'Candyman': absorbente y con personalidad

Basada en un relato de Clive Barker y dirigida por Bernard Rose, ‘Candyman. El dominio de la mente’ (1992) es una de esas películas de género con menor reconocimiento del que merecen. Se asocia a la figura que se aparece ante ti con un garfio si pronuncias cinco veces su nombre delante de un espejo, un recuerdo reduccionista porque su interés radicaba en la premisa de la leyenda urbana que atrapa al que la busca y en especial en su fondo acerca del racismo, la violencia y la desigualdad en Estados Unidos. Un cauce que conecta con el discurso canalizado por Jordan Peele en ‘Déjame salir’ y ‘Nosotros’, de ahí que en calidad de guionista y productor haya actualizado el imaginario. La nueva ‘Candyman’, colaboración con la directora Nia DaCosta, tiene ecos de reinicio, si bien se trata de una secuela (hubo dos en su momento) como señalan la alusión a la protagonista original y cierta revelación/confirmación camino del final. El filme, que remarca la carga de denuncia del subtexto (enfatiza que el terror se construye sobre el horror de la injusticia), absorbe en virtud de su tono y de su plasmación narrativa, y lo hace con una fuerza y una personalidad que señalan el talento de DaCosta. De carácter atípico y con un lado complejo, conviene reposarlo para capturar sus detalles.

La apertura, las explicaciones por medio de sombras chinescas o la modulación escénica de las tres primeras muertes manifiestan lo magnético del trabajo de la autora. A lo suscitado también contribuye el envoltorio del mundo del arte. El personaje central descubre la historia de Candyman, la pinta y convierte su obra en vía y portal. Su situación remite a la fascinación, la inmersión enfermiza, la transformación (el brazo que se pudre) y al despertar tardío sin vuelta atrás. Aunque emergen lo forzado y la desmesura, lo sugerente de la resolución reside en cómo une el legado con la lectura crítica (lo que siempre se repite).