En los últimos años se ha producido una reivindicación del denominado cine quinqui, subgénero surgido en los inicios de la Transición y centrado en jóvenes de realidad degradada sumidos en el cauce de la delincuencia y las drogas. Directores como Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma y películas como ‘El pico’, ‘Yo, el Vaquilla’, ‘Navajeros’, ‘El Lute. Camina o revienta’ o ‘Deprisa, deprisa’, esta última de Carlos Saura, destacan dentro de una vertiente ahora de culto que ejerce atracción por lo que dice acerca de la sociedad española de entonces y de la que también cabe recordar su lado turbio. 

En ‘Las leyes de la frontera’, adaptación de la novela de Javier Cercas, el director Daniel Monzón mira a la singular temática y construye un apreciable y solidísimo ejercicio cinéfilo, inevitablemente más estilizado que sus referentes, que atrapa por sus personajes, las actuaciones de Marcos Ruiz, Chechu Salgado y de una magnética Begoña Vargas, los rasgos descriptivos de los ambientes de aquella España y por su parte de nostalgia y de homenaje. Y sobre todo genera conexión por el amor y la fascinación que llevan al protagonista, un adolescente de clase media, al barrio chino de Gerona.

El filme exhibe una estructura clásica en la que la cuestión de la aceptación, el hecho de sentirse vivo y la deriva delictiva emergen como elementos clave. Monzón, una vez más con Jorge Guerricaechevarría en el guión, aplica un tratamiento que desprende sugerencia narrativa por la manera en que se introducen las elipsis y cambia la situación. A lo suscitado contribuyen asimismo los significativos momentos que canalizan el demoledor discurso social de fondo, simbolizado en la conversación al amanecer tras la huida entre tiroteos y en la secuencia con el padre y el policía. El tramo final queda envuelto en una poderosa evocación sobre el paso del tiempo, los caminos divergentes y lo que pudo haber sido.