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Irene Vallejo: epístola espectral a sus dos abuelas, Pilar y Rosa

La autora de ‘El infinito en un junco’ (Siruela) publica una ‘plaquette’, ‘Los sueños de mis fantasmas’, en las PUZ

Irene Vallejo evoca a sus abuelas, recuerda el período universitario de su madre y defiende la belleza y la utilidad de las Humanidades.
Irene Vallejo evoca a sus abuelas, recuerda el período universitario de su madre y defiende la belleza y la utilidad de las Humanidades.
Oliver Duch.

El éxito nacional e internacional de ‘El infinito en un junco’ (Siuela, 2019) –ese libro de libros que recorre el mundo y nos lleva en un viaje de ida y vuelta, del pasado al presente y del pasado al presente–, ha cambiado por completo la existencia de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), una mujer con un don especial para contar a los clásicos, para glosar a Homero, Horacio y a Marcial, y con la capacidad para sentirse Scherezade, en un parque de Zaragoza, en una biblioteca, en una mañana de sol en Panticosa o al pie de su amada Veruela y el Moncayo. Antes de los peldaños hacia el triunfo, Irene Vallejo halló una fórmula magistral y en cierto modo poemática: sus columnas en HERALDO de los lunes donde practicaba un doble merodeo por la Antigüedad clásica, con los filósofos y los poetas, y por las palpitantes contradicciones de hoy.

Tras los éxitos de ‘El infinito en un junco’, Irene Vallejo ha recibido un sinfín de premios y de distinciones privadas y públicas. Allá donde acudió mostró una personalidad intachable y generosa: siempre tuvo palabras de aliento para la gente que le abrió puertas y ventanas. Lo hizo con abundancia de cariño, desplegando su nómina de afectos, incluso cuando nadie lo habría echado en falta. Fue afable, sensible y detallista, y recordó que nunca hay que estar solo ni en la cumbre. O quizá ahí, menos que nunca.

«Rechazo cualquier definición de lo útil que no incluya la belleza, la creatividad, la comunicación, los idiomas, la comprensión del mundo que fue y el que nos rodea. Necesitamos espacios donde esto se comprenda, se cultive, se enseñe», apunta.

Evocación de las ausentes

Si en dos largos años, Irene no había abandonado el primer lugar entre los más vendidos en no ficción, hace un par de semanas volvía a la cabeza con otro libro, ‘Los sueños de mis fantasmas’, que es su ‘Discurso como Alumna Distinguida de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza’ (PUZ), una 'plaquette' de poco más de diez páginas suyas donde vuelve a hablar con los que están lejos, muy lejos, y con los muertos para darles las gracias. Les da las gracias a sus abuelas Pilar y Rosa, que nunca pudieron ir a la universidad; una estudió en Soria y la otra en el Instituto Goya de Zaragoza. Glosa sus vidas y, luego, también cuenta la historia de su madre, que sí pudo ir a la Universidad pero no estudiar la carrera que había soñado, Filosofía y Letras, modalidad de Biblioteconomía; hizo Derecho. 

«Decidí dedicarme a lo que más me apasiona desde la infancia: las palabras, la escritura, los relatos, los idiomas, los clásicos", confiesa Irene

Ella en cambio, sí que pudo hacer lo que anhelaba. «Decidí dedicarme a lo que más me apasiona desde la infancia: las palabras, la escritura, los relatos, los idiomas, los clásicos. No me vi empujada, como mi madre, a estudiar leyes; preferí las leyendas. Exploré ese mal fin de las mujeres que saben latín», dice, en alusión a una de sus abuelas y a un dicho que se antoja infeliz. Viaja por las desarregladas estancias de la Universidad de Zaragoza y recuerda que estudió en ella cinco años de carrera y cuatro de doctorado.

Convoca las ‘presencias reales’ de sus profesores y alude, entre otras cosas, a Miguel de Cervantes, que le recuerda «la alegría de aprender». Y como era de esperar, con Nuccio Ordine y otros muchos, hace la defensa de las Humanidades y de los clásicos, con una necesaria mezcla alquímica: «Rechazo cualquier definición de lo útil que no incluya la belleza, la creatividad, la comunicación, los idiomas, la comprensión del mundo que fue y el que nos rodea. Necesitamos espacios donde esto se comprenda, se cultive, se enseñe», apunta.

La ‘plaquette’, al cuidado de Fernando Lasheras, con ilustración de Jesús Cisneros, se cierra con un elogio preciso del profesor orientalista David Almazán, que, como hijo del gran retratista que fue Vicente Almazán, su padre, la perfila así: «Irene Vallejo es la versión de una humanista clásica propia del siglo XXI, con tanta erudición como capacidad para apasionar. Sus escritos son tan instructivos como amenos. Su prosa es fiel reflejo de su carácter, cercano, sensato y amable».

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