LITERATURA. OCIO Y CULTURA

Muere en Madrid Ángel Guinda, el poeta que buscó toda la luz del mundo y se fumó la vida

Premio de las Letras Aragonesas de 201o, es el autor de una valiosa obra poética con libros como 'Claustro', 'Espectral' o 'Catedral de la noche'

Ángel Guinda, en la biblioteca de su casa de Madrid, donde vivía desde 1987.
Ángel Guinda, en la biblioteca de su casa de Madrid, donde vivía desde 1987.
Enrique Cidoncha.

«He procurado decirme con buena letra, con letra clara: primero para saberme y después para que me entiendan. ‘Los deslumbramientos’ y ‘Recapitulaciones’ son como un testamento que está en la línea de un importante rasgo de la literatura aragonesa: su carácter didáctico-moral», decía Ángel Guinda cuando publicó en 2020 esos dos libros en los que había trabajado durante cinco años en silencio, concentración y combate con la enfermedad, el cáncer, que ha acabado con su vida la tarde del sábado de San Valero hacia las cuatro de la tarde.

El poeta, arropado por su mujer Raquel Arroyo y algunos amigos, estaba tranquilo, rodeado de cuadernos, donde tomaba notas y preguntaba por el tiempo con la sensación de que había conquistado algo semejante a la paz definitiva, tal como decía Trinidad Ruiz Marcellán, su editora en Olifante, a la que le pedía que le leyera la serena poesía de Antonio Machado. A Ángel Guinda le dio tiempo a tener entre sus manos su penúltimo libro, ‘Revelación y rebelión. Artículos de crítica de arte’ (Olifante), y a corregir pruebas de su antología de poemas de amor, ‘El arrojo de vivir’ (Olifante. La Casa del Poeta), que se presentará el día catorce de febrero en una lectura en la Biblioteca de Aragón.

Ángel Guinda (Zaragoza, 1948-Madrid, 2022) era poeta, traductor, editor y antólogo de numerosos proyectos literarios, y ha estado siempre vinculado con el sello Olifante, donde ha realizado distintas traducciones de poetas italianos, portugueses y catalanes, ediciones y prólogos y solapas. Fue un poeta de su tiempo, un maestro de la palabra precisa, un creador que abordó un sinfín de asuntos en una producción variada que lo abraza casi todo: la rebeldía, la búsqueda, la transgresión, el compromiso permanente con los de abajo, la crítica social, pero también la poesía metafísica, la poesía del yo, la poesía amorosa y, por supuesto, el juego, la experimentación y el amor. Reivindicó la utilidad de la poesía y defendió "una poesía que sea no sólo objeto de belleza sino también sujeto de conducta, una poesía que sirva al ser humano: moralmente para vivir; estéticamente, para gozar; y culturalmente, para ensanchar y afianzar su saber". Añadía: “Lo ideal es pasar de la profundidad a la transparencia. Esa es la táctica a la que me aplico en esta época. La escritura poética no es profesional, es temperamental y exige el tiempo y dedicación convenientes en cada poema”, matizaba con motivo de la aparición de ‘Los deslumbramientos y recapitulaciones'.

Reconocía que sus temas capitales son “la vida y la muerte, ambas conviven dentro de nosotros como modelo de simbiosis o beneficio mutuo entre esas dos fuerzas. La muerte vive porque se alimenta de la vida, ya que si no hay vida no hay muerte. La vida se beneficia de la muerte en la órbita psicológica, física, utópica, religiosa”, decía el autor de ‘Biografía de la muerte’, que solía recordar que había nacido matando: su madre, a la que evocará constantemente, moriría en su parto. Y añadía que “el mundo de la poesía es una cosmovisión, un ámbito sagrado, mágico”.

Fue fundador de la colección Puyal de Poesía en 1977 y dirigió la revista poética ‘Malvís’ (1988). Premio de Letras Aragonesas en 2010, formó del grupo de poetas -con Rosendo Tello, Ildefonso-Manuel Gil y Manuel Vilas- que redactó el Himno de Aragón, al que puso música Antón García Abril. Reunió su lírica de los 70 y 80 en ‘Vida Ávida’ (1981), la volvería a ensanchar en ‘Claustro’ (1990), dos libros capitales. Y en 1987 se trasladó a Madrid. Allí su lírica dio un giro hacia la concentración filosófica y la contención y, muy especialmente, el existencialismo: le preocupó la soledad, el paso del tiempo, la memoria, la gravedad de existir, como se vio, en distintos grados, en ‘Conocimiento del medio, ‘La llegada del mal tiempo’ y ‘Biografía de la muerte’. 

Su sentido de la solidaridad y su afán de cantar con todos y para todos le llevó a firmar un libro como ‘Poemas para los demás’. En los últimos años, convertido en un referente de las generaciones jóvenes, afable y entrañable, firmó poemarios como 'Espectral, (Rigor vitae)', que Josema Carrasco convirtió en un cómic, ‘Toda la luz del mundo’ (un poema y una frase que son una poética), 'Catedral de la Noche' o 'La experiencia de la poesía'. Escribió manifiestos, colaboró en prensa, ofreció recitales y demostró siempre un respeto por la poesía absolutamente ejemplar. Y fue un hombre generoso que siempre tuvo palabras de aliento para los jóvenes. Palabras de aliento, consejos, notas introductorias e incluso les ayudaba en las correcciones de pruebas y siempre tenía tiempo para presentarlos. 

“La poesía me visita, hasta atraparme y poseerme, en el acto mismo de la creación poética. Los mejores poemas, los más definitivos e inspirados, son aquellos que nos cogen por el pescuezo de la razón y por las orejas de la emoción diciéndonos 'escríbenos'”, decía.

En los últimos años, preocupado por el paso del tiempo y la llegada del fin, alcanzó un estado de sosiego inefable y parecía sentir el ferviente deseo de “arrojarse dentro de uno mismo”. En uno de sus poemas inolvidables, y ha firmado unos cuantos (‘Cajas’, ‘Me he fumado la vida’: “Me he fumado la vida / como el tiempo se me ha fumado a mí”, anticipó), como ‘Escribir’, dijo: “Si me quitan la vida escribiré con la muerte”. 

Nunca mejor dicho: su palabra, y no es exageración, ya es inmortal. Y su lírica se seguirá escribiendo en la imaginación, en el alma y en los ojos de los lectores. 

El poeta escribió esta suerte de epitafio, que se leyó el pasado julio al lado del cementerio de Trasmoz, donde acudió a un homenaje promovido por Olifante y sus amigos del Moncayo. Posteriormente, la Asociación Aragonesa de Escritores le rindió otro homenaje en la Fundación Caja Rural de Aragón. 

Su cuerpo podrá velar hasta el domingo 30 a las 16.15 Lugar: Sala E del Tanatorio de San Isidro (Paseo 15 de mayo s/n).

UN HOMBRE FELIZ

Fue feliz compartiendo

los cantos y las risas,

la pobreza, el dolor.

Retozando en la escarcha,

comiendo y bien bebiendo.

Alegre a pleno sol,

solo en el descampado

o entre la muchedumbre.

Fue feliz de estar vivo

y afrontar las desgracias

ajenas como propias,

sereno o agitado;

liviano haciendo el muerto

sobre la piel del mar.

Fue feliz desterrado

de la realidad.

Feliz bajo la noche

coronada de lámparas,

en batallas de amor

que hacen temblar las sábanas.

Fue feliz derribando

murallones de lágrimas,

hablando con los astros,

escuchando a la muerte.

No descarta

ser feliz bajo tierra

mientras sigue la vida.

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