Pompa y tradición en la boda del heredero al trono de los zares en San Petersburgo

El gran duque Jorge de Rusia y la italiana Rebecca Bettarini, que ha pasado a llamarse Victoria Románova, se han casado este viernes en la catedral de San Isaac en una ceremonia religiosa a la vieja usanza.

Los Románov, dinastía que gobernó Rusia hasta 1917, volvieron a reinar este viernes por un día en San Petersburgo, un siglo después del asesinato del último zar, con una boda real entre el heredero al trono del Kremlin, el gran duque Jorge de Rusia, y una plebeya italiana, Rebecca Bettarini.

"¡Gorko, gorko, gorko!" (que se besen), corearon al unísono los invitados cuando la pareja se convirtió oficialmente en marido y mujer en la grandiosa catedral de San Isaac tras una ceremonia religiosa a la vieja usanza.

Como reza la tradición, el zarévich y Rebecca, que pasó a llamarse Victoria Románova, se dieron un largo beso en el altar entre los aplausos de los presentes, incluidos popes, nobles, infantas, damas de honor y reporteros, pero no del Kremlin, que declinó la invitación en la ciudad natal del presidente, Vladímir Putin.

Una boda muy rusa

La boda recordó desde un principio a los invitados de todo el mundo que no estaban en Occidente, sino en Rusia. Metropolitas, popes, iconos de todos los tamaños, pañoletas en las cabezas de las mujeres y oro, mucho oro, desde la Biblia a las paredes de San Isaac, que incluían malaquita, lazurita y mármoles de todos los colores.

Mientras el novio optó por un traje clásico, ella llevaba un tradicional vestido blanco con el escudo de los Románov -el águila bicéfala- en la cola y una tiara Chaucet con cientos de diamantes al estilo del tradicional tocado ruso "kokoshnik".

La misa fue oficiada por el metropolita Varsonofi, que estuvo acompañado todo el tiempo por un séquito de popes, no en vano la Iglesia Ortodoxa es la gran abanderada de la monarquía y ordenó la canonización de la familia del último zar, Nicolás II, fusilada por los bolcheviques en 1918.

"Me alegra mucho de que os guste Rusia", dijo antes de bendecir la unión, ya que el zarévich nació en Madrid y solo desde hace tres años vive en Moscú.

El momento cumbre fue cuando el gran duque y Victoria fueron coronados en el sentido más ritual de un casamiento ortodoxo. Dos personas elegidas por los novios se encargaron de sostener esa pesada carga sin llegar a tocar sus cabezas.

Las coronas significan que cada pareja es un reino en el que sólo tiene cabida el amor, la fidelidad y la felicidad. Además, al término de la ceremonia, la pareja recibió como regalo un icono y a la salida les estaba esperando la guardia de honor.

Nada más hicieron acto de aparición en la escalera, los soldados desenvainaron ruidosamente sus sables y los mantuvieron en alto en señal de respeto y obediencia, como hicieron durante cientos de años los mismísimos cosacos bajo los zares.

Pocas casas reales y la ausencia del Kremlin

La jefa de la casa imperial rusa y madre del novio, María Románova, fue recibida en el templo como toda una zarina. Uno de los primeros en saludarle fue Simeón de Bulgaria, uno de los principales representantes de la realeza europea que viajaron a Rusia.

También se pudo ver a a Fuad II de Egipto; Leka II de Albania; Eduardo Pío de Braganza, el heredero al trono portugués; y a miembros de casas de Alemania, Italia y Francia, como Luis Alfonso de Borbón.

Se echó de menos a representantes de algunas monarquías como la española o inglesa, pero el coronavirus dificultó su presencia o les facilitó una excusa, dadas las tensiones políticas entre Moscú y Bruselas.

En cuanto al Kremlin, Putin no es amigo de los actos públicos desde el estallido de la pandemia, pese a que ya ha sido vacunado.

Su portavoz presidencial se limitó a decir que "todos los días se celebran muchas bodas" en Moscú y San Petersburgo, y "siempre deseamos felicidad a los novios".

Hubo pompa dentro de la iglesia y un cóctel y una recepción para los invitados, pero en las calles de la ciudad los fastos zaristas fueron mucho más modestos.

De hecho, muy pocos habitantes de la antigua capital zarista sabían de la ceremonia y las únicas carretas con caballos que se pudieron ver estaban aparcadas a la entrada de la iglesia, pero no esperaban a la realeza, sino a los turistas.

Heredero a un trono que no existe

Jorge Mijáilovich y Rebecca Bettarini, que se comunican en español, se conocieron cuando eran adolescentes y llevan una década juntos, primero en Bruselas y ahora en Moscú.

Ahijado del rey emérito Juan Carlos I, el gran duque es hijo de María Románova y Francisco Guillermo de Prusia. Tiene parentesco con las principales casas reales de Europa.

El zarévich no es descendiente directo del último zar, ya que su abuelo Kiril I, que asumió el trono en el exilio en 1924, era primo hermano de Nicolás II y nieto de Alejandro II.

La novia, que vivió cuatro años en Venezuela, motivo por el que habla español, aseguró a Efe antes de la boda de que ellos se casaban por amor y no porque alberguen ambiciones de poder.

Los Románov -una familia de nobles moscovitas que recibió un territorio débil, atrasado, aislado del resto de Europa y en estado de anarquía- supieron convertir a Rusia en un gran imperio euroasiático.

Desde la abdicación de Nicolás II, San Petersburgo dejó de ser la capital del país en favor de Moscú y el trono se encuentra ahora en el Kremlin.

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