De stripper a historietista, llega a España la vida de Sylvie Rancourt

La canadiense ha convertido en un cómic autobiográfico las hojas sueltas que vendía en el club nocturno donde trabajaba.

Portada de 'Melody. Diario de una stripper'.
Portada de 'Melody. Diario de una stripper'.
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En 1985 Sylvie Rancourt vio cómo su cómic 'Melody. Diario de una stripper' se publicaba en Canadá y ahora, 37 años después, disfruta de la llegada a España de esta novela gráfica en la que sin moralinas retrata ese mundo de clubes nocturnos en el que trabajó como bailarina y que recuerda como "una experiencia bonita" que no desearía vivir.

Así lo reconoce Rancourt (Québec, 1959) en una entrevista con Efe tras la publicación en nuestro país de su primer cómic (Autsaider Cómics), un trabajo autobiográfico que comenzó como páginas sueltas que vendía a los clientes del local nocturno donde trabajaba y que, por convencimiento personal, se convirtió en cómic e hizo que se proclamara como una de las pioneras de la viñeta autobiográfica.

Si pudiera hablar con esa versión más joven de usted misma, ¿qué le diría hoy?

Le aconsejaría que no hiciera todo esto, aunque para mí fue una experiencia bonita, me divertí mucho y acabé teniendo una buena vida. La única cosa que le diría es que mejor no hacerlo, que esa vida no es muy buena, aunque yo no fui infeliz.

El cómic ha evolucionado a lo largo de los años con una salud que la convierte en una obra eternamente contemporánea. ¿Lo siente así?

Pues no creo que lo sienta de ninguna manera. Hice este cómic porque lo había vivido, porque empecé a hacerme preguntas sobre mi vida, sobre los posibles errores que habría cometido, mis amoríos… Y también porque me encanta dibujar. Escribía las cosas que me iban pasando, eso es todo.

Si le dieran la posibilidad de cambiar algo, ¿quitaría algunas viñetas? ¿incluiría otras que no metió por miedo o pudor?

Cuento las cosas que me pasaron cuando trabajaba como bailarina, pero no lo cuento todo, pasaron muchas cosas más. Tenía muy poco dinero, y nos obligaban a pagar para trabajar, así que algunos meses eran muy difíciles y, además, no era un trabajo llevadero precisamente y las chicas estábamos muy estigmatizadas, teníamos miedo de que la gente se portara mal con nosotras, porque era una época algo conservadora.

¿Cómo definiría usted su obra, ¿cómo un diario personal?

No creo que lo sea, son acontecimientos que me pasaron, y que me gustaba describir a través del dibujo, me hacía bien.

¿A qué autores de cómics leía usted cuando decidió contar su historia en este género? ¿Qué le llevó a hacer el cómic en vez de escribir una novela?

No lo recuerdo muy bien, pero por aquel entonces yo tenía dieciocho años y en aquella época había leído un cómic que me hizo pensar que yo también podía hacer algo así. No recuerdo quién es el autor, pero se titulaba "Qu’est-ce que j’ai fait? Rien!" (¿Qué he hecho? ¡Nada!) Tenía unos dibujos sencillos y, como me gustaba escribir, fue lo que me hizo decidirme.

Yo ya había escrito tres novelas antes, a los quince años, aunque nunca se publicaron, y cuando empecé a contarle a la gente que quería hacer un cómic, me dijeron que era difícil, que iba a costar mucho que me lo publicaran, así que decidí hacerlo para mi.

¿Y cómo consiguió terminarlo para que fuera publicado en 1985 en Quebec (Canadá)?

Me fui a casa de mi hermana en Montreal unos meses y me puse a escribir de tal manera que no hubo quien me parara. Gracias a ella pude terminarlo, porque si hubiera tenido que trabajar, no hubiera podido hacerlo.

¿Pensaba que podría tener interés?

No lo sé, la verdad, creo que nunca lo he visto de esta manera, porque mis cómics no tenían distribuidor, los fui publicando de poco en poco, y al principio vi que era tan difícil distribuir un cómic dentro del mercado que yo, que era tan novata, me desanimé.

Pero me alegro mucho de que se vaya a publicar en español después de todo este tiempo, porque hubo un tiempo en el que más allá del segundo número de la serie los derechos pasaron a la editorial y al dibujante con el que colaboré, como condición para publicarlos por las vías normales. Luego los recuperé y ya puedo decidir yo qué hacer con mis obras.

Pese a las situaciones de abusos laborales e íntimos que usted refleja en la obra, el lector podrá comprobar cómo hay una ausencia de juicios de valor y moralina. ¿Fue algo premeditado o su manera de ver la vida hizo que no quisiera repartir sentencias?

Bueno, ¡es que yo no creo que esté para dar lecciones de moral a nadie! Escribo lo que sucedió en esta época peculiar de mi vida, con mis novios de entonces, muchos de los cuales no fueron muy buenos, precisamente. Hoy tengo un buen marido, y estoy contenta, pero los hombres que conocí entonces no eran muy buenos novios [Ríe].

Estuve con tipos que no me trataban muy bien, que me robaban el dinero y cosas así, todo muy complicado, y es que en el entorno en el que me movía, era la norma, los buenos tipos escaseaban. Creo que esta ausencia de moralina también viene de la forma de vida aquí en Quebec. Nadie se mete con lo que hacen los demás porque ya tiene bastante con lo suyo.

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