolsa de Bielsa", asegura

Fernando Blasco Arnal relata en sus memorias con detalle todo lo que vivió en los años 30 y 40 en Huesca y Francia.
Fernando Blasco Arnal relata en sus memorias con detalle todo lo que vivió en los años 30 y 40 en Huesca y Francia.
José Miguel Marco

Las fotografías antiguas ilustran la Historia, con mayúscula, pero también encierran pequeñas historias con minúscula que solo sus protagonistas pueden revelar. La foto en blanco y negro que acompaña estas líneas se ha usado tiempo atrás para ilustrar el éxodo civil de la Bolsa de Bielsa. En el detalle que publicamos parece que solo hay un niño, el que sostiene en brazos el gendarme francés que le acaba de ayudar a pasar la frontera. Pero en realidad había dos. El segundo, que entonces tenía seis años, estaba escondido detrás de las faldas de su madre, la mujer que está en segundo plano y mira al horizonte con determinación y un punto de tristeza. El niño había confundido al fotógrafo y su cámara de paño oscuro con un soldado que empuñaba una ametralladora. Y se refugió tras las faldas de su madre: «¿Mamá, ahora nos van a matar?», le preguntó.

Aquel niño tiene hoy 91 años. Se llama Fernando Blasco Arnal, conserva la foto con una flecha a bolígrafo que señala dónde se escondió y acaba de escribir sus memorias. No son una autobiografía al uso, y es que su prodigiosa memoria las ha llenado de luminosidad y frescura. Baste decir que el texto abarca solo sus primeros 14 años y tiene... 329 páginas. Eso hace que la mayor parte de su vida, intensa (ha sido descargador de camiones, maestro, minero, marinero, veterinario, juez de paz, alcalde de la localidad oscense de Campo, diputado provincial y alguna otra cosa más) se haya quedado fuera.

Un grupo de aragoneses, tras pasar a Francia huyendo de la Guerra Civil, el 8 de abril de 1938.
Un grupo de aragoneses, tras pasar a Francia huyendo de la Guerra Civil, el 8 de abril de 1938.
Heraldo.es

"Fue en unas Navidades. Estábamos en Campo, mis cinco hijos y todos mis nietos, les conté cómo pasamos el puerto de Bielsa para ir a Francia, y una de mis nietas me dijo. Oye, yayo, eso, ¿por que no lo escribes? Y me decidí". Se ha ayudado, también, de los recuerdos que le trasmitió su madre. El libro empieza: "Mi abuelo Isidro tenía una tienda en Alquézar. Vendía de todo. El método era el tradicional en todo el Somontano. En la cesta, capaceta, capazo, canasta, alforja… la clienta llevaba la libreta de tapas de hule negro. Isidro apuntaba en ella, después de la fecha y el santoral, las diversas materias a la izquierda y el precio a la derecha. Al final de año, después de la cosecha del trigo, uva, almendras y olivas, se pasaban cuentas, y en Año Nuevo, cuenta nueva. Si la cosecha había sido buena, si se vendieron bien los lechones y los corderos, si la yegua había parido aun con ayuda del albéitar, si la matacía daba jamón, longaniza y tortetas para completar el ‘recau’ hasta marzo, cuando las gallinas ya ponían huevos, la cuenta quedaba saldada".

Pero, además de las escenas etnológicas y costumbristas, lo que destaca en el libro son las páginas en las que palpita la Historia de Aragón. Pocos pueden decir, como él: "Yo viví la Bolsa de Bielsa", y casi nadie contarlo con tanto detalle. La guerra y sus consecuencias ocupan la mayor parte del libro. Cuando estalló, sus padres, maestros (su madre era hermana de Pedro Arnal Cavero, el que fuera director del Grupo Escolar Joaquín Costa) vivían en Coscojuela de Sobrarbe.

"Hasta el 36, la vida en aquella zona fue más o menos tranquila –relata–. Pero con la guerra todo cambió. Llegaron los anarquistas, los Aguiluchos de la FAI, que habían trabajado en el embalse de Mediano. Entraron en la iglesia, la quemaron. Un día marcaron algunas puertas con pintura negra o roja. Una señal era para los que iban a matar y otra para los que se iban a llevar. Mi padre vio que el cura estaba en peligro y lo escondió en la buhardilla de nuestra casa. Mi madre, que era muy espabilada, lo sacaba todos los días a tomar el sol a una terraza que daba al monte, para que se pusiera moreno, y le daba unos troncos de leña para que se los frotara en las manos y perdieran la finura. A los dos meses, cuando la cosa se puso muy fea, le dieron unos pantalones de pana y unas abarcas, y así, disfrazado de pastor, marchó a Alquézar, donde un abuelo mío lo cogió y lo llevó a Barbastro, donde vivía una hermana del sacerdote. No sabemos cómo ni de qué manera, pero allí lo acabaron descubriendo y lo fusilaron. Pero aquelló salvó a mi padre después". Su progenitor, José María Blasco, era republicano y llegó a escribir un polémico discurso en el que se reclamó, en el Teatro Circo de Zaragoza, que "en el Congreso no se vean solo pajaritas, bombines y gorras de plato, sino que haya también boinas". Cuando en la primavera de 1938 los bombardeos atronaron cerca de Coscojuela, su padre decidió coger a la familia e irse.

"Un vecino nos alquiló una mula y un carro y salimos de noche. La idea no era ir a Francia, sino al encuentro de un hermano de mi padre, que era jefe de mantenimiento de la central de Barrosa. Pensaba que allí no iba a llegar la guerra –desgrana Fernando Blasco–. Fuimos los últimos en pasar el puente de Aínsa antes de que lo volaran". De Barrosa a Bielsa y, a la semana, dada la situación, decidieron dar el salto a Francia.

El padre de Fernando Blasco había salido de Coscojuela pensando en poner a salvo a su familia y volver. Pero, según pasaban los días, su deseo se fue complicando hasta convertirse en un imposible. Eso lo pagaría después: las autoridades franquistas le permitieron seguir ejerciendo la profesión, pero solo le concedieron escuelas en localidades pequeñas e inhóspitas.

"El paso por los Pirineos lo hicimos el 8 de abril. Hacía un día primaveral y esa jornada no vi morir a nadie. La subida fue buena, hizo sol, aunque a mi madre se le congelaron los pies. Arriba, unos carabineros tenían extendidas dos mantas para que dejáramos en ellas el dinero que lleváramos encima; una era para las monedas de oro y otra para las de plata. Mi madre había cosido las nuestras en unas cintas que llevábamos enrolladas en las piernas, debajo de los pantalones. Los carabineros españoles nos metían mucha prisa porque sabían que moriríamos si la noche nos sorprendía sin haber pasado al otro lado. A los dos lados del camino la nieve estaba tan alta que no veíamos nada más que el sendero, y todo el rato teníamos que clavar los dedos en la nieve para no resbalar". En Francia, Fernando Blasco vio por primera vez una bicicleta, un avión, un tren y una calle asfaltada. Pero todo eso, como la visita que Durruti hizo a su casa durante la Guerra Civil, es ya otra historia, con minúscula, y queda para quien pueda leer sus memorias.

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