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Maite Gil: "En el aula, enseñando a mis alumnos, encontré la felicidad"

La profesora y exdirectora de la Escuela de Artes se jubila tras 42 años de actividad en el centro

Cultura. Entrevista con Mayte Gil, exdirectora de la Escuela de Artes / 17-02-2022 / FOTO: GUILLERMO MESTRE[[[FOTOGRAFOS]]]
Cultura. Entrevista con Mayte Gil, exdirectora de la Escuela de Artes / 17-02-2022 / FOTO: GUILLERMO MESTRE[[[FOTOGRAFOS]]]
Guillermo Mestre.

Maite Gil (Zaragoza, 1957) nunca ha ido de nada: le ha apasionado su oficio y, desde el balcón de su timidez, hizo lo que sentía. Los alumnos han sido para ella los mejores personajes, afectuosos, intensos, agitados y agitadores, y el aula el mejor escenario. Además de sus clases de Historia del Arte, que inició en 1980, tras licenciarse en Geografía e Historia, asumió durante más de una docena de años la dirección de la Escuela de Bellas Artes y de Diseño, desde 1991 a 2005, cuando fue destituida por el conflicto con el cambio de ubicación del centro, el fantasmal Espacio Goya y otras diferencias. Ahora, a punto de cumplir los 65 años, le ha llegado la hora de la jubilación. Los estudiantes y los profesores le han organizado un homenaje sorpresa con regalos, discursos, varios ramos de flores y un cuaderno de tapas naranjas donde le dedican palabras cargadas de cariño y dibujos llenos de talento.

¡Vaya sorpresa!  

Eso sí que no me lo esperaba. Me vine abajo, me puse blanda y sentimental. Y pensé algo que es así: en la Escuela de Bellas Artes, y ahora también en la Escuela de Diseño de Aragón, he tenido mis mejores amigos. Gente que me ha acompañado durante muchos años: como profesores y colegas, como alumnos e incluso como profesores ahora. Y aquí, puedo decirlo con absoluta franqueza, descubrí el arte aragonés en su conjunto. Por aquí, por lo regular, han pasado las grandes figuras, y mucha gente que a lo mejor no ha estado en el primer plano. 

Gracias por esa confesión. Empecemos el viaje desde el inicio… ¿Desde cuándo le interesa el arte? 

Soy hija de médico y mis hermanos son científicos. Mi madre era muy lectora de literatura. Es decir, me formé en una familia con biblioteca y curiosidad intelectual. A mí, desde muy pequeña, además de leer, me interesaba mucho la Historia, algo que considero que es capital. 

¿Por qué? 

La Historia, si la queremos oír o ver, nos enseñaría a no repetir los grandes errores del pasado. Constituye una lección permanente. Recuerdo que a casa llegaban algunas revistas, entre ellas ‘Historia y vida’ y ‘Jano’. Allí leí como un serial sobre ‘El juicio de Nuremberg’, que me tuvo muy entretenida. Y también otro gran reportaje de ‘El cerco de Stalingrado’. 

Acabó haciendo Geografía e Historia. 

Sí. Yo estudié en la Compañía de María, y había elegido la rama de Ciencias. Era lo esperable por todo el eco familiar. Recuerdo que en sexto de bachillerato nos pidieron que hiciéramos una redacción sobre piedras. Las compañeras eligieron las piedras del río y yo las piedras de la Historia. Una monja me llamó y me dijo: «Tú no eres de ciencias. No te equivoques». Poco a poco, fui inclinándome hacia ahí las humanidades, y ya en la carrera cada vez cogía más asignaturas de Arte. Fueron muy importantes profesores como Gonzalo Borrás, García Guatas... 

¿Qué pasó luego? 

Al terminar, conseguí un puesto de profesora de Historia del Arte en la Escuela de Artes. Había un ambiente excepcional. Allí estaban grandes artistas que a la vez eran profesores: José Luis Cano o Pascual Blanco. O Lola Franco, que era toda una institución, los hermanos Albareda, Luis Martínez, padre del artista José Luis Martínez Mallada y un hombre amabilísimo, que dirigiría la Escuela en aquellos años. Y estaba Ángel Azpeitia, que ha sido clave en mi vida; de él aprendí de arte y de pedagogía. Recuerdo que los dos primeros años, mis mejores cómplices eran los alumnos, siempre estaban con ellos, y me integré algo menos con el claustro, por decirlo así. En el aula, con los alumnos, encontré la felicidad.

¿Qué le dicen a usted las enseñanzas de la Escuela de Artes?

Que muchos artistas han pasado por ellas. De repente, estudias a un creador y descubres que se ha formado aquí. Pienso en escultores, y te vienen a la cabeza Dionisio Lasuen, que la dirigió cuando estaba en los sótanos del Paraninfo, en Félix Burriel, en José Bueno u Honorio García Condoy. Otro tanto podría decir de los pintores. A mí gustaba mucho el edificio. Se notaba que había sido hecho para ser una Escuela de Artes, y eso se vio cuando se desmanteló: los arquitectos que vinieron a estudiarlo para preparar el Espacio Goya decían que se veía a la perfección que había sido pensado para la enseñanza con muchos detalles.

¿Le dolió mucho la partida?

Me destituyeron, pero creo que fue un error y que la Administración no estuvo ni a la altura de los alumnos ni de la Historia. Piense en la Bauhaus, a sus artistas los expulsó la Gestapo; a nuestros alumnos, que ofrecieron resistencia al traslado, la policía. No era necesario tanto.

¿Está contenta con su gestión?

Creo que hicimos muchas cosas con el apoyo de Pilar de la Vega, que estuvo en la Delegación, y con Julián Abinzano, luego, que sentían la educación en vena. Y trabajamos mucho en diversas direcciones: pedagógicas, en materia de exposiciones (primero la sala la llevó Cano, luego Pascual Blanco; en ‘Arte a la escuela’ con Manolo Val), y me impliqué todo lo que pude por el bien del centro en un tiempo de cambios. Yo creo que deberíamos habernos quedado aquí: teníamos arquitectos buenos en la Escuela, había sido concebida para esto, estaba en el centro, al lado del Museo de Zaragoza, habría costado mucho menos dinero, de hecho ya existía un proyecto.

¿Eso piensa?

La Escuela Superior de Diseño de Aragón (ESDA) actual se ha quedado pequeña, es fría; se podría colaborar con el viejo edificio, restaurado, capaz de albergar otros proyectos de arte y cultura. En Zaragoza nos falta empuje cultural. Produce una pena inmensa ver su deterioro, y en los nuevos edificios hay cosas en las que no se acertó, no se adaptan demasiado, porque no se contó con los profesores, lo cual no quita que piense que la Escuela estaba en malas condiciones y que necesitaba una buena inversión.

Con todo, la actual tiene mucha vitalidad y dinamismo ¿no?

Desde luego. Hay movimiento, sueños, trabajo. Y eso se ve, sobre todo, en diseño, en proyectos como APILA de libros infantiles, y otros que se van generado. Luis Pellejero intenta proyectar la ESDA al exterior, y José Miguel Acero, director de la Escuela de Artes, hace lo propio.

Usted ha sido la compañera de Pascual Blanco hasta su muerte en 2013.

La relación y el amor nacieron en la Escuela. Pascual era, sobre todo, pintor y grabador, y amaba la enseñanza. Aquí creó el taller de grabado, algo que también haría en Fuendetodos. Era un hombre especial, de gran humanidad, y nos ha llegado una valiosa producción artística. A veces tengo la sensación de que lo admiran más en Italia que aquí. Una vez a la semana voy a su taller, y es para mí una cita entrañable.

¿Qué le da el arte?

Me lo ha dado todo. Emociona, invita a conversar, y para mí transmitirlo ha sido una auténtica pasión. Admiro a Picasso, Matisse, Giacometti,Miró y Monet.

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