LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

Juan Carlos Ara recupera una autobiografía de juventud y otros textos de Joaquín Costa

Editado por las PUZ, ‘Nosce te ipsum’ conmemora los 175 años del polígrafo nacido en Monzón en 1846 y fallecido en Graus en 1911

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Joaquín Costa fue un romántico en sus inicios y un regeneracionista que se sentía, ante todo, un poeta.
Archivo IEA / Heraldo.

ZARAGOZA. Una de las frases que persiguió a Joaquín Costa (Monzón, 1846-Graus, 1911), de cuyo nacimiento se cumplen 175 años, fue «No leáis el secreto de mi alma». Solía ponerla de manera nítida o de forma encriptada (en pictogramas y jeroglíficos) en sus cuadernillos donde se erigía en «el cantor de sí mismo» o en el polígrafo incansable y desdichado que quería ser «un gran hombre», «quería ser alguien», tal como recuerda el profesor Juan Carlos Ara, que prologa el volumen ‘Nosce te ipsum’ (‘Conócete a ti mismo’), que complementa sus ‘Memorias’, editadas por él también en la colección Larumbe de Prensas Universitarias de Zaragoza (PUZ).

En este volumen, basado en diversos cuadernos que dejó Costa, se recogen textos cuya redacción inició en Barbastro en junio de 1868 y que continuó luego en varias ciudades, entre ellas Madrid, entre 1870 y 1872, donde empezó a dar clases en el Colegio Hispanoamericano de Santa Isabel.

Costa se movió siempre en dos polos: la queja, el peso del destino, la desdicha, hay un momento en que escribe «la historia de mis padecimientos que es la historia de mi vida entera», marcado por un tono de fatalidad romántica; y por otro lado, la autoestima, «creo que yo hubiera sobresalido en todos los estilos», dice sobre sus méritos en la literatura, a la par que hace un inventario de sus primeras publicaciones; apunta que fue alumno en Huesca del pintor León Abadías, y que le daba siempre sobresaliente, aunque sus enseñanzas no le sirvieron en exceso para aprender a dibujar.

El polígrafo que quiso ser poeta

En estas memorias aborda fugazmente su paso por la Exposición Internacional de París de 1867, adonde acudió como uno de los doce maestros albañiles que envió España gracias al apoyo del cacique Manuel Camo; recuerda que escribió una serie de artículos para el diario 'El Alto Aragón’, que no se publicó, y no hay referencia a una de sus ‘hazañas’: hizo un dibujo de la bicicleta de Michaux, que mandó a sus amigos de Huesca y, gracias a los hermanos Mariano, José y Nicomedes Catalán, herreros, se hizo un prototipo de la primera bicicleta que echó a correr por Huesca.

Con esa «escritura secreta particular», tal como señala Juan Carlos Ara, Joaquín Costa da cuenta de sí mismo, de su psicología y de su forma de ver el mundo, de su formación, de su núcleo de amistades y maestros (como el arquitecto Hilarión Rubio), de sus idas y venidas, de su estancia en Zaragoza, de sus regresos a Huesca y de su traslado a Madrid.

Desde joven, quiso escribir y lo hizo en los periódicos y en diversas publicaciones, pero también en cuadernos más bien íntimos, en los intenta saber más y comprenderse. «Para un joven brillante, de casi 22 años, hecho a sí mismo a través de sus lecturas y que confesaba padecer una enfermedad moral que se manifestaba en una desmesurada ambición de “figurar en la falange de los sabios” y ser glorificado, resultó normal la disección de su interior con el listado de textos leídos y escritos hasta la fecha», apunta el prologuista. Por esos días era lector de Julio Verne, de Chauteabriand, del poeta Lamartine y de ‘El criterio’ de Jaime Balmes, y había asimilado ‘Los héroes’ de Thomas Carlyle. Y quería ser poeta y tenía la poesía como una aspiración seria. A ello le dedicaba varias páginas.

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Detalle del libro de Joaquín Costa, con portada de José Luis Cano.
Cano / PUZ.

Trabajó en muchos oficios y escribió de casi todo. Se reconoce inclinado hacia la soledad, poseedor (y sufridor) de un carácter tímido que podía ser altanero o hasta violento, y dice, también, «no tengo el don de la oportunidad». Escribe: «Mi carácter se resume en estas palabras: ‘enemigo de la hipocresía, de la injusticia, de la crueldad, del escándalo y del cinismo, violento y desconfiado por instinto, y amante de la patria hasta el extremo de mentir y encolerizarme contra la razón misma’». Así lo escribe, en cursiva. Y todo ello lo glosa con minuciosidad y esa aparente seguridad de su prosa. Desconfía de la política y en el epígrafe ‘Mis ideas políticas’ no es muy original: «Los partidos políticos son generalmente una mentira».

«Para un joven brillante, de casi 22 años, hecho a sí mismo a través de sus lecturas y que confesaba padecer una enfermedad moral que se manifestaba en una desmesurada ambición de “figurar en la falange de los sabios” y ser glorificado, resultó normal la disección de su interior con el listado de textos leídos y escritos hasta la fecha»

Realiza algunas ‘Semblanzas’ de varios amigos, poco conocidos, y también de su prima Elena Gil, de la que anduvo enamorado y con la que soñó casarse porque así mataba dos pájaros de un tiro: ahuyentaba la soledad mediante el amor y lograba salir de pobre porque la joven era rica. Y en otro texto autobiográfico, ‘Una vida’, no sin gravedad e ironía, escribe: «He sido cuando hay que ser: he estudiado en Instituto Filosofía (sic); he principiado a estudiar para arquitecto, para maestro, para agrónomo y para cura; he sido agricultor, aprendiz de albañil, industrial, director de una fábrica de jabones por un nuevo sistema, director de otra fábrica de extracción de grasas, escribiente, estudiante, delineante, periodista, pensionado por el Gobierno en el extranjero, profesor de Lenguas, de Dibujo, de Geografía y de Historia; no me faltaba ahora más que ser auxiliar de un ensayo de catastro...».

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