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Olga Merino: "Lo que ha hecho Putin es un desastre y tiene mal pronóstico"

La escritora y periodista fue corresponsal en Moscú de 1992 a 1997 y publica los diarios de aquella estancia en 'Cinco inviernos' (Alfaguara)

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Olga Merino vivió con intensidad y pasión sus cinco años de corresponsal de prensa en Rusia.
Marta Calvo.

“Siempre he llevado una especie de diario donde anotaba mis cosas, si un libro me gustaba, copiaba un párrafo, escribía algo. Me llevé un diario a Moscú cuando llegué con 28 años. Todo lo que me va pasando en aquel mundo en descomposición, y que no cabe en la crónica periodística, lo voy anotando. Y siempre estuvo la idea de recuperarlo, y lo hice durante el confinamiento, no…”, dice Olga Merino (Barcelona, 1965), la escritora y corresponsal de prensa en Moscú durante un lustro, de 1992 a 1997, estremecida estos días con la invasión de Ucrania por Rusia, que presentó unos días atrás su libro ‘Cinco inviernos’ (Alfaguara) en Cálamo, con el escritor y colaborador de HERALDO Jorge Sanz Barajas. En este diálogo repasa aquellos días, valora la invasión ordenada por Vladimir Putin y mira hacia el 8M.

¡Cuántas cosas pasan durante el confinamiento!

Eso es, así fue en la pandemia, y además pensé que pronto se iban a cumplir los 30 años de la caída de la URSS. Puedo decir que ‘Cinco inviernos’ es el material revisado por la mujer que soy ahora, 30 años después. La mujer que evolucionó, que acumuló experiencia, que ha vivido lo suyo. Hay ese diálogo entre las dos y luego hay algún fogonazo sobre cultura rusa, libros, ballet, pintura, arquitectura.

Cuando llegó allí, ¿qué sorpresas se llevó, qué le pareció Moscú al principio?

Me sorprendió todo. Todo. Además, llegué con un nevazo brutal, caían unos copos de nieve que parecían tortillas enormes. Yo no estaba muy puesta en cultura rusa. Mis querencias entonces se iban para América Latina, había leído mucho el ‘boom latinoamericano’, Rulfo, Onetti, Cortázar, y me había postulado para ir a América Latina. Me dijeron que no pero Moscú estaba disponible… “¿Te vas?”, me dijeron. Acepté. Y en cuanto llegué me puse a leer y fue un descubrimiento brutal la cultura rusa. Empecé a descubrir la Mijail Bulgakov, de Shalamov, la poesía de Ossip Mandelstam, Marina Tsveiateva, etc. La verdad es que Rusia, en aquel tiempo, provocaba una doble sensación: de absoluto flechazo o salías por patas. Era como si no hubiera término medio…

Vivir allí no sería fácil.

Desde luego, y además como extranjero estabas hipercontrolado. En la época soviética ya fueron diplomáticos, hombres de negocios, tenían que vivir en complejos exprés, vigilados por el KGB. Como aquello se vino abajo, cuando yo llegué por el clima, la burocracia, el control, por lo opaca que era la información todavía, no era fácil moverse. Aunque había caído el régimen era todo muy opaco, muy oscuro, estaba la famosa ‘kremlinogolía’ y tenías que descifrar qué significaba que en una rueda de prensa la ausencia del ministro de defensa o por qué alguien enarcaba una ceja…

Y a la vez estaba en un proceso suyo de construcción personal.

Desde luego. En proceso de construcción como mujer, como escritora. En ese momento estaba en la flor de la vida, quería viajar, conocer mundo, de hecho mi vocación literaria era tan feroz que yo me hice periodista por eso. Por encarrilarme. Me estaba descubriendo pero era también muy joven para escribir, necesitaba vivir antes de hacerlo. Estaba, incluso, como aquel que dice, estrenando mirada. Antes de pisar Moscú yo no había visto un muerto en mi vida, por ejemplo.

"En ese momento estaba en la flor de la vida, quería viajar, conocer mundo, de hecho mi vocación literaria era tan feroz que yo me hice periodista por eso. Por encarrilarme"
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El éxito de su novela 'La forastera' ha llevado a Olga Merino a recuperar sus cuadernos de Moscú.
Marta Calvo.

¿Cuándo lo vio?

En el bombardeo del Soviet Supremo en septiembre de 1993. Cuando los tanques de Yeltsin dispararon y empezaron a salir muertos del edificio a paletadas. ¡Era muy niña para escribir y lo que me costó reconocerme! Tenía un concepto tan tan tan elevado de lo que buscaba que estaba ensayando. Todo era una probatura.

En ese sentido, es muy interesante la relación que se produce entre los corresponsales…

El otro día lo hablaba con Rosa María Calaf, corresponsal de TVE que tiene una trayectoria brutal. Ha estado en todos los países imaginables. Coincidimos con ella en Rusia. Me comentaba, ella que ha viajado tanto, que tal vez en ningún lugar como en Rusia vio entre los corresponsales una unión tan fuerte. Quizá porque primero había muy pocos lugares donde socializar; aquí te bajas al bar, te tomas unas cañas y conoces gente. Hicimos mucha piña, y era tan difícil conseguir información que éramos muy colegas por necesidad. Nos hicimos una piña y se ha mantenido el afecto y la amistad durante tiempo. Calaf es maravillosa, o Rafael Poch de ‘La Vanguardia’, Rafa Manzano de la Ser… Era una piña maja.

¿Qué ha aprendido o ha descubierto de los rusos, qué lugares comunes coinciden, qué es un tópico y no se ajusta a la realidad?

Entre los tópicos, que sean fríos y, digamos, secos. En el trato de puertas para fuera sí, lo son, en aquel momento era un país muy inhóspito, pero luego cuando los conoces son extremadamente sentimentales, afectuosos y melancólicos también. También pueden ser místicos. Y luego lo que me sorprendió más es la capacidad de resistencia, es un pueblo muy sufriente, muy estoico. La historia los ha hecho estoicos. Y me llamó la atención que hay una cierta extraña conexión entre Rusia y España.

¿En qué, cómo se manifiesta?

Si te pones a pensar creo que son los dos países europeos con una historia más trágica, y ahí también hay algo especial, de acuerdo que estamos hablando de construcciones culturales, no de verdades pura… Ese romanticismo, esa pasión que se atribuye a unos y a otros es verdad que la compartimos. Es verdad que la Unión Soviética fue una gran quijotada: Don Quijote podría haber sido perfectamente un personaje ruso. Ese idealismo.

"Ese romanticismo, esa pasión que se atribuye a unos y a otros es verdad que la compartimos. Es verdad que la Unión Soviética fue una gran quijotada: Don Quijote podría haber sido perfectamente un personaje ruso. Ese idealismo"

No sé cómo suena eso ahora: idealismo. ¿Cómo ve ahora la situación, cuál es su mirada?

Lo vivo con profunda tristeza porque no aprendemos las lecciones de la Historia. El problema que ha surgido con Putin y Ucrania lleva treinta años de ‘stand by’, en los 90 con Gorbachov incluso nos vendió el proyecto que no se supo hacer que hablaba de la Casa Común Europea. Desde Lisboa a Vladivostok. En aquel momento incluso se hablaba de integrar a Rusia en la Unión Europea en el sistema de seguridad europeo. Se ha ido dejando, dejando, dejando, y es verdad que la OTAN ha ido ensanchando sus fronteras hacia el Este, no te digo que Ucrania no sea un país soberano y no tenga derecho a ingresar dónde quiera… Pero perdimos la oportunidad de hacer de Europa un lugar libre de alianzas militares, desnuclearizado. ¡Qué tiempo desaprovechado estos 30 años! Hasta hace poco yo estaba segura de que no iba a haber ninguna invasión, y lo que ha hecho Putin es horrible sin paliativos. Es un desastre. Y no solo eso: tiene muy mal pronóstico. Estoy horrorizada. Me duele profundamente por los ucranianos y también por los rusos. Tengo la impresión de que Ucrania va a quedar destruida y dividida. La OTAN tampoco se podrá meter mucho salvo que se quiera desencadenar el Apocalipsis.

El martes es el 8M, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. ¿Lo celebra?

Me gustaría que no hubiera mucho que celebrar y que desapareciese la desigualdad. Es una fecha reivindicativa, y rara vez puedo acudir a la manifestación. Soy autónoma y vivimos en un mundo precario, pero esta fecha más o menos nueva nos recuerda que hay que seguir en la brecha.

¿Qué queda ahora de aquella Olga Merino asustadiza que cuenta?

De joven era muy insegura, sigo siéndolo. Soy cauta. Tengo mucho respeto por los lectores, pero fíjese quizá ahora a mis 56 años, la magnífica acogida de los lectores y de la crítica a mi novela ‘La forastera’ me ha dado el coraje para orear las viejas libretas que son el cuaderno de bitácora de mi formación, de mis dudas, de mis búsquedas.

Y de un amor ruso.

¿Serguei? Nunca lo olvidaré. En un país, además, frío en todos los sentidos, que alguien te cuidara, que te obsequiara, que te llamaba por la mañana para decirte “ponte tal cosa” por llueve o nieva eso es muy de agradecer. Está bien, tiene una hija preciosa ahora. Es una de esas historias bonitas de juventud que nunca se olvidan.

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