La vida de película de Agustín Alamán, el desconocido hijo pródigo del arte aragonés

La historia llena de momentos novelescos de este artista plástico oscense, exiliado que triunfó en Uruguay, acaba de ser glosada por la periodista Esther P. Nogarol y será pronto un libro.

Agustín Alamán, con una de sus obras.
Agustín Alamán, con una de sus obras.
Archivo: Gaudifond Art

En 1970, el pintor oscense Agustín Alamán quemó toda su obra para no dejar rastro y emprendió viaje a España desde Montevideo. Sabía reconocer la llegada de una dictadura. Y que lo mejor era huir de ella. A sus 49 años, se veía obligado a dejar el país donde vivía por tercera vez. La primera había sido desde su pueblo oscense, Tabernas de Isuela, a Francia, con toda su familia y en plena Guerra Civil. Años después, las duras condiciones de vida al otro lado de los Pirineos le animaron a buscar fortuna en América, concretamente en Uruguay.

Allí fue donde Alamán explotó finalmente como artista tras años de penurias y renuncias. Muy renocido en Sudamérica, en España y entre sus paisanos aragoneses es todavía un gran misterio.

En una labor prácticamente detectivesca, la periodista Esther P. Nogarol lleva años tratando de reconstruir su vida, trufada de episodios de novela, tan golpeada por la tragedia como espoleada por golpes de suerte o la determinación. Una historia que ya figura por escrito en un trabajo de fin de máster y que pronto será también un libro biográfico y a la vez ilustrativo de los efectos del exilio, el olvido y el papel de la cultura en el camino hacia la libertad, personal y de los pueblos.

La línea biográfica de Alamán permite, de paso, asomarse a algunos episodios de la historia reciente de Europa que todavía permanecen en la oscuridad: "Estudiando la historia de Alamán he descubierto historias al margen de la historia", cuenta Esther.

Perteneciente a una familia de anarquistas y él mismo comprometido con esa ideología de por vida, el exilio marcó a Alamán para siempre. La llegada en el año 40 a Francia separa a la familia. Los que peor parados salen son Alamán y su padre, enviados a un campo de concentración en la localidad francesa de Miramás, donde comparten penosas condiciones de vida con cientos de judíos que, de tanto en tanto, eran enviados a Auschwitz.

El oscense logra fugarse de ese horror y reunirse con su familia en otra localidad francesa: Alès. Allí se casa y empieza una vida a tres bandas entre un duro trabajo de minero, el compromiso político (fundando, por ejemplo, las juventudes libertarias) y, por fin, dar rienda suelta a su talento para el arte.

Su entrega a la pintura, en las horas casi siempre nocturnas robadas a la mina, recibe como premio poder exponer en Toulouse en una muestra de artistas en el exilio organizada por Federica Montseny. La idea era potenciar la imagen de los españoles en Francia, más allá de la pobreza y su uso como mano de obra. En esa exposición, Alamán coincide nada menos que con Picasso y Juan Gris.

Solo un año después, en el 48, el oscense toma la determinación de emigrar por segunda vez. Esta vez al otro lado del Atlántico, a Uruguay, donde los requisitos para los extranjeros son estrictos e incluyen aportar una cantidad de dinero suficiente para unos hipotéticos billetes de vuelta. Para entonces, además de padres y hermanos, Alamán debe sacar del país a su mujer, a sus dos hijos y a otro en camino que... ¡resultan ser finalmente trillizos! En un episodio de los más extravagantes de la ya de por sí procelosa vida de Alamán, logra que, por un lado, una oenegé auspiciada por Albert Einstein pague su viaje. Por otro, que Nestlé le dé una sustanciosa suma premiando su condición de familia numerosa.

Comienza así la parte más luminosa de su vida. "En Uruguay, Alamán explotó artísticamente", explica Nogarol, quien subraya el grado de reconocimiento que en ese país, pero también en otros de Sudamérica, tuvo su obra. "Sin pertenecer a ningún grupo artístico en concreto, estuvo muy bien relacionado, hasta el punto de que fue allegado a figuras como la de Sanguinetti, el presidente del Uruguay, que aún le recuerda".

Desde el punto de vista artístico, Alamán desplegó una carrera multidisciplinar. Además de la pintura, exploró terrenos en los que hizo valer sus conocimientos de los materiales (su padre había sido herrero y él mismo trabajó en la construcción durante años). Fue muralista, joyero (diseñó y fabricó piezas para firmas como Guy Laroche) o escultor. Otro de los hitos de su carrera es ser el autor de la portada de la primera edición de 'La tregua', de Benedetti, y otros títulos de su paisano Sender. Aplicó igualmente su talento a cosas tan curiosas como los hinchables artísticos.

Uno de los hinchables artísticos de Alamán, en Sao Paulo. A él se le ve al lado.
Uno de los hinchables artísticos de Alamán, en Sao Paulo. A él se le ve al lado.
Archivo: Gaudifond Art

Si bien el rastro de Alamán en Uruguay (pese a haber abandonado el país de manera apresurada ante la llegada de los militares) es relativamente grande -muchos museos de Sudamérica exponen su obra-, es, curiosamente, su postrero paso por España el que aún está envuelto en misterio.

En el año 1979, la sala Gastón de Zaragoza fue el marco de su primera y última exposición en Aragón. El Estado español posee tres obras suyas que actualmente se guardan en los almacenes del Reina Sofía. Gran parte de su obra está en manos privadas, pero otra, así como documentos y fotografías, acabó en el Rastro de Madrid al vaciarse a su muerte -en el 96-, su casa.

Por qué Alamán no pudo reeditar en España la consideración que tuvo al otro lado del Atlántico es algo que Esther aún no puede contestar. Aventura que su condición de exiliado tuvo que ver. "Si bien en Madrid aún viven muchos amigos que le adoran y valoran su talento artístico, quizá el fue demasiado prudente, o acusó el hecho de haber vuelto a un país que no reconocía". Igualmente, la estudiosa sugiere que su relación con la crítica no era excelente ("esa vena anarquista"). Lo que queda claro es que aún restan algunos misterios por resolver en la novelesca vida de Agustín Alamán.

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