ocio y cultura

Jorge Gay vuelve a La Codoñera

El pintor zaragozano regresa a la casa y a la ermita de Santa Bárbara de su niñez, donde nació su vocación por la pintura al ver dibujar a su padre

Jorge Gay ha vuelto a la casa donde pasó varios veranos con sus familia en La Codoñera.
Jorge Gay ha vuelto a la casa donde pasó varios veranos con sus familia en La Codoñera.
Antón Castro.

El pintor y poeta Jorge Gay (Zaragoza, 1950) alude siempre a un hecho clave en su vocación: aquel día del verano de 1965 en que salió con su cuaderno de dibujo a los campos de La Codoñera (Teruel) con su padre, profesor y responsable de los maestros en el Hogar Pignatelli, y vivió un instante incomparable que marca una vida: su progenitor, pintor aficionado, con buena mano, trasladaba del natural un paisaje y fijó, con una mancha negra de acuarela, el vuelo de un cuervo.

Aquello, tan sencillo y en apariencia cotidiano en los afanes de un pintor, lo percibió Jorge como un suceso extraordinario, de particular emotividad. Tanta que casi siempre alude a ello. En sus exposiciones, como sucedió con ‘Los fugaces párpados’ en el Paraninfo, en textos de arte y en sus poemas. Uno de ellos, ‘Maneras de amar’, arranca así: «Aquí estamos: pintando paisajes. / Enamorados de la luz». En otro, ‘Magisterio’, anota: «Nos dijiste en silencio cómo crece la vida», y también apunta: «Papa, padre: / por ti sabemos ver a los que vuelan».

«Mi padre y yo nunca hablamos de aquel momento tan especial. Pero sí recuerdo que poco antes de morir pudo ver ese dibujo y percibí su emoción –dice–. Volver a La Codoñera es para mí como viajar en la máquina del tiempo».

Jorge Gay, más de 60 años después, ha vuelto a La Codoñera, donde pasó los veranos que van de 1957 a 1962, en una casa de alquiler, llena de estancias: alcobas paralelas, cocina, el solanar con vistas hacia el sol y los campos y un ático-granero, que tiene una hermosa luz y sigue varado en el pasado. Un televisor antiguo sobre el suelo impresiona tanto como las vigas de madera y los cañizos que sujetan el techo.

«Volver a La Codoñera me emociona mucho. Es, para mí, una de las imágenes del paraíso», dice el pintor. Uno de sus lugares favoritos es la ermita de Santa Bárbara. «A mí padre le gustaban mucho la naturaleza, la gimnasia, la enseñanza al aire libre. Decidió que pasásemos aquí un mes de verano. Primero vinimos en aquellos coches de línea que estaban atiborrados de equipaje. Y luego ya vinimos en taxi, en el coche del señor Melchor», recuerda. El entorno de la ermita de Santa Bárbara era el lugar de juegos de él y sus hermanos Pilar, Carmen y Luis. «Me hace pensar en el Erecteion, en Olimpia, en Grecia. Es raro pero es así». Su madre cocinaba en unas rocas y desde allí corrían campo a través, subían y bajaban peñascos y contemplaban las montañas y los precipicios y, por supuesto, el pueblo, «que entonces no tenía granjas de cerdos».

«Volver a La Codoñera me emociona mucho. Es, para mí, una de las imágenes del paraíso», dice el pintor.

En Santa Bárbara había una santera, Carmen ‘la chivana’, enjuta y de edad indefinida. «Vivía allí y recuerdo que se sentaba con mi hermano Luis y le contaba historias y le recitaba poemas. Los domingos bajaba al pueblo y llamaba puerta por puerta para ver qué le daban. Un momento especial era cuando bandeaba las campanas a las doce y a las tres».

Las fotos de aquellos días

Cada cierto tiempo organizaban excursiones, a pie y en burro, hacia Santa Mónica, Fórnoles, Belmonte de San José, etc. «Los burros son muy inteligentes y se mueven con mucha seguridad por los senderos de las colinas. A veces, como iban tan lentos, me desesperaba un poco y les tiraba del pelo. Se agitaban un poco más, y todo el mundo se daba cuenta y me decían: “Jorge, ¿qué les haces a los burros?”. A veces, podía ser así de travieso». De La Codoñera era su abuelo Pedro, que se había formado en Barcelona y que se dedicaba a los negocios, y tenía una fábrica de ceras. Se casó con una joven de Alcañiz, Milagros, a la que cita Ramón José Sender en ‘Crónica del Alba’; la conoció en Alcañiz y se enamoró de ella cuando era mozo de botica, algo que le contaría años después su tío Emilio, que había leído la novela.

Jorge Gay con su familia y amigos. Él está detrás, con sombrero.
Jorge Gay con su familia y amigos. Él está detrás, con sombrero oscuro.
Archivo Jorge Gay.

Jorge Gay conserva muchas fotos de aquellos días de verano. Hacia 1967 o 1968, poco antes de marcharse a estudiar a Barcelona, volvió a La Codoñera para realizar pintura del paisaje. Ahora, ha vuelto a la casa, detenida como su recuerdo, y la ha recorrido entera y ha intentado ver en qué había cambiado. Luego, con su cuaderno y su lápiz, tras saludar a amigos de entonces, salió a la finca de almendras y se puso a hacer un dibujo, tarea que han grabado los cineastas José Carlos Ruiz y Javier Calvo. Y se acordó de su padre, al que le rindió un gran homenaje en 1984 con ‘El hombre que fumaba ideales’, que está en el Pignatelli. «Mi padre y yo nunca hablamos de aquel momento tan especial. Pero sí recuerdo que poco antes de morir pudo ver ese dibujo y percibí su emoción –dice–. Volver a La Codoñera es para mí como viajar en la máquina del tiempo».

En realidad, el pintor (del que prepara un documental Marta Horno) siempre vuelve: ahora el historiador José Ramón Molins le ha pedido una portada para una novela.

INFORMACIÓN DE SERVICIO

Cómo ir y qué ver. La Codoñera perteneció a Alcañiz, localidad de la que dista 17 kilómetros. Tiene un poblado ibero en el cabezo de Santa Bárbara. Su casa consistorial es de estilo renacentista y fue construida entre 1576 y 1579. La iglesia parroquial de la Asunción se inició en el siglo XII y se consolidó con un estilo barroco. Posee varias ermitas; la de Nuestra Señora de Loreto, exenta, mira hacia los campos; se rehabilitó en 1940.

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