Carlos Pardos, pintor: "Dedico mucho tiempo a la libertad de volar"

El artista, nacido en Gallocanta en 1962, expone 'Del negro al color' en el Torreón Fortea, y rinde homenaje al paisaje, a las grullas y a la imaginación.

Carlos Pardos, ante varios de sus cuadros
Carlos Pardos, ante varios de sus cuadros
José Miguel Marco

¿Qué significa ser niño y crecer ante la laguna de Gallocanta?

Es inolvidable nacer en Gallocanta y vivir hasta los 10 años salvajemente en contacto con la arcilla, las plantas, los pájaros, las piedras, los juguetes hechos de latas viejas, la lluvia y el hielo. Me marcó tanto que, en realidad, no he salido de ese entorno, de esa luz.

O sea, que era feliz allí…

El entorno familiar, por parte de mi madre, fue más que propicio: mi casa está llena de clavos en las vigas donde mi abuelo colgaba los instrumentos que tocaba, laudes, bandurrias, un violín que cambió a un gitano por un saco de trigo. Tocaba de oído el ‘harmonium’ de la iglesia. Era un auténtico ser humano pletórico de talento, arte y ‘savoir faire’. Hasta no hace mucho, todavía quedaba algún abuelo que me contaba historias de él, de cómo enseñaba a tocar a cualquiera que pasaba por allí, al calor del hogar, mientras la nieve cubría de blanco el altiplano.

¿Cómo nació el pintor?

Un mes encerrado en casa por culpa de una hepatitis fue el comienzo o el detonante. Creo recordar que un atracón de almendras verdes me provocó ese mal. Miraba por la ventana cómo mis amigos arrastraban la cartera para ir a la escuela. Y yo, allí encerrado. Quieto. Ellos me regalaron una caja de lapiceros Alpino y empecé a dibujar y pintar los tordos sobre los tejados, los patos volando, las gallinas en el corral...

Para un pintor, un dibujante y un soñador como usted, ¿qué significa la laguna?

El espejo de sal que es la laguna es una constante fábrica de luces cambiantes y de tormentas. Cada momento es diferente y esa luz altera la atmósfera y la belleza de las cosas. Las sensaciones que se pueden experimentar en ese entorno (si eres suficientemente sensible) pueden cambiarte la vida. Mis cuadros son un puñado de sensaciones ordenadas, colgadas e iluminadas en esta sala del centro de la ciudad, el Torreón Fortea, en la plaza de san Felipe.

Díganos qué es ‘Del negro al color’, que expone ahí. ¿La muestra más importante de su vida?

En mucho casos parto del negro para crear la luz. Es un hábito de antaño, la oscuridad siempre me ha intrigado, la penumbra, lo siniestro, la luz tenue de un candil. He explorado mucho los rotundos oscuros atardeceres, también, de multicolores luminosos e hipnóticos. Mi obra es eso: esa travesía, ese paso hacia la luz que, creo, es lo que estamos viviendo en ese preciso momento.

¿Algo más?

Mi devoción por Víctor Mira se hace presente en esta colección que hemos ordenado en una sala negra y es una especie de fantástica ‘bajada’ a los infiernos.

Como era de esperar, ha pintado grullas. ¿Qué le fascina de ellas?

Las grullas son una metáfora del paisaje. Cuando llegan nos proporcionan mucha alegría y sabemos que hay que tener la leña preparada pues anuncian el frío inminente. Cuando se van anuncian el buen tiempo y el comienzo de la alegría en los campos. Su ciclo vital es maravilloso, se llevan el calorcito al norte y aquí nos traen lluvia, parecen ser mensajeras que equilibran el desastre imparable del ser humano. La naturaleza, el cielo y las nubes siempre han tenido mucha importancia para mí. Estar en las nubes es muy placentero. Dedico mucho tiempo a la libertad de volar.

¿Qué lugar ocupa la fantasía en la obra de un pintor como usted?

La fantasía habita en mí desde que nací. A veces no sé si lo que escribo o dibujo es real, ha pasado por mi piel o por mi imaginario. La realidad que nos rodea es invasora, insufrible. El único camino es ir a contracorriente: solo quienes lo toman, y lo padecen, encontrarán la recompensa en cada recodo, después de cada tormenta, después de cada amanecer en calma, después de cada hallazgo inesperado. Soy rural.

¿Sabe un pintor lo que anda buscando con un cuadro?

En mi búsqueda no me importan demasiado los resultados. Pinto porque gozo y solo lo hago cuando algo me llama; lo hago no como oficio sino como necesidad. Pintar es liberador y, a veces, muy placentero. Es mi vida. A través de la pintura aprendo la esencia, el sentir, la poesía. No soy ni analítico ni cerebral; muchos cuadros nacen de la alegría y del dolor, sobre todo del dolor, sí.

¿Por qué debemos ver más arte, qué nos da?

Necesitamos el arte como el comer. Detesto los malabares, lo falso y superficial. Me gusta el arte en general que habla con mensajes claros. Cada vez más las personas necesitamos rodearnos de alma, en un espectáculo, con un buen libro, con un dibujo original. Ahora, más que nunca, en tiempos de pandemia, necesitamos contextos utópicos.

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