literatura. artes & Letras

Julio José Ordovás, el peatón de Zargoza

El escritor publica en Xordica uno de los más sugerentes homenajes a Zaragoza: 'El peatón sentimental'

Julio José Ordovás es el autor de una obra narrativa personalísima, llena de narratividad y lirismo, ebria de inspiración y búsqueda.
Julio José Ordovás es el autor de una obra narrativa personalísima, llena de narratividad y lirismo, ebria de inspiración y búsqueda.
OLiver Duch.

Han pasado ocho años desde que Fernando Sanmartín publicó ‘Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow’ y seis desde que Antón Castro entregó a las prensas ‘Los sitios de la Zaragoza inadvertida’, con fotografías de Andrés Ferrer, tal vez los últimos grandes paseos literarios por esta ciudad de nuestros pecados. Aquellos libros fueron un aldabonazo en las conciencias de muchos, porque no eran ya escritores costumbristas o castizos los que dedicaban un libro entero a Zaragoza (con su nombre incluido sin rubor alguno en el propio título) sino escritores muy literarios y respetados, y alejados de cualquier clase de patriotería barata o chovinismo provinciano. Hablaban en ellos de lugares y paisajes reales, de calles, plazas y paseos conocidos y vividos por todos, y no de territorios mágicos, legendarios o inaprensibles, como aquellos que Javier Delgado utilizó para escribir en 1982 su ‘Zaragoza marina’. 

Sanmartín y Castro venían a recuperar para la gran literatura una ciudad históricamente zarandeada por rábulas de toda condición, a los que había sido muy fácil (porque apenas nadie la defendía) y muy rentable convertirla en el pimpampum de todos los golpes, pues eso hacía creer a los participantes en el juego que sus garrotazos a la ciudad les concedían de modo automático carné de cosmopolitas y aire de ciudadanos del mundo, aunque no hubieran salido de Delicias o Torrero. Sanmartín y Castro derribaron los prejuicios a golpes de gran literatura y dejaron el camino expedito para que otros vinieran después a seguir haciendo de Zaragoza materia literaria de masa madre.

A partir de ahora, a partir de ‘El peatón sentimental’, Zaragoza tiene otra razón para quererla: el disfrute y la contemplación de su admirable iconografía inmaterial, que Ordovás nos ha regalado para siempre en este libro.

Habría de ser Julio José Ordovás, uno de nuestros mejores prosistas, uno de nuestros escritores más literarios, quien siguiera los pasos de Castro y Sanmartín y dedicara a Zaragoza muchos textos memorables en este mismo periódico, textos de un paseante atento por la ciudad, que la recorre, a veces con amor, a veces con odio (como cantaba nuestro José Antonio Labordeta y como ocurre en casi todas las relaciones sentimentales), pero siempre con ternura y un punto de ironía, porque, como ha escrito el propio Ordóvás, “este es un lugar tan bueno para vivir como cualquier otro, siempre, claro está, que uno no tenga grandes aspiraciones”. 

Ahora Ordovás edita en Xordica su gran libro sobre Zaragoza, ‘El peatón sentimental’, en el que nos muestra la ciudad que pasea y en la que se extravía cada día, con sus desconchados y cicatrices, sus amaneceres inagotables y sus fantasmas que se aparecen, con el cierzo arrancándole la gorra, con sus ríos y sus puentes, sus tilos, sus soledades y sus sombras, con sus avenidas, calles y callejones que le traen a la memoria muertos recientes y muertos de otros tiempos, y con náufragos de crestas desmoronadas teñidas de azul. 

“Todas las ciudades del mundo están en mi ciudad”, escribe. Y es verdad. Amamos a Zaragoza porque aquí vive mucha de la gente que queremos, no porque nos parezca mejor que cualquier otra, he dicho siempre. A partir de ahora, a partir de ‘El peatón sentimental’, Zaragoza tiene otra razón para quererla: el disfrute y la contemplación de su admirable iconografía inmaterial, que Ordovás nos ha regalado para siempre en este libro.

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