Antonio Soler: "Hipólito Lucena montaba orgías con sus feligresas, que creían que el sexo las acercaba a Dios"

El escritor desvela en 'Sacramento' la truculenta historia del cura malagueño que abusó de decenas de mujeres.

Antonio Soler, con su libro.
Antonio Soler, con su libro.
Vocento

Antonio Soler (Málaga, 65 años) desvela en 'Sacramento' (Galaxia Gutenberg) el siniestro y múltiple perfil y los lúbricos manejos de Hipólito Lucena, un cura que en los años cincuenta montaba orgías con sus atildadas feligresas y copulaba con ellas a la sombra de los altares para llevarlas por el sexo hacia Dios. Una historia tan truculenta que parece increíble. La Iglesia y el franquismo la cubrieron de silencio, a pesar de que don Hipólito (Coín, 1907- 1981) fue juzgado en el Vaticano y recluido durante dos décadas. Soler lo cuenta mezclando géneros en el que ha sido el libro más costoso para el autor de novelas como 'El camino de los ingleses', 'Sur' o 'Apóstoles y asesinos'.

-¿Lucena abusaba de sus feligresas sonsacándolas en confesión y montaba orgías con ellas?

-Sí. Por extraño que parezca fue así. Pero revistió todo su aparataje sexual y erótico con una teoría mística que lo emparenta con los iluministas. El confesionario era un lugar privilegiado para captar adeptas gracias al pacto de silencio, el secreto y la gran intimidad que generaba. Interrogaba a las mujeres, las sonsacaba y calibraba cuál era susceptible de ser captada.

-¿Seductor intelectual y abusador implacable?

-Sí. Una personalidad muy compleja. Era muy inteligente y con una enorme capacidad de convicción. Llevaba a las mujeres, a las hipolitinas, por el camino que quería y ellas cumplían sus rituales eróticos. Establece la estructura de una secta dentro de la Iglesia que va contra el espíritu de la propia Iglesia. Abusa de su posición con la autoridad que le confiere el sacerdocio y además es muy hábil. Tiene una conducta ejemplar de cara a la galería. Cuida de los necesitados, los huérfanos y los indigentes. Su bondad es un gran escudo frente a quienes puedan murmurar contra él. ¿Cómo se puede difamar a alguien tan bondadoso? Hubo rumores, críticas veladas, pero se le defendió siempre por su entrega a los enfermos, débiles y olvidados.

-¿El secreto de confesión era su arma infalible?

-En el confesionario establecía su teoría, sí. Decía a sus víctimas que «esto que dice la Iglesia no es así». Que a través del sexo se puede estar más cerca de Dios. Recurría a los místicos y afirmaba que la expresión de éxtasis de sus retratos era reflejo de un orgasmo «porque están ante Dios». «Tenemos que acercarnos a eso», les decía. Les convencía de que estaban más cerca de la Iglesia originaria y auténtica, en la que los sacerdotes se casaban, y que con la Iglesia romana estaban en la desviación.

Hipólito Lucena, bajo palio, en una procesión en los años 50 en Málaga.
Hipólito Lucena, bajo palio, en una procesión en los años 50 en Málaga.
Vocento

-¿Pagó por sus desmanes?

-Fue juzgado en el Vaticano y durante más de veinte años estuvo recluido en un monasterio en Austria que sirvió de prisión. La jerarquía católica actuó no para proteger a las víctimas, sino para atajar la creación de una secta que iba contra el dogma de la Iglesia. No era un mero abusador que se extralimitaba en el amor al prójimo. Contravenía la esencia de la Iglesia, cuyo interés era saber si Satanás estaba de por medio: si se trataba solo de un deseo sexual exacerbado o actuaba por un afán sectario. La Iglesia acabó actuando como la Inquisición con los iluministas.

-Murió en casa y atendido por las mujeres de las que abusó.

-Volvió a Málaga y falleció en casa de su hermana con 85 años. Alguna de las hipolitinas lo cuidaron allí. Guardaron silencio, pero fueron fieles a Hipólito más allá de la muerte. Lo trataban como un santo, con absoluta devoción y veneración. Cuando cumplió su pena, su hermana recibió la visita del cura irlandés que había sido su carcelero, que quería ver cuál sería su entorno vital cuando saliera. El padre irlandés le dijo que era profundamente creyente y que solo temía en el mundo a dos cosas: «a Dios y a don Hipólito». El cura irlandés le trataba de usted a Hipólito y este le tuteaba.

-Cabe suponer que tuvo hijos.

-Desde luego. Alguna de las hipolitinas era matrona y eso le vino bien para algún parto y algún aborto. Algunos hijos eran llevados a la casa cuna y tratados como huérfanos. Otros tienen apellidos al ser hijos de mujeres casadas. Pero hay pocas certezas y muchos silencios.

-No era muy agraciado físicamente.

-No, y eso subraya más su capacidad de convicción. En 2019 se descubrió un álbum con cientos de fotos suyas, desde la infancia al final de su vida. Seducía más con sus palabra que con su físico.

-¿Su historia nunca llegó a los periódicos?

-Jamás. La silenció la Iglesia y el régimen. Lo protegió el cardenal Herrera Oria.

-Ahora las denuncias de abusos se suceden, pero el silencio de la Iglesia, ¿no sigue resultando clamoroso?

-Lo ha sido. Aunque parece que está empezando a cambiar por el contraste con la realidad inmediata. La Iglesia comprende que por ese camino perderá muchos fieles. La elección de un Papa latinoamericano tiene mucho que ver con eso. Hay una incesante fuga de católicos hacia los evangélicos. La Iglesia trata de adaptarse a la sociedad de su tiempo. Es un aparato complejo y gigante que se mueve lento. Pero ese es el camino.

-Acabar con el celibato ¿podría atajar la lacra de los abusos?

-No me cabe la menor duda. Siempre puede haber algún desvío, como ocurre con esos entrenadores que abusan de niños, pero creo que sin celibato habría una incidencia infinitamente menor.

-¿Por qué ha sido su libro más difícil?

-La dificultad era cómo abordar una historia tan truculenta que parece increíble. Si narraba la biografía de este hombre, se quedaría un poco empobrecida y parecería inverosímil. Así que incluí una parte de memorias, lo que ahora se llama autoficción, además de narración, crónica y ensayo para situarla en un ámbito de realidad. Escribí casi 600 páginas y luego afronté un trabajo de poda brutal. No de tijera, casi de sierra mecánica, para equilibrar la estructura del libro.

-¿Fue usted a un colegio de curas?

-Estuve seis años con los Agustinos y no tuve ninguna mala experiencia. Tengo un buen recuerdo de mi paso por el colegio. Mi afán no es escribir contra la Iglesia. Quería contar la historia de un personaje y algunas cosas que ocurren en el seno de la Iglesia.

-El libro quiere además retratar una época.

-Era fundamental contar el marco en el que se desarrolla la historia, cubierta bajo un manto de silencio e irrealidad. La represión es brutal y en los años 50 los periódicos están llenos de noticias sobre platillos volantes o de perros tratados en California por las perturbaciones que les causaba el jazz y la televisión. Las 'fake news' no son de ahora, y los rumores sobre don Hipólito eran para muchos feligreses parte de una fábula que no podían interpretar.

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