Charles Lloyd, el último mito del saxo

El célebre músico de jazz, activo con 83 años, trae a España sus dos últimos álbumes, desafiando una pandemia que paralizó su anterior gira.

Charles Lloyd, el último mito del saxo
Charles Lloyd, el último mito del saxo
Vocento

Si bien pocos viven ochenta años para contar una vida en la cúspide del jazz, menos aún viven para seguir grabando y mostrando sus facultades y buen tempo en conciertos a ambos lados del Atlántico. Cuando cumplió esa edad, en 2018 Charles Lloyd salió de gira para celebrarlo. La pandemia paralizó su larga fiesta y ahora con 83 desafía al virus para estar en España y dar un concierto en el ciclo Villanos del Jazz de Madrid (Jazzmadrid, Teatro Pavón, 30/11), dentro de un tour que incluye otros países europeos como Alemania.

Antes del confinamiento, en California grabó una de las sesiones de aquella gira, con un cuarteto de músicos como Gerald Clayton en el piano y Julian Lage en la guitarra. Editado como álbum, bautizado '8. Kindred Spirits' (espíritus afines), se convirtió en el volumen 46 de su discografía, desde que en 1964 sacara 'Discovery!' y rompiera el molde del jazz en fusión con el rock progresivo.

Para entonces ya había ventas millonarias de bop. Miles Davis y Dave Brubeck habían pulverizado las cajas registradoras con los temas 'So What'' y 'Take Five', respectivamente. Pero Lloyd, con la elegancia del hippie, señalaba el camino que luego el mismo Davis seguiría en esos años perdidos en la distorsión de la guitarra bajo su trompeta. Porque Lloyd (Tennessee, Estados Unidos, 1938) encontró la vía de sostener la esencia del jazz cuando los clubes decaían y llegaban los festivales de jóvenes y marihuana.

Tal es el aroma de los primeros discos de Lloyd, como 'Dream Weaver' y 'Forest Flower' (ambos de 1966), un directo en Monterrey que vendió un millón de copias. Contaba para entonces con un músico que luego, sin él, superaría el mito del maestro: el pianista Keith Jarrett, que conocería allí al baterista Jack DeJohnette. Otra historia de caminos que se bifurcan y egos que nunca se reencuentran.

En esos primeros años de éxito y absoluta independencia musical, Lloyd cambió de colaboradores e indagó en un estilo de jazz que bien se podría considerar incorruptible (salvo un par de episodios, como sus grabaciones con los Beach Boys y alguna canción con canto, como 'Moonman', que bien podría estar en un álbum de Pink Floyd). A pesar del circuito donde se movía, Lloyd no insistió en la vocalización pop ni acometió escenificaciones teatrales, no sacrificó la improvisación ni los largos solos de metal y de cuerda. Lo suyo era música, no espectáculo.

Desde temprano estaba señalado a pertenecer al exclusivo club del jazz. Aprendió a tocar en vivo como acompañante de Howlin 'Wolf, B. B. King, Ornette Coleman o Cannonball Adderley, hasta que decidió liderar su propio proyecto. Su estilo se enriquece con cada nuevo trabajo y, llegado el nuevo siglo, encuentra una libertad total, que une el virtuosismo y oído absoluto de Lloyd con el disfrute de tocar entre amigos. En su concierto español le acompaña el trío de Clayton, Reuben Rogers y Eric Harland, viejos camaradas ya, «espíritus afines» sin edad.

Prolífico buscador

Saxofonista y flautista a partes iguales, Lloyd es un músico prolífico, capaz de editar dos y hasta tres discos anuales durante veinte años, con la mayoría de sus trabajos todavía en catálogo, cuando no agotados, como ocurrió con '8. Kindred Spirit' al poco de salir. Pero en los ochenta paró. Dice su biografía oficial que «emprendió una búsqueda personal». El cada vez más psicodélico sonido de los setenta envejeció, y Lloyd reencontró sus ideas de la mano del pianista Michel Petrucciani, en cuyo grupo se acopló. Antes, sin embargo, demostró que estaba en plena forma en un toque en el Festival de Montreux (1982) y que su vocación en el saxofón proseguía las sendas abiertas por John Coltrane y Joe Henderson. Antes de terminar esa década, su salud se resintió y desapareció.

Cómodo cuando le acompaña un cuarteto o un trío, ahora reencuentra su voz tonal con placidez. Desde 2016 colabora con The Marvels, una agrupación liderada por el guitarrista Bill Frisell, con suave cadencia y menos disonancias, hasta el punto que Norah Jones o Lucinda Williams participan en algunos temas. Pero la impronta de Lloyd se mantiene. Acaba de grabar un álbum, 'Tone Poem' (2021).

Entre los dos trabajos últimos hay una misma intención pero distintas tramas. Son dos relatos diferentes, no sólo porque uno se eterniza desde el directo y el otro en estudio. Hay un temple y una síncopa distintos, aunque la base rítmica se mantiene con el núleo de Harland y Rogers (batería y bajo). El primero, '8. Kindred Spirits', es más oscuro, contiene más ligaduras y densidad, y Lloyd usa el arte de improvisar para crear una atmósfera en la que las figuras que siluetea con el sonido salen de la niebla, con dosis de tristeza y nostalgia, como en 'Requiem', 'Dream Weaver' o 'La Llorona'. Sus notas arrancan la piel con la complicidad de las teclas de Clayton.

En cambio 'Tone Poems' vibra en pasajes más piadosos, incluso alegres, influido quizás por el estilo de Frisell, más cromático y de inflexiones más claras. No es un álbum complaciente, desde luego que no. Abre con un homenaje al vanguardista deconstructor de estrofas Ornette Coleman, uno de sus maestros, con 'Peace', sigue con Thelonius Monk en 'Monk's Mood' y el melodioso 'Anthem' de Leonard Cohen, que marcan la sinuosidad de este trabajo. Como el sol y la luna de un mismo día, estos dos álbumes recientes son dos estados de ánimo alejados uno del otro.

Ver a Lloyd sobre el escenario, incansable, veloz y sentimental a la vez, y dueño de una particular armonía, es disfrutar del último mito del jazz que sigue de gira.

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