LIBROS ARAGONESES. OCIO Y CULTURA

La vida de Fermín Arrudi, el gigante aragonés de 2.29, contada por él mismo

Pedro Alamañac Arrui y Pedro José Alamañac Muzás publican en Círculo rojo los recuerdos que el personaje narraba a sus familiares más próximos

Fermín Arrudi, entre sus familiares y sus vecinos en uno de sus regresos a Sallent en 1910.
Fermín Arrudi, entre sus familiares, probablemente en el balneario de Panticosa, con unos amigos y con esposa Louise y con una de sus sobrinas. 
Dalmiro Pérez

Fermín Arrudi Urieta (Sallent de Gállego, Huesca, 1870-1913) ha pasado a la historia como ‘El gigante aragonés’ y ‘El coloso de las montañas’. Fue objeto de biografías, investigaciones, testimonios y homenajes, y su existencia y su fortaleza y su habilidad con la música, han hecho correr ríos de tinta desde su debut en las fiestas del Pilar de Zaragoza en octubre de 1891, donde exhibió, además de su descomunal altura, su refinamiento instrumental.

Dos de sus descendientes, el sobrino nieto Pedro Alamañac Arrudi (Sallent de Gállego, 1947) y su hijo Pedro José Alamañac Muzas (1977), publica en Círculo Rojo el volumen ‘Mis memorias contadas’, donde le dan la voz al gigante, que les relataría su vida a sus sobrinas-nietas Carmen y Julia, el mismo año de su muerte, tras su viaje por Argentina (llegó a adquirir una casa en Rosario), Puerto Rico, la isla de Cuba, donde su hermano Valero había servido en el ejército, y Nueva York, ciudad que le deslumbró como deslumbraría años después a Federico García Lorca y donde se le llegó a presentar como una nueva “esperanza blanca” del boxeo: quisieron enfrentarlo al campeón de los pesos pesados Jack Johnson.

A Fermín Arrudí la pasó un poco de todo. Siempre llamó la atención por su estatura, incluso en sus correrías por los montes y los campos. Tenía capacidad de aprendizaje en la escuela: aprendió a tocar varios instrumentos (laúd, requinto, órgano y guitarra) y se sentía muy atraído por la jota aragonesa y las rondas. Tuvo varios maestros, entre ellos Francisco, cura de Sallent y sintió una gran complicidad con su hermano Valero.

Antes de darse a conocer, trabajó en varios empleos. Fue porteador en el balneario de Panticosa, mostró su capacidad para la defensa personal y también colaboró en el intercambio de ganado con Francia, un país que sería clave en su vida. Fermín les cuenta a sus sobrinas que aprendió desde muy joven un poco de francés. Más tarde, trabajaría en el ferrocarril de Canfranc y en la construcción de puentes del Pirineo, el de Aurín, entre ellos. Tenía tal fortaleza que el capataz le decía: “Pero Fermín, ¡ya me has vuelto a partir otro pico y, además, el mango de la almadena. ¡No sé qué voy a hacer contigo, zagal!”. Logró ser excluido del servicio militar y en la feria de Escarrilla tendría su primera actuación no oficial. “Quedé profundamente sorprendido cuando me di cuenta de que todos me miraban extrañados, porque les pasaba ¡casi medio metro! Mi primera reacción fue la de esconderme de vergüenza, muy lejana a la que tendría años después cuando viajaba con mi propio espectáculo”.

Fermín Arrudi fue uno de los hombres más altos de su tiempo.
Fermín Arrudi fue uno de los hombres más altos de su tiempo y siempre despertó cariño y curiosidad. Aquí lo vemos en Panticosa en 1912..
Dalmiro Pérez.

Iba por Casa Sorda de Sallent, donde había nacido y donde vivía el joven, el comerciante vinatero Sebastián Fuentes con sus carromatos. Y un año le sugirió - “me propuso salir al mundo y exhibir mi extraordinaria figura para que todo el mundo pudiera conocerme, cuanta más gente, mejor. Mi primera reacción fue negativa” -que se dedicase al espectáculo, que él se responsabilizaba. Fermín cuenta: “Fue a partir de los quince años, y tras periodos en lo que me sentía realmente mal, con fiebre alta y, en ocasiones, fuertes dolores de cabeza, que se me extendían a brazos y piernas, cuando iba descubriendo, cada vez que conseguía levantarme de la cama y mirarme en el espejo, lo que iba creciendo”.

La familia lo pensó casi un año. Cuando regresó Fuentes, le explican que aceptan su propuesta y le ponen algunas condiciones. Tras pernoctar en la posada de las Almas, Fermín Arrudi se presentó en Zaragoza en una barraca. “Mi exhibición consistía en presentarme con mi traje de calzón, medirme con todos los asistentes y tocar mi ‘guitarrico’, entre otras cosas que recuerde”. El gigante también evoca la impresión en el rostro de los asistentes, la afluencia de público, y dice: “Con mi presencia revolucioné aquella ciudad”. Conoció a grandes joteros como El Royo del Rabal y El Tuerto de las Tenerías. Salió en periódicos aragoneses, nacionales e incluso internacionales, y después le reclamaron de Huesca, y se exhibió en la Feria de San Andrés.

Después de cada gira, actuación o espectáculo, regresaba a sus cuarteles de invierno en Sallent. Al año siguiente hizo su primera gira por casi todo el país. En 1892 fue recibido por la reina regente, Cristina de Habsburgo en el Palacio Real, y ella y las infantes le surten de regalos. Arrudí dice que “le perdonó que ‘le escuchimizara’ un par de sillas” y que una de las infantas le dijo: “Aragonés, si con esa manaza me dieras un puñetazo, ¡me matabas!”. Los autores cuentan que, tras la visita, la reina regente le dio “unas 500 pesetas, y las infantas, 250, una, y 100 pesetas, la otra. Aquello me supuso ‘una pequeña fortuna’ por entonces, además diligenciaron los trámites para que me entregasen un fusil Mauser que le había pedido a la reina para cazar osos en el Pirineo (…) Antes de abandonar el Palacio Real, dejamos allí empleado a mi primero Salvador Urieta, ya que siempre había sido su sueño servir en el Palacio Real”. En esa gira, empezó a colaborar con el Circo Parish (antes Pryce), donde tenía que hacer de “espía mudo en una zarzuela, ‘Los Madgyares’”.

Al año siguiente, realiza su gran gira nacional por Toledo, Córdoba, Barcelona, Valencia, Murcia, Santander (años más tarde estuvo a punto de sucumbir a “unas mujeronas” cántabras), Galicia, Teruel, Calatayud, etc. No tardaría dar el salto internacional a Lisboa, y luego a Berlín, París, Viena (“cuyas montañas me recordaban mi querido Pirineo”), Colonia… Allí, lo esperaba un famoso médico, Pöllinger, y sería examinado por él y por otros. “Las medidas oficiales me dijeron que eran: estatura de 2 metros y 29 centímetros, pie de 48 centímetros y calzado de 58 centímetros, mano extendida de 33 centímetros, contorno de pecho de un metro y 35 centímetros, y peso de unos 170 kilos aproximadamente”. Le hicieron estudio anatómico de su figura, estudiaron sus hábitos alimenticios, analizaron su voz, etc. Todo ello y mucho más es recordado por los autores a través de las cosas que les han ido contando. Era uno de los hombres más altos de tu tiempo.

“Aragonés, si con esa manaza me dieras un puñetazo, ¡me matabas!”, le dijo una de las infantas

Los autores desempolvan reportajes, cartas, diversos documentos, explican su historia de amor con Louise Carlé Dupuis (se casarían el 19 de junio de 1897), que iba verlo todos los días al Cirque Fernande; recuerdan sus diversos espectáculos, entre ellos el exitoso ‘El gigante y los enanos’, el impacto de sus actuaciones y de sus gestas, el eco de su sensibilidad artística (tocaba el requinto, la guitarra, la bandurria, el órgano, el violín, la pandereta, la flauta y el laúd), y siempre, siempre, su regreso a Sallent, su refugio, donde seguía experimentando la pasión por las montañas. Y allí repasaba una y otra vez su vida y se la contaba a sus familiares como si fuera un cuento fantástico.

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