Daniel Gascón: "Ahora ya vivimos todo con mucha intensidad"

El escritor aragonés publica ‘La muerte del hipster’, novela de humor que sigue la estela de la que publicó y triunfó el año pasado

El escritor zaragozano Daniel Gascón, en su domicilio madrileño.
El escritor zaragozano Daniel Gascón, en su domicilio madrileño.
Enrique Cidoncha

Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es novelista, ensayista, traductor, autor de relatos y responsable de la edición española de ‘Letras libres’. El año pasado publicó ‘Un hipster en la España vacía’, novela en torno a un personaje, Enrique Notivol, que, tras romper con su novia, regresaba al pueblo en busca de la naturaleza. En el pueblo, del que se hizo alcalde, encontró el amor. En ‘La muerte del hipster’ Notivol tiene que hacer frente a la pandemia, aunque la localidad sufre tan acusadamente la despoblación que se ve obligado a emitir un bando para que los vecinos no mantengan la distancia social... sino que la acorten.

La Cañada de Azcón es un microcosmos que él, salvando diferencias, compara con la aldea de Astérix en cuanto a que es un microcosmos donde casi todo es posible. De hecho, ahora el protagonista se tiene que enfrentar incluso a un desafío secesionista.

Netflix adquirió los derechos televisivos de la primera novela, para cuyo protagonista Daniel Gascón tiene una sugerencia: "El oscense Vito Sanz haría muy bien el papel, porque tiene un lado ingenuo que cuadra con el personaje", asegura. 

Con lo serio que es usted, resulta que se le dan muy bien los libros de humor.

Siempre me ha gustado la comedia cinematográfica y la literatura de humor. Pero, aunque en casi todas mis obras se puede rastrear el humor, nunca me había atrevido a hacerlo el eje de una novela. Me lo pasé tan bien escribiendo ‘Un hipster en la España vacía’, descubrí que el protagonista se había encariñado del pueblo y el pueblo del protagonista que...

...Que escribió ‘La muerte del hipster’, que acaba de publicar Literatura Random House. El protagonista, Enrique Notivol, ¿cuánto tiene de usted?

Alguna cosa, pero muy exagerada. Es cierto que vivo en una gran ciudad, Madrid, y que mis amistades y relaciones leen mucho, van a la Filmoteca... Pero no soy Enrique Notivol. Soy un urbanita que recrea lo que vivía de niño cuando iba a pasar una temporada al pueblo.

Un pueblo imaginario, La Cañada, que usted ubica en el Maestrazgo.

La Cañada de Azcón es un pueblo que tiene mucho de libro de aventuras, de mi infancia en Teruel. Me crié bastante con mis abuelos Leoncio e Isabel, que eran de Ejulve, y viví también en Urrea de Gaén, en Cantavieja... Recuerdo mucho el sentido del humor de mi abuelo, franco, directo, que ahora he intentado que recorra la novela, que también posee una veta de humor culto y más literario.

Un libro con muchísimas referencias aragonesas. Hasta ha escrito algunas jotas desternillantes.

Lo escribí durante la pandemia, en los meses en los que no se podía viajar, y quizá por eso haya más referencias a Aragón que en libros anteriores.

Usted que vive en Madrid y convive con gentes de toda España, ¿cree que existe de verdad un humor aragonés, tremendista, surreal...?

Existe, aunque todas las tradiciones tengan algo de invención. Ese tremendismo que a veces se achaca al humor aragonés lo podemos encontrar también en otras tradiciones literarias. El surrealismo ya es otra cosa. David Trueba asegura que «los aragoneses son surrealistas, incluso sin saberlo», y tiene razón. José Luis Cano escribió un muy buen artículo sobre el humor aragonés y venía a decir que quizá quien mejor lo ejemplifique sea el cínico Diógenes. Hay muchos autores aragoneses que me divierten, aunque su humor sea distinto, desde Javier Tomeo a Mariano Gistaín, pasando por Manuel Vilas o Cristina Grande.

En los últimos años varios escritores españoles están mirando al campo a través del humor: Santiago Lorenzo, Ana Iris Simón, Pedro Lópeh...

En literatura los temas, más que descubrirse, se redescubren. En España siempre se ha escrito del campo: todos hemos leído en el colegio ‘El camino ‘ de Delibes. El campo es un territorio variado que permite muchas aproximaciones; ha tenido miradas elegiacas, como las de Llamazares o Labordeta, pero también de cualquier otro tipo, incluso desde el humor. Creo que hasta se podría ambientar un ‘thriller’ de estilo escandinavo en la provincia de Teruel.

Hay literatura pero, ¿se está haciendo algo para frenar la despoblación?

Especialistas como Vicente Pinilla llevan tiempo estudiando este problema en Aragón, y en el contexto nacional se han publicado libros muy destacables, como el de Sergio Andrés (‘La España en la que nunca pasa nada’). Hay diálogo, es un tema del que se habla. Pero creo que algunas dinámicas sociales son muy difíciles de revertir, así que en los pueblos de 60 habitantes solo van a vivir quienes estén muy convencidos de ello. Porque, además, muchos de nuestros males se pagan, o se van a pagar, en las zonas rurales. Cuando hablamos de transición ecológica, por ejemplo, o de descarbonización, muchas de las medidas que se adoptan van en detrimento de las zonas rurales. Habría que establecer medidas de compensación.

Ya se ha puesto serio. ¿Volverá al ensayo? Ha publicado uno de los más certeros de los últimos años, ‘El golpe posmoderno’?

Me gustaría mucho escribir un ensayo, pero el problema es que la política española va ahora tan rápido –aunque en realidad sea una velocidad falsa–, que lo que parece un tema urgente hoy ha desaparecido de la mesa de debate en apenas unos días.

Y todo se ha polarizado.

No me gusta esa palabra. Creo más bien que se están exagerando los gestos. Ahora vivimos todo con mucha intensidad. Se discute agriamente sobre diferencias que en realidad son mínimas. Y, lo peor, ya no se discute sobre las normas de convivencia, sino sobre el propio marco constitucional. Y la democracia se basa tanto en las normas escritas como en las que no lo están.  

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