ARTE. OCIO Y CULTURA

José Miguel Palacio: "Mi pintura propone una crítica a un mundo consumista"

Instalado en Madrid desde 1979, el pintor zaragozano prepara una muestra para el Patio de la Infanta de cuadros realistas que nacen de la fotografía

José Miguel Palacio reside en Torroledones desde hace 40 años.
José Miguel Palacio reside en Torrelodones desde hace 40 años.
A. C. /Heraldo

Una de las pasiones de José Miguel Palacio (Zaragoza, 1950) es charlar al arrimo de un ‘bourbon’, su bebida favorita. Le anima la memoria y le estimula para abordar su trayectoria, sus fases, sus obsesiones: la fertilidad del inconsciente, la tauromaquia, la arquitectura, la ciudad, los trenes y tranvías, el mar, los barcos. Y allá, en el invisible álbum del tiempo, late Zaragoza. Lleva más de 40 años en Madrid, y desde Torrelodones, donde tiene su casa y su taller con vistas hacia Toledo y hacia San Lorenzo del Escorial, trabaja e incluso ha instalado en una rotonda su escultura ‘La verbena’. Podría decirse de él que es uno de los pintores de Madrid, ciudad a la que le dedicado muchos óleos, de distintos tamaños, dibujos, grabados y algunos miles de fotografías. Desde hace unos años, desde que abandonó el surrealismo o su personal pintura onírica, compone con la cámara fotográfica, dibuja a línea y hace sus pinturas en las que puede invertir semanas, meses, años, cifras de hasta de 1.800 o 2.000 horas.

Vayamos al origen.

Zaragoza es mi origen. Es un lugar al que me gustaría volver y viajar desde allí alrededor del mundo. Cuando era joven y estudiaba en la Escuela de Artes y Oficios tuve la sensación de que don Paco Goya me decía: «En cuanto acabes vete fuera. Aquí no hay nada que hacer». Al principio pensé que debía ir a Barcelona y allí me dirigí. Probé sin suerte y descubrí que El Dorado estaba en Madrid.

¿Cómo le fue?

No resultó nada fácil. Madrid es una ciudad muy competitiva, exigente, se necesita cierta habilidad para sobrevivir. Poco a poco descubres que es una ciudad que respeta a los creadores, que todo el mundo quiere ser el primero en todo y que aquí no existe la envidia.

¿De dónde procedía usted?

De una familia modesta. Mi madre era costurera y yo aprendí a dibujar con sus patrones. Me encantaba hacer dibujos con ellos. Vivíamos en Obispo Covarrubias, al lado de la Avenida de Valencia, y luego nos trasladamos a San Juan de la Cruz. Allí murió mi madre cuando yo tenía doce años.

"Cuando era joven y estudiaba en la Escuela de Artes y Oficios tuve la sensación de que don Paco Goya me decía: «En cuanto acabes vete fuera. Aquí no hay nada que nacer». Al principio pensé que debía ir a Barcelona y allí me dirigí. Probé sin suerte y descubrí que El Dorado estaba en Madrid"

¿Qué hacía su padre?

Se dedicaba a la importación de coches que les vendía a los norteamericanos que habían combatido en la guerra de Corea. Al cabo de un tiempo, le dejaron instalar en la Base un taller de asistencia.

¿Cómo fue su adolescencia?

Mi madre era muy religiosa, de rosario y comunión diarios, y venían a casa los curas para dirigir sus rezos. En casa, por el fácil acceso de mi padre, entraban el whisky y el tabaco norteamericanos, cartones completos de cigarrillos. Aquellos sacerdotes, tras los rezos, recibían cajetillas o cartones de tabaco. Siempre pensé que venían más por eso que por la fe.

¿Dónde estudió?

En Dominicos. Y había una cosa que nunca pude soportar: el rigor y los golpes. De repente, en medio de una clase, entraba un sacerdote, nos pedía que nos colocásemos de tal o cual forma y nos golpeaba por algo. Aquello me desconcertaba. Eran los mismos curas que venían a casa, y yo me decía: «Qué estrategia más equivocada: si me tratasen mejor se llevarían más tabaco o más whisky».

Pasó de ahí a la Escuela de Artes y Oficios, ¿no?

Sí. Estuve entre 1967 y 1969, y fue una buena experiencia. No es que aprendiese mucho, pero se te abría un mundo. Allí conocí a José Manuel Broto, y más tarde a algunos de los integrantes del grupo ‘Forma’ como Manuel Marteles, Paco Rallo, Joaquín Gimeno, que acabaría yéndose a Brasil, Paco Simón… Y empecé a hacer mis cosas.

¿A qué se refiere?

Pasé de una figuración expresionista a abrazar el surrealismo. En él me he movido durante casi dos décadas. Al principio me influyó mucho Giorgio de Chirico; más tarde, me llamó mucho la atención Renée Magritte, pero hay un momento que veo que estoy muy cerca de él y entiendo que debo alejarme de ahí.

"Pasé de una figuración expresionista a abrazar el surrealismo. En él me he movido durante casi dos décadas. Al principio me influyó mucho Giorgio de Chirico; más tarde, me llamó mucho la atención Renée Magritte..."

¿Y aparece Dalí en su horizonte?

En cierto modo. Para mí Salvador Dalí es un hiperrealista surrealista. Yo voy buscando también una obra muy pulcra, muy trabajada, que se parece en eso a lo que estoy trabajando ahora. El surrealismo me obligaba a pensar mucho, a desarrollar la imaginación, a buscar la originalidad. Y di un paso nuevo…

¿Hacia lo que practica ahora, ese realismo tan objetivo y minucioso?

Uno siempre está en el camino. No sabe por qué empieza una serie, no se sabe cuándo va a durar, lo único que se sabe es que en ese tránsito y al final de esos cambios uno seguirá pintando. Creo que mi obra nace en el dibujo y poco a poco se transforma en óleo. Tengo muchos dibujos de diversas épocas y formatos.

Cuando uno ve sus obras tan dibujadas y precisas, casi da pena que ese dibujo a lápiz desaparezca bajo el color del óleo.

Por eso yo le digo a quienes ven mi obra que en cada cuadro hay dos piezas: la dibujada, línea a línea, con inmensa paciencia, y luego el resultado final, el óleo.

Nos decía que abandonó el surrealismo.

Sí y empecé a trabajar de otro modo. Con la cámara fotográfica. Compongo mis lienzos con las fotos, y me centro en otra complejidad. La propia captura es mi cuadro: la cámara me da el mismo soporte de pintura. La fotografía y el dibujo son esenciales en mi trabajo. Juan Manuel Bonet, que será el comisario de mi exposición de febrero en Zaragoza en el Patio de la Infanta, me ha propuesto que un día hagamos una exposición de fotografía. También trabajo la papiroflexia, y he expuesto en el EMOZ de Zaragoza, y hago escultura, en piezas pequeñas o monumentales, al aire libre.

Sí. ¿Se sentiría usted un cronista?

En cierto modo sí. Yo no soy un esteta ni busco una escena perfecta. No canto un mundo idílico. He expuesto en galerías importantes y en el Centro de Arte de Alcobendas, en Casa Vacas, en el Centro Tomás y Valiente, etc., y mi pintura no es exactamente contemplativa. Podría parecerlo en una primera visión, pero si se fija uno con atención verá que mi obra propone una crítica social a un mundo consumista. Perdemos mucho tiempo tratando de aparentar lo que no somos. Yo no soy un revolucionario, no le quiero decir a la gente qué debe pensar, mi obligación es trabajar en el estudio y ofrecer lo mejor de mí en cada cuadro.

"Perdemos mucho tiempo tratando de aparentar lo que no somos. Yo no soy un revolucionario, no le quiero decir a la gente qué debe pensar, mi obligación es trabajar en el estudio y ofrecer lo mejor de mí en cada cuadro"

Dicen de usted que va a su aire.

Siempre lo he hecho. Lo he pasado mal en Madrid, he tenido sustos y deudas, pero un día vendí un gran cuadro y todo empezó a ir mejor. Soy difícil para las galerías, pero por otra parte creo que el sentir general es que el mundo de las galerías va a acabar desapareciendo.

¡Hombre! Vaya jarro de agua fría...

Recuerdo cuando llegué a Madrid las recorrí todas con mis carpetas. En todas me dieron cantidad golpes en la espalda de ánimo y me dijeron que les tuviera al día de mi evolución y crecimiento. Nadie me hizo mucho caso. Y ahí sigo, con un inmenso respeto al arte, que es muy difícil y exigente, y a los artistas que las pasan canutas para salir adelante.

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