LITERATURA. OCIO Y CULTURA

José Hierro, el poeta que paseaba "el maletín de oxígeno celeste"

Jesús Marchamalo y Antonio Santos publican en Nórdica un libro ilustrado sobre el escritor que ganó el Cervantes en el centenario de su nacimiento

Retrato de José Hierro, a su paso por Zaragoza, en 2001, un año antes de su muerte.
Retrato de José Hierro, a su paso por Zaragoza, en 2001, un año antes de su muerte.
Oliver Duch.

Un clásico de estas fechas es la pequeña joya que hacen todos los años el escritor y periodista cultural Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) y el artista Antonio Santos (Huesca, 1955) para la editorial Nórdica, que cumple 15 años: se trata de un perfil, con hechuras de cuento, de un personaje literario importante: Kafka, Pessoa, Baroja, Machado, Karen Blixen, etc. Ahora, en vísperas de su centenario, le ha tocado al poeta José Hierro (1922-2002), que logró los premios más importantes de la literatura española: el Adonais, el Nacional de las Letras o el Cervantes. A la prosa miniada de Marchamado, que encuentra su mejor expresividad en el vaivén de los adjetivos y en la acumulación de detalles, se suman los dibujos y los grabados de Santos, siempre sugerentes, magistrales, que dominan a la perfección el binomio del blanco y negro.

Marchamalo recuerda, de entrada, algunos detalles de José Hierro, que hizo muchas cosas, entre ellas deambular por varias cárceles de España, desde 1939 a 1944, y fue un superviviente de posguerra; antes de conocer el presidio, iba con su madre a visitar a su padre preso, e hizo todo lo posible para olvidar la pena del progenitor y su propia cautividad. Escribía en el bar, con “un chinchón seco, un poco aguado, en copa, y se encendía un cigarro: un Ducados que acababa convertido en humo espeso, acogedor como la niebla, y que le acabaría quemando los pulmones”.

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Uno de los retratos de José Hierro del volumen.
Antonio Santos/Nórdica.

Además de escribir en cuadernillos, “con la certeza de que acabaría deforestando Europa con sus versos”, también hacía dibujos con un rotulador de punta fina, y redondeaba la obra, que tendía a ser arborescente, “extendiendo la tinta con los dedos”. El niño Pepín no tardaría en trasladarse de Madrid a Santander, donde le sorprendió la Guerra Civil y donde tendría amigos decisivos: Gerardo Diego, que sería su maestro, y sobre todo el poeta José Luis Hidalgo. El mar le inspiró muchos poemas, y dice Marchamalo que acabaría construyéndose una casita, “sin luz ni agua corriente, frente al mar”, a la que llamaban ‘El minifundio’ y pensaban los vecinos que era el espacio de un loco.

Uno de sus primeros oficios fue el de apuntador, y antes había ganado un premio infantil, con doce años, ‘La leyenda del almendro’. Con el paso de los días, sería acusado de auxilio a la rebelión y acabaría en la cárcel. Antes de los 18, fue condenado a doce años y un día de reclusión. Lo soltaron en 1944 y su amigo José Luis Hidalgo le dijo que tenía un empleo para él. No era cierto. Se instaló con su maleta de madera en una pensión, e hizo un poco de todo: repartió leña, redactó biografías por encargo, frecuentó a las mozuelas y las tertulias de madame Leontine y a la vez se volcó con la poesía de todas las formas posibles: en las revistas, con sus libros; también se dedicó al arte, y no solo hacía acuarelas sino que redactaba críticas de arte y catálogos. Y trabajaría con gusto y profesionalidad en todo ello en Radio Nacional de España.

Aunque lo esencial de él fue su poesía: ‘Tierra con nosotros’, ‘Alegría’, ‘Quinta del 42’, ‘Cuanto sé de mí’, ‘El libro de las alucinaciones’; logró todos los galardones… Al final el tabaco fue su principal enemigo, y hubo de llevar con él “el maletín de oxígeno celeste”. Poco antes de morir publicó uno de sus mejores libros, ‘Cuaderno de Nueva York’, su gran homenaje a la ciudad, a la música y al desconcierto de vivir. “Después de tanto, todo para nada”, escribió, como recuerda Marchamalo. Por tener, este guerrero de aspecto turco tenía un bosque particular de cipreses, y plantaba uno, un mes antes del parto, cada vez que iba a nacer un niño.

Este año se hablará mucho de José Hierro. Cronista cultural, rapsoda, pintor de nerviosas manos. Excepcional poeta y también todo un personaje. Jesús Marchamalo y Antonio Santos dan el primer apunte inolvidable y entrañable en Nórdica. Un libro para siempre.

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José Hierro al final de sus días.
Antonio Santos/Nórdica.

LA FICHA

‘Hierro Fumando’. Texto: Jesús Marchamalo. Ilustraciones de Antonio Santos. Nórdica, 2021. Madrid. 50 páginas.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

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